Pocos, desgraciadamente, conocen la diferencia entre gustar de alguien y amarlo. Incluso aquellos que piensan que aman, la verdad es que no aman, sólo están movidos por pasiones.
El amor, en palabras de Pablo, no busca sus propios intereses. El hombre que intenta poseer el objeto al que supuestamente ama, simplemente no ama, sólo está dando ocasión a sus deseos.
Siempre que intentamos poseer algo o a alguien, so pretexto de amarlo, estamos incurriendo en el error de la posesión, tratando de que el otro colme el vacío que es nuestro y debe ser rellenado con nuestra propia consciencia.
Tratar al otro como propiedad, exigiendo que éste se convierta en una extensión de nuestro propio ser, es egoísmo, y no hay otra palabra para eso.
Una vez preguntaron a Buda cuál era la diferencia entre amar y gustar. Buda puso el ejemplo de la flor. "Cuando te gusta una flor, quieres únicamente cortarla. Pero cuando la amas, quieres regarla diariamente. Aquel que comprenda esto, comprenderá la vida."
Estamos en un nivel primitivo de comprensión de la dinámica que envuelve las relaciones, todavía tratamos al otro como objeto, queriendo poseerlo, dirigirlo, encuadrarlo dentro de parámetros que son nuestros y que nos hacen sentir cómodos, a fin de cuentas, el objeto del otro es aportarnos algún tipo de placer, ya que eso es lo que esperamos de él.
Los otros han de interpretar el papel que nosotros, como directores de la película, les dimos. No aceptaremos improvisaciones, no toleraremos cambios en el guion, a fin de cuentas la película es nuestra, todo lo hemos ideado nosotros, para atender a nuestras necesidades y no aceptaremos transgresión alguna.
¿Observáis el tamaño de esa insensatez?
Es preciso entender que amar, como en el caso de la flor, es cuidar, permitir que ella florezca y manifieste su propia naturaleza. Querer que el otro resuelva demandas internas nuestras es pura proyección. El otro no debe tener funciones dentro de nosotros, mucho menos en nuestras vidas, el otro siempre va a estar a vueltas con sus propios intereses, ¡nada puede ser más legítimo que eso!
El amor es lo que hay de divino en nosotros, es nuestra esencia, se revela como la 'sustancia' de nuestro Verdadero Yo: ¡somos amor!
Si Dios es amor, como escribe Juan, somos amor también, pues nuestro ADN es divino. ¿Cómo puede un caimán parir una jirafa? ¡No puede! Por tanto, si somos hijos de Dios, somos Dioses y listo. Hijo de pez pececito es, hijo de Dios diosito es.
Nuestra Verdadera Naturaleza es el amor, aprender a amar es manifestarla.
Mientras confundamos amor con deseos, estaremos alejados de esa comprensión.
Están aquellos que quieren poseer y aquellos que se dejan poseer. Esa realidad enfermiza en las relaciones humanas aún se hace presente en este nivel en que nos encontramos. Sólo expandiendo la consciencia más allá del mundo de las formas, por medio de un pensamiento sistémico, podría modificarse ese cuadro.
Nadie es de nadie, nunca lo ha sido ¡y nunca lo será! Esto a que asistimos en nuestra civilización es una forma sutil de esclavitud, está muy lejos de llamarse amor. El amor libera, no asfixia, no manipula, simplemente Es.
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