Desde muy pronto somos condicionados a creer que el conocimiento es resultado de lo que comprendemos a través de nuestra mente. La capacidad intelectual nos es presentada como la principal cualidad que necesitamos desarrollar, para ser vencedores en la vida.
Pero la realidad, tarde o temprano, nos muestra que tan esencial como el desarrollo de la inteligencia, es estar atentos a lo que sentimos.
Cuando vivenciamos profundamente nuestros sentimientos, todo nuestro ser está implicado. Aunque no tengamos plena consciencia de ello, es en ese momento cuando experimentamos de modo absoluto el real significado de la vida.
Conocer algo por vía de la razón consiste en solamente reunir información. En cambio, la comprensión que resulta del sentir se convierte en sabiduría.
El conocimiento intelectual consiste en aprender teorías y creencias acerca de la verdad. Sabiduría significa “la verdad en sí”.
Esto no quiere decir que el intelecto no tenga utilidad. En muchas circunstancias de la vida sí es necesario. La cuestión es usar en exceso la inteligencia y negar la emoción.
La emoción suele ser despreciada en nuestra civilización, pues se la mira como debilidad. El resultado es una personalidad desequilibrada y, donde falta el equilibrio, la enfermedad se instala.
Sólo cuando intelecto y emoción están armonizados, el ser humano se vuelve plenamente integrado y alcanza lo que Jung denominó individuación.
“Simplemente permanece con la vida que está bailando en ti, respirando en ti, viva en ti. Tú necesitas acercarte más a ti mismo para conocerla. Quizá te halles demasiado lejos de ti mismo. Tus preocupaciones te llevaron lejos. Tú necesitas volver para casa.
...Antes de que puedas llegar a conocerte, necesitas ser tú mismo.
Tú conoces tu faz tan sólo en el espejo, a partir del exterior, pues tú no estás atento. Si empiezas a estar atento, sentirás tu faz a partir del interior – y esa es una rica experiencia, observar a uno mismo a partir del interior…
Entonces, lentamente, cosas extrañas empiezan a suceder… Y tú eres como una isla en medio de un océano de silencio...”
OSHO.