“Cada persona es un farol y comparte su luz con sus hermanos. Haga brillar su lámpara, ilumine y muestre el camino. Todos, cada uno, somos necesarios. Nadie es tan pequeño o joven como para no poder formar parte de este Gran Plan para salvar y rehabilitar nuestro mundo. Decida actuar y sepa que no le faltará Mi ayuda”
Del Maestro Maitreya, el Instructor del Mundo.
El primer paso para alcanzar la cura de nuestras heridas emocionales es reconocer su existencia y encararlas de frente, sin miedo o resistencia.
No es una tarea fácil. Rever los acontecimientos que generaron nuestras memorias emocionales negativas es bastante doloroso y causa miedo. Es humano y comprensible que sea así. Sin embargo, sin la catarsis de los sentimientos negativos que están impregnados en nuestra memoria celular, no conseguiremos liberarnos y encontrar nuestra verdadera identidad.
Lo fundamental es reconocer que el sufrimiento no es nuestra naturaleza esencial. Esa consciencia fortalecerá nuestra disposición para encontrar la luz que habita en nosotros. Existen muchos curadores dispuestos a facilitar nuestra tarea y técnicas extremadamente eficaces que pueden ayudarnos a liberarnos del sufrimiento emocional, como la Terapia del Renacimiento, la Constelación Familiar, entre otras. Pero es preciso que deseemos eso con toda la fuerza de nuestra voluntad y hagamos el movimiento necesario para ir al encuentro de la cura.
El primer paso es remover la coraza que construimos a nuestro alrededor, como defensa contra el dolor, y creer que todo puede ser diferente. Nuestra esencia divina espera para ser reconocida y expresada en toda su plenitud. No podemos aplazar más ese momento, se torna cada vez más imperativo buscar la cura para la enfermedad emocional que aflige a gran parte de los seres humanos.
Es tiempo de asumir una nueva actitud, suplantando al niño herido que habita en nosotros y reconociendo nuestro yo adulto, aquel que se responsabiliza por la construcción del propio destino y por la evolución del planeta.
“Un ser que sufre, no sufre por casualidad. A través de la prueba por la que pasa, él aprende y crece, pues las pruebas son, frecuentemente, “presentes” que nos damos a nosotros mismos, para ir más lejos en nosotros y más allá de nosotros. El sufrimiento no es una fatalidad, y ciertos mundos no lo conocen más. Un accidente o una enfermedad son señales para hacernos entender que una parte de nosotros está en desacuerdo con la otra. Son encuentros impuestos por nuestra vida supra-consciente que se tornarán trampolines tan pronto los hayamos comprendido y resuelto. Puede ocurrir, claro está, que un gran sufrimiento nos haga cerrarnos como un tatú-bola sobre nosostros mismos, y torne más lento nuestro caminar... Pero... siempre hay “una luz al final del túnel”, aún cuando este parezca terriblemente oscuro en el momento en que lo atravesamos”.
(Del Libro de los Essenios).