“La ayuda es una acción de colaboración en relación a una situación de necesidad. Así, una persona, un grupo o una entidad ofrece o recibe algo que puede ser útil.
Esta acción obedece a un sentimiento altruista y de generosidad normalmente, pues puede estar motivada por el egoísmo, cuando la persona que ayuda a otra espera algo a cambio. No siempre está claro cuando se trata de altruismo o de egoísmo. En todo caso, es un comportamiento de carácter humanitario muy común entre los amigos o en el sufrimiento ajeno.”
Forma parte de mi naturaleza querer ayudar a otras personas. Mi comprensión sobre ayudar ha ido considerando a lo largo del tiempo, otras perspectivas de este mi “querer ayudar a otros”.
Según la vivencia, el aprendizaje de la complejidad de esta cuestión ha adquirido nuevos contornos.
La ayuda tiene componentes bastante fuertes de origen familiar, creencias religiosas, sentido común, que juntos no nos llevan a distinguir estos patrones.
He recibido ayuda en innumerables momentos de la vida. Tanto material, como emocional, espiritual, inclusive ayuda “invisible”. Sí, la he recibido y la sigo recibiendo.
Con el paso del tiempo, empíricamente empecé a recorrer el sendero de ser ayudante.
Soy terapeuta. Un terapeuta es alguien que ayuda en el camino.
Lo que he ido percibiendo en mi trayectoria es que, en varios momentos, el ayudar se había convertido en obligación. Yo no estaba dispuesta a ayudar, pero tenía que ayudar.
Esto empezó a incomodarme profundamente.
Inclusive me sentía culpable por no estar siempre dispuesta a ayudar.
En mi proceso de autoconocimiento, en cursos, vivencias, formaciones, esta cuestión fue tomando proporciones enormes.
Fue entonces cuando me di cuenta de que la ayuda depende también de quien quiere ayuda, y no de mi interferencia. Por cierto, un hilo tenue separa la ayuda de la intromisión.
Por mi necesidad de ayudar, viví durante un período grande, inconscientemente, entrometiéndome en la vida de un familiar, lo cual acabó por convertirse en un enmarañado, que repercutía en consecuencias nada productivas, a excepción de haber tomado conciencia de qué es lo que había por detrás de mi ansia de ayudar.
La necesidad de ayudar a otros se presenta de muchas formas, a veces como generosidad legítima, otras veces como ego, debidamente acompañado del orgullo, otras como una necesidad de sentirse importante, acompañada del reconocimiento del mundo, muchas veces como necesidad infantil de sentirse amado por la familia y por el entorno. En algunos casos sólo por intereses personales y mediáticos.
En mis formaciones terapéuticas el tema de la ayuda fue muy bien abordado y cuestionado.
Uno de mis profesores dijo lo siguiente sobre la ayuda:
- la persona ¿ha pedido ayuda?
- ¿puedes ayudar?
- ¿quieres ayudar?
Si alguna de las respuestas es un no, no hagas absolutamente nada. No ayudes.
Más tarde comprendí esta cuestión con la siguiente frase del filósofo alemán Bert Hellinger:
“es más fácil sufrir que buscar soluciones.”
No siempre las personas quieren ayuda. Ellas no están preparadas para la llegada de posible soluciones.
Hay un tiempo de maduración para ello.
Algo muy presente en la ayuda se da cuando el ayudante se siente superior al ayudado.
Se considera mucho mejor, por eso quiere ayudar, con la finalidad de reafirmar su supuesta superioridad en relación al semejante.
Esta es una característica bastante corriente en ayudas de cualquier orden.
El deseo de ayudar forma parte de la humanidad y es enormemente válido.
Sólo hemos de fijarnos en si estamos de acuerdo con lo que realmente actúa en esa cuestión entre donantes y receptores.
Es preciso averiguar si existe el equilibrio en esa relación.
Ayudar se confunde con sentir “pena” de alguien y cuando sentimos “pena” de otros, con nuestra arrogancia nos sentimos mejores que aquellos hacia los cuales albergamos ese sentimiento, colaboramos con el enflaquecimiento de la fuerza que cada uno de nosotros tiene, independientemente de lo que se pueda estar viviendo.
Otro hilo tenue: entre ayuda y “pena”.
No hacer nada ante ciertas necesidades también es ayuda.
Podemos reflexionar sobre ello.
Elaine Carvalho – Terapeuta
CRTH 2485
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