Era noche alta en la campiña…
Por sobre ella, en medio de las brumas, los espíritus danzaban.
El poeta lo sabía.
En el seno de la madrugada, él aguardaba la comunicación de la inspiración.
A lo lejos, un gallo cantaba, anunciando las luces de la aurora…
El poeta sabía que la noche se tornaba más oscura un poco antes del amanecer.
El canto del gallo avisaba que pronto las tinieblas de la noche estallarían en luz.
Quieto, él esperaba.
En su corazón, agradecía.
Él sabía que la noche y la aurora formaban parte del gran círculo de la vida.
El día y la noche eran hermanos.
El invierno y el verano, tan sólo extremos más allá de la primavera…
En su corazón, él sabía de las alternancias vitales.
Él escuchaba a los espíritus en fiesta en la naturaleza.
Y ellos le decían, en el silencio de la inspiración:
“¡Dios te salve, hermano!
Ven a celebrar la vida y a agradecer el don de la inspiración.
Ven a escuchar el mensaje de los árboles, de los pájaros, del viento y de las piedras.
Ven a reposar tu corazón en la cumbre de la montaña invisible…
Visita el hogar de los espíritus que aman las alturas de la paz.
Suelta las amarras del miedo y vuela juntamente con los que viven sin el peso del cuerpo.
Habla a tus hermanos sobre la canción de la vida…
Cuéntales del Amor que te ha convocado hasta las brumas silenciosas.
Canta algo que haga recordar la primavera de los corazones (de las flores más lindas).
Haz que la poesía suceda y cumple la tarea que el pueblo invisible te ha confiado.
Escribe el mensaje de las brumas antes de que salga el sol.
Cuando la aurora despunte en el horizonte, saluda al nuevo día como a un dios…
Pues, en él está la oportunidad de un nuevo comienzo y del aprendizaje.
¡Celebra la vida!
Lo invisible te saluda.”
Entonces, el poeta escribió lo que el silencio le ordenó en el corazón.
Después, esperó, con lágrimas de admiración, a que la aurora llegase.
Ah, el poeta danzó en la luz…
- Wagner Borges – maestro de nada y discípulo de cosa alguna.