Todos los seres humanos nacen dotados de talentos y cualidades para realizar la jornada de la vida.
Desgraciadamente, en muchos de nosotros el desarrollo de estas habilidades se ve podado por las circunstancias externas, al principio las familiares y más tarde las sociales.
El resultado es que esta falta de confianza en el propio poder se reflejará en todas las dimensiones de la existencia: personal, profesional, afectiva.
La metáfora del león y el cordero es un ejemplo típico de ese proceso.
Mientras que el primero asume el papel de liderazgo en el grupo y garantiza la sobrevivencia a través de una valiente estrategia de caza, el segundo es pasivo y sigue a la manada y el comando del pastor.
Está claro que algunas ovejas se desgajan del rebaño, pero este no es el patrón de conducta de la especie.
Ser un cordero puede ser cómodo y natural para aquellos que se sienten inseguros en el momento de tomar decisiones. El problema empieza cuando estas elecciones no los hacen felices y contrarían el deseo de su alma.
Muchos son aquellos que han tenido reprimida su naturaleza leonina, y fueron adiestrados para seguir la pauta del cordero.
Sólo el autoconocimiento, una profunda inmersión interior, puede ayudarnos en esa tarea y liberarnos de cualquier pauta que no sea fiel a nuestra esencia.
“De inicio, no hay gran diferencia entre el cobarde y el valiente. La única diferencia es que el cobarde da oídos a sus miedos y los sigue, mientras que el valiente los pone de lado y sigue en frente. El valiente se enfrenta a lo desconocido a pesar de todos los miedos.
El valor no es la ausencia de miedo. Por el contrario, es la presencia innegable del miedo, pero con la disposición de enfrentarlo… siempre que la duda y el cambio llaman a la puerta, eso sólo puede ser motivo de celebración.
En vez de agarrarnos a lo que es conocido y familiar, podemos aprender a dar la bienvenida a esas situaciones, encarándolas como oportunidades para convertir nuestra vida en una aventura y entender mejor nuestras actitudes y el mundo que nos rodea”. Osho