Uno de los mayores riesgos a que estamos expuestos durante la jornada de la vida es el de hacernos refractarios a la evolución y al aprendizaje.
La ilusión de que hemos alcanzado la excelencia máxima, en el campo que fuere, puede llevarnos a una acomodación peligrosa.
El aprendizaje permanente debería ser el objetivo de todos los seres humanos, pues esa es una meta que hace ser la vida mucho más rica e interesante.
Si nos cerramos en conceptos rígidos, rehusando encontrar salidas innovadoras y creativas para los desafíos, ciertamente perderemos muchas oportunidades de crecimiento.
Esa liberación sólo se hace posible si la confianza en nuestro poder interior se encuentra plenamente activada.
Sin ella estaremos eternamente aferrados a lo ya conocido, sin el valor necesario para atrevernos a dar un paso más allá.
Todos los días traen consigo la posibilidad de que la existencia nos sitúe ante una elección: ¿acomodarnos en busca de seguridad u optar por caminos nuevos, donde lo desconocido nos aguarda?
Si decimos que sí a lo nuevo, ciertamente abriremos espacio para que experiencias valiosas se produzcan.