Aquellos que ya desarrollaron algún grado de percepción de las leyes que rigen la existencia, ciertamente ya percibieron que nada sucede por casualidad.
Todo en el Universo sigue leyes muy claras de causa y efecto, o sea, cada actitud, elección o falta de ella tendrá una consecuencia.
Los que aún siguen inconscientes lo atribuyen todo al acaso, pues para estos la responsabilidad de lo que sucede está siempre fuera, en el exterior. Difícilmente aceptarán que son los co-creadores de los rumbos que toman sus vidas.
El desarrollo de la consciencia nos trae el sentido de la responsabilidad, es decir, la convicción de que aquello que atraemos es resultado de lo que hemos estado eligiendo en esta o en otra encarnación.
Así pasamos a aceptar con tranquilidad que cada acontecimiento tiene un propósito, y a encarar los momentos difíciles sin la tentación de considerarnos víctimas.
Cuanto más conscientes estemos de que existe un flujo constante de energía rigiendo nuestra realidad, mayores serán nuestras posibilidades de determinar la calidad de esta energía, y por consiguiente, el tipo de experiencias que llegaremos a desencadenar.
Todo tiene su momento para suceder. Únicamente la observación atenta de las señales que nos transmite la vida hará posible saber cuándo es hora de plantar la simiente de lo que deseamos cosechar.