Quién no recibió ya un golpe de hostilidad cuando menos lo esperaba? Basta un gesto brusco, una palabra desagradable o un silencio cortante para ser alcanzados por el dolor de aquel que declara abiertamente estar “mal” con el mundo y, quien sabe, específicamente con la gente!
La hostilidad es una energía basada en la agresividad, y tiene como intención declarar guerra: llamar al enemigo para la confrontación, disputar un lugar o una posición. Basada en el odio y en la irritación con alguien, su mensaje es claro: deseo perjudicarte!
Así como dice el dicho popular, “Cuando uno no quiere, dos no pelean”, cabe a cada uno saber la hora cierta de retroceder. En tanto, eso no quiere decir que debamos huir y desdeñar un aviso de agresión. Como actuar delante de la hostilidad?
De acuerdo con la filosofía budista, no nos cabe juzgar la actitud ajena, pero si cuidar de la nuestra. En este sentido, podemos siempre escoger como actuar en vez de reaccionar. En tanto, para mantener la calma y la claridad delante de la hostilidad, es preciso tener un profundo conocimiento de si mismo, basado en la certeza de que vale más la pena el autocontrol que someterse a una provocación ajena. El control interior es una virtud de las personas que se dedican al auto-conocimiento.
Podemos ver esta actitud en aquellos que son compasivos y gentiles por naturaleza. Es admirable observar como los maestros budistas lidian con estos momentos: ellos saben la hora cierta de actuar o retroceder, pues una vez que reconocen lo que pasa con el otro, conocen también sus reacciones. En tanto, ellos no son sumisos a los abusos y declaran acertadamente los limites de las situaciones.
En este mundo competitivo, la ganancia es vista como fuerza motriz para vencer. Aquellos que no se contentan con lo que conquistan por medio de su propio esfuerzo usan la hostilidad como una arma potente, capaz de paralizar a los más susceptibles a las influencias externas. Por eso, precisamos estar atentos a aquellos que avanzan por nuestra puerta interna sin pedir permiso, pues son personas acostumbradas al poder: ellos creen que están en el derecho de puedo todo a cualquier hora. Por eso son llamados “cara de palo”. Ellos actúan de modo naturalmente hostil, pues saben que así tienen menos chance de ser contrariados. De hecho, es verdad, pues el comportamiento hostil despierta miedo, rabia y resentimiento: un plato lleno para congelar emociones e impedir la posibilidad de que alguien se oponga a la acción impuesta por ellos.
La hostilidad ajena nos intimida en la medida que no sabemos lidiar con nuestra propia agresividad. Esto ocurre porque asociamos nuestra propia agresividad a una idea negativa; en tanto, la agresividad no es necesariamente una emoción negativa. Ella también contiene un sentido positivo: fuerza para actuar y seguir adelante. La agresividad, como fuerza genuina del ser humano, no precisa necesariamente estar contaminada por la rabia. En este sentido, al revés de surgir como fuerza destructiva, ella genera fuerza-motriz positiva: coraje para levantarnos de nuevo y enfrentar los obstáculos.
En este sentido, la agresividad es una autodefensa, esto es, un mecanismo biológico fundamental de adaptación. Ella nos ayuda a lidiar con las amenazas de nuestro territorio, tanto físicas como emocionales.
Es interesante recordar que el bebe comienza a entender su propia individualidad a partir del momento que empieza a sentir rabia. Por eso, la rabia es el primer sentimiento que nos diferencia unos de los otros. Por medio de la rabia, romperemos gradualmente la relación simbiótica con nuestra madre. De modo semejante, será el dolor de una decepción que nos ayudará a abandonar el pasado y a arriesgarnos en un futuro incierto. En este sentido, la agresividad nos impulsa a seguir al frente. Es como si para salirnos de una etapa ya vencida precisásemos escuchar un basta en nuestro interior, alertándonos con firmeza: “Pare, abandone esta situación, siga en dirección a la otra”!
La agresividad se torna una fuerza-motriz negativa cuando está contaminada por el deseo infantil de que podríamos escapar de las leyes de la responsabilidad personal, esto es, cuando creemos en la ilusión de que alguien nos puede satisfacer en todos los sentidos. La idea de no-merecimiento, de ser víctimas de situaciones injustas, aumenta nuestra rabia interior y nos torna hostiles. Queriendo o no, tendremos que lidiar con los límites ajenos para no cultivar una constante frustración que genera nada más que hostilidad. Por eso, la hostilidad es una emoción anterior a la acción agresiva; en ella vive un secreto deseo de venganza: “Si no hiciera todo lo que espero de usted, se arrepentirá, pues me voy a vengar”.
Si no conseguimos expresar la rabia, ella quedará reprimida en nuestro interior, pulsando un mensaje de indignación: “Eso no debería de haber sucedido conmigo”. Lama Chagdug Rinpoche decía que las críticas son como flechas que apuntan en nuestra dirección, pero en realidad no nos alcanzan: ellas caen al suelo. Somos nosotros que las recogemos y continuamos apuntándonos cuando somos tomados por la indignación: “Él no debería haber dicho eso, hecho aquello”. Esto es, como reaccionamos a las críticas y el tiempo dedicado a ellas que es siempre una cuestión nuestra, y no de aquellos que nos agredieron.
Se somos tomados por la indignación, perdemos el auto-control. De esta forma, nuestra propia seguridad se siente amenazada, pues sentimos que podemos explotar en cualquier momento. La hostilidad, una vez reprimida, crece interiormente como una bomba de tiempo, intensificando el miedo y la inseguridad. Cuando caemos en esa agonía tememos de nosotros mismos, pues tenemos miedo de nuestra propia agresividad: desconocemos lo que ella puede hacer con nosotros. En este punto nos preguntamos: “Que sucedería si yo perdiera el control”?
La cuestión es que, cuando niños, aprendemos a reprimir nuestra rabia: teníamos miedo de que, al expresarla, dañáramos nuestra imagen delante de aquellos que representaban una fuente de seguridad para nosotros, o de ser castigados por ellos o perder su afecto.El miedo de lastimar a aquellos que cuidaron de nosotros generó el sentimiento de culpa inconsciente que nos hace sentir responsables por los sentimientos ajenos. Por eso, muchas veces, cuando adultos, no demostramos sentimientos negativos frente a quien amamos para evitar tener que lidiar con la amenaza de sentir la decepción ajena: “Si no te agrado es mejor que busques otra persona”. Así, preferimos soportar la incomodidad interna a correr el riesgo de decepcionar a aquellos delante de quien deseamos preservar la imagen de que estamos satisfechos con ellos, porque ellos son lo máximo, y por eso siempre nos satisfacen! Pero cuanto más negamos nuestra rabia, más ansiedad sentiremos sin comprender su razón aparente.
Es el quantum de rabia interiorizada que cada uno trae consigo, como parte integrante de su personalidad, que nos hace sentir más o menos incómodos con nosotros mismos. De esta forma, la sensación de inconveniencia y culpa volverá a surgir tantas veces como intentemos expresar nuestra rabia para aquel que amamos. Ese sentimiento nos impedirá amar verdaderamente, pues una vez que sentimos algo malo en nuestro interior, no nos consideraremos merecedores de amor.
Por último en cuanto nos sentimos perjudicados por alguien o por una situación, mantenemos una herida abierta que nos tornará cada vez más amargados. Hasta aquellos que se prohíben de sentir rabia acaban por descubrir que ella está inevitablemente en su interior y se convirtió en una fuerza destructiva. Por eso, lo mejor es lidiar con nuestra hostilidad interna.
Sea por medio de la psicoterapia o por la ayuda de amigos íntimos, precisamos comenzar a ensayar nuestra capacidad de expresar la rabia interior de manera no destructiva. En tanto, el primer paso para apaciguar la hostilidad interior será por la auto-compasión, esto es, aprender a ver la rabia en nuestro interior como una señal de que estamos simplemente desequilibrados: ultrapasamos nuestros límites o no supimos defendernos, pero no somos malos por eso. Podemos darnos una nueva chance al comunicar lo que estamos sintiendo y aún así ser aceptados. Cuando la intención es el entendimiento, encontramos una forma de expresarnos que no lastima o destruye al otro. Aún así, será necesario que el otro también esté maduro para hacer lo mismo.
En vez de acusarnos o de dirigir nuestra rabia para los otros, podemos parar para observar lo que estamos sintiendo, dar tempo para el proceso de auto-cura. De esta forma, aprenderemos que nuestra agresividad no es un arma destructiva, más si un alerta de que es preciso dar más atención al lo que pasa en nuestro interior.
Bel Cesar é psicóloga, pratica a psicoterapia sob a perspectiva do Budismo Tibetano desde 1990. Dedica-se ao tratamento do estresse traumático com os métodos de S.E.® - Somatic Experiencing (Experiência Somática) e de EMDR (Dessensibilização e Reprocessamento através de Movimentos Oculares). Desde 1991, dedica-se ao acompanhamento daqueles que enfrentam a morte. É também autora dos livros `Viagem Interior ao Tibete´ e `Morrer não se improvisa´, `O livro das Emoções´, `Mania de Sofrer´, `O sutil desequilíbrio do estresse´ em parceria com o psiquiatra Dr. Sergio Klepacz e `O Grande Amor - um objetivo de vida´ em parceria com Lama Michel Rinpoche. Todos editados pela Editora Gaia. Email: [email protected] Visite o Site do Autor