Sócrates fue, probablemente, el mayor filósofo de todos los tiempos. Vivió en Atenas, Grecia, en torno a 500 años antes del nacimiento de Jesús. Fue la mente más iluminada del occidente en su época, mientras que en oriente, por la misma época, aparecía un tal Buda, que causó una revolución en el modo de pensar y de relacionarse con la vida.
Durante sus 70 años de vida, Sócrates procuró enseñar, a través de la dialéctica (diálogos), las verdades espirituales eternas, cuestionando siempre las falsas tradiciones de la cultura helenística. Acabó por despertar odio y enemistades entre los que detentaban el poder y la cultura, que lo acusaban de estar corrompiendo a la juventud ateniense. Fue llevado a juicio y condenado a muerte por ingestión de cicuta, un poderoso veneno.
El texto que sigue fue condensado del libro Apología de Sócrates, escrito por Platón (su principal discípulo). Él describe el juicio a Sócrates, presentando su defensa y sus consideraciones finales, tras la sentencia condenatoria.
LA DEFENSA
La acusación dice: “Sócrates comete delito, investigando indiscretamente las cosas terrenas y las celestes, y haciendo más fuerte a la razón más débil, y enseñando a otros”. Pero nada de eso tiene fundamento, ya que no instruyo ni tampoco gano dinero con ello. Quizá pudiesen decir de mí: “En fin, Sócrates, ¿qué es lo que tú haces? ¿De dónde nacieron esas calumnias? Si tus ocupaciones no fuesen tan distintas a las de los demás, no habrías adquirido tal fama y no habrían nacido acusaciones”.
Sócrates contesta: Sucede que Jenofonte, una vez yendo a Delfos, osó interrogar al oráculo y le preguntó si había alguien más sabio que yo. Pues bien, la pitonisa contestó que no había nadie más sabio. Al oír esto, pensé: “Qué habrá querido decir el dios, y cuál sería el sentido de sus palabras? Sé bien que no soy sabio, ni mucho ni poco.” Y durante mucho tiempo estuve sin saber el verdadero sentido de sus palabras.
Entonces decidí investigar su significado del siguiente modo: Fui a uno de aquellos que detentaban la sabiduría, con la intención de por medio de ellos refutar al oráculo, y con tales pruebas oponerle mi contestación: “Este es más sabio que yo, mientras que tú has dicho que soy yo el más sabio”. Examinando a este hombre – no importa el nombre, sino que era uno de los políticos – y hablando con él, a muchos parecía un verdadero sabio, y principalmente, a sí mismo. Procuré demostrarle que él parecía sabio sin serlo. De ahí surgió su odio y el de muchos de los aquí presentes, contra mí.
Entonces me puse a considerar, conmigo mismo, que yo soy más sabio que ese hombre, puesto que ninguno de nosotros sabe nada de lo bello y lo bueno, sino que aquel hombre cree saber algo sin saberlo, mientras que yo, como no sé nada, también estoy seguro de no saber. Parece, pues, que yo sea más sabio que él en esto: no creo saber aquello que no sé.
Fui a otros muchos de aquellos que poseen todavía más sabiduría que ese, y me pareció que todos son lo mismo. De ahí vino el odio de este y de otros muchos. Y entonces me sucedió lo siguiente: buscando según el criterio del dios, me pareció que los que tenían más reputación eran los más desprovistos, y que los considerados ineptos eran hombres más capaces en cuanto a sabiduría.
También acudí a los artífices y debo decir que los encontré instruidos en muchas y hermosas cosas. Ellos, realmente, estaban dotados de conocimientos que yo no tenía y eran mucho más sabios que yo. Sin embargo, ellos tenían el mismo defecto de los poetas: por el hecho de ejercitar bien el propio arte, cada uno pretendía ser sapientísimo, también, en las otras cosas de mayor importancia, y ese error oscurecía su saber.
De esa investigación, ciudadanos atenienses, tanto se me originaron calumnias como también me fue atribuida la cualidad de sabio. Y totalmente empeñado en tal investigación, no he tenido tiempo de hacer nada apreciable, ni en los negocios públicos, ni en los privados, sino que me encuentro en extrema pobreza, a causa del servicio al dios. Además, los jóvenes, siguiéndome espontáneamente, gustan de oírme examinar a los hombres. Ellos, muchas veces, me imitan por su propia cuenta y deciden también examinar a otros, encontrando gran cantidad de aquellos que consideran saber algo, pero poco o nada saben. De ahí, aquellos que son examinados se encolerizan, y por ello dicen que hay un tal Sócrates que corrompe a los jóvenes.
Sepan, cuantos lo quieran, que por ese motivo soy odiado; y que digo la verdad, y que tal es la calumnia contra mí y tales son las causas.
Ciudadanos de Atenas, creo que vosotros no tenéis ningún bien mayor que este mi servicio al dios. Por todas partes yo voy persuadiendo a todos, jóvenes y viejos, a no preocuparse exclusivamente por el cuerpo y las riquezas, como deben preocuparse por el alma, para que ésta sea lo mejor posible. Sea o no absuelto, no haré otra cosa, aunque tenga que morir muchas veces. De esa forma, parece que el dios me designó a la ciudad con la tarea de despertar, persuadir y reprender a cada uno de vosotros, por todas partes, durante todo el día. Es posible que vosotros, irritados como aquellos que son despertados cuando están en lo mejor del sueño, con ligereza me condenéis a muerte, para seguir dormidos el resto de la vida.
LA CONDENACIÓN
Mi impasibilidad, ciudadanos de Atenas, ante mi condenación, deriva, entre otras muchas razones, de que yo contaba con ella, y hasta me asombro del número de votos de ambos partidos. Por mí, no creía que la diferencia fuese tan pequeña.
Mis acusadores piden para mí la pena de muerte. ¿Qué pena o multa merezco yo? ¿Qué conviene a un pobre benemérito que tiene necesidad de estar en paz para poder exhortaros al camino recto? Un hombre así, convendría fuese nutrido y mantenido por el Estado. Por no haber esperado un poco más, vais a adquirir la fama y la acusación de haber sido los asesinos de un sabio, de Sócrates. Pues bien, si hubieseis esperado un poco de tiempo, la cosa quedaría resuelta por sí misma: fijaos en mi edad.
Quizá, señores, lo difícil no sea huir de la muerte. Bastante más difícil es huir de la maldad, que corre más veloz que la muerte. A mí, perezoso y viejo, me ha pillado la más lenta: la muerte. En cambio a mis acusadores, válidos y ligeros, los ha pillado la más veloz: la maldad.
Así, yo me veo condenado a muerte por vosotros; vosotros condenados de verdad, criminales de improbidad y de injusticia. Yo estoy dentro de mi pena, vosotros dentro de la vuestra.
Y lejos estamos de juzgar rectamente cuando pensamos que la muerte es un mal. Porque morir es una de estas dos cosas: o el muerto no tiene absolutamente ninguna existencia, ninguna conciencia de lo que quiera que fuese; o, como se suele decir, la muerte es un cambio de existencia y una migración de este lugar para otro.
Si de veras no hay sensación alguna, sino que es como un sueño, la muerte es como un regalo, por cuanto todo el tiempo se reduce a una única noche.
Si la muerte, en cambio, es como un tránsito de este para otro lugar y si allá se encuentran todos los muertos, ¿qué bien podría existir, que fuese mayor que este? Quiero morir muchas veces, si eso es verdad, pues para mí la conversación acullá sería maravillosa. Eso constituiría indescriptible felicidad.
Vosotros debéis considerar esta única verdad: que no es posible haber mal alguno para un hombre de bien, ni durante su vida, ni después de muerto. Por eso mismo, lo que hoy me ha sucedido no es debido al acaso, sino que es la prueba de que para mí era mejor morir ahora y quedar liberto de las cosas de este mundo. Por ello no estoy enojado con aquellos que han votado contra mí, ni contra mis acusadores.
Pero ya es hora de irnos: yo a la muerte, y vosotros a vivir. Pero quien va a la mejor suerte es un secreto, excepto para Dios.
Acid é uma pessoa legal e escreve o Blog www.saindodamatrix.com.br "Não sou tão careta quanto pareço. Nem tão culto. Não acredite em nada do que eu escrever. Acredite em você mesmo e no seu coração." Email: Visite o Site do Autor