En la sala de espera, un señor se sentó al lado de Meire y dijo que la había visto el otro día. Ella lo confirmó, acude al hospital cuando se encuentra mal por culpa de la quimioterapia.
Se identificó como obispo evangélico, ya había sido Pai de Santo.
Sin declarada intención de convertirla, comentó:
- Tú tienes muchos dolores y enojos. Es bueno que perdones, no a ese o a aquél. ¡Perdona! Todo y a todos.
Sin esperar respuesta, da un testimonio dramático:
- Yo tenía un hijo y mujer, un día se abrió un portal en la sala de mi casa y yo vi a mi hijo muriendo en un accidente de coche.
No lo creí. Esa cosa de portal, no es de Dios. ¡Es cosa de esotéricos!
A la semana siguiente, el suceso se produjo. Mi hijo murió.
Dos semanas más tarde, mi mujer murió, también, en un accidente de coche. Y me quedé sin suelo. Sin ilusión. ¿Qué hacer con mi vida?
Estaba, un día, descansando en mi casa, cuando se abrió el dichoso portal y me veo en otra sala, una mesa grande. Llega un hombre alto, expresivo: lo presiento, lo sé. ¡es Dios!
Yo pregunto: - ¿por qué, Señor, has quitado de mi vida a las dos personas que más amo?
Él responde, con calma y cariño: - ambos son mis hijos. Ellos tenían un camino que recorrer. Lo recorrieron.
Yo les di la vida. ¡Yo los fui a buscar de vuelta para mí! ¡En el momento adecuado!
Y me hizo una advertencia, con expresión seria y cariñosa: ¡Perdona! ¡Ama! Y haz una nueva vida.
Meire escucha, respetuosa. Y él termina, mirando con firmeza a la mujer: ve a tu cuarto, arrodíllate y pon tu frente en la alfombra y pide clemencia!
El hombre se fue. Volvieron del hospital, sin esperar a que los atendiesen, porque pasaba de la media noche y aún había mucha gente para ser atendida.
La conversación con el obispo le dio nuevo vigor. Su rostro recuperó la lozanía y surgió un nuevo brillo en su mirada.
Ella era bastante resistente a los cambios y a rehacer creencias.
Nos reímos y yo dije: ¡fuiste al hospital para recibir ese mensaje de Dios! Ella sonrió y estuvo de acuerdo.
El Portal que se abrió para ella fue en el hospital y el hombre protagonizó la presencia y la voz de Dios.
Durante el regreso, aún resonaban las palabras de él:
- Tú siempre has sido decidida, has ayudado a mucha gente. ¡Ayúdate a ti misma, ahora! Ten el valor de pedir, Dios escuchará tu apelación.
Consulte grátis
Avaliação: 5 | Votos: 1
Sobre o autor WebMaster é o Apelido que identifica os artigos traduzidos dos Associados ao Clube STUM, bem como outros textos de conteúdo relevante. Email: [email protected] Visite o Site do Autor