2º capítulo del libro
El Divino arte de construir puentes.
El primer paso
El jefe ni lo miró. Murmuró entre dientes, forzando al ser a abrir aquellos oídos tapados por el polvo que el tiempo, al pasar, dejó dentro de su laberinto auditivo:
- Comencemos. El primer paso que va a dar en el primer fin. Comience pidiendo ayuda.
El ser miró a su alrededor y vio un desierto. El desierto que él tenía dentro estaba reflejado allí. En aquella inmensidad árida y desabitada de afuera.
A quién voy a pedir ayuda si no tengo amigos.
- Pues entonces, primero haga amigos y después pídales su ayuda.
Y que hago para hacer amigos?
- Buena pregunta... Venga, voy a mostrarle como se hace.
El ser siguió al cacique. Él estaba nervioso, sudaba por todos los poros, temblaba tanto que sintió miedo que su sangre se convierta en cola endurecida. Pero continúo intentando mostrar al cacique una calma que desconocía.
En el camino de regreso a la aldea el cacique apunta a una choza y dijo al ser.
- Vaya hasta allá y regrese para contarme lo que vio, sintió, olió, intuyó, presintió, escuchó, percibió y constató.
Allá fue el ser contando con cada dedo las órdenes del jefe: Ver, sentir, oler, intuir, presentir, escuchar, tocar, constatar.
Repitiendo estas palabras con el deseo de quién quiere saber y aprender, el ser se fue aproximando a la choza.
Medio sin saber que hacer, con las palabras dando vuelta y retumbando en su cabeza, con la punta de los dedos, abrió la puerta de la cabaña y entró. Sus ojos casi no veían nada. Sus oídos tampoco. Se detuvo algunos segundos esperando que su visión se acomodase a la poca luz. Estuvo allí dentro un buen tiempo. El tempo del tamaño que un ser precisa para descubrir cosas importantes. Y cuando este tiempo fue suficiente, el ser salió andando rápido en dirección al cacique y éste le preguntó:
- Que fue lo que vio?
Vi un matrimonio muy anciano sentados cada uno en su silla de paja mirando a la nada.
- Que olor tenía ese lugar? Preguntó el cacique.
Olor a vacío. No tenía flores, no tenía perfume, no tenía olor de tierra, ni de alimentos. No tenía olor a bebé, no tenía olor a leña quemándose en la chimenea. No tenía olor a vida.
El cacique balbuceó un ha, ha como hacen aquellos que saben que van a tener que oír aún muchos relatos. Y volvió a preguntar:
- Y que le avisó su intuición?
Talvez que aquellas personas estaban muertas, que en aquel lugar no había interacción, amor, diálogo, confianza. No me pareció un lugar seguro para criar un niño.
Otro ha, ha del cacique y una pregunta más:
- Frente a esa sensación que presintió?
Aquellos dos seres allí parados sin comunicarse, la falta de vida y amor dentro de aquella cabaña... no se... pero arriesgando... presentí que era la casa donde nací, la casa donde mis padres nacieron, la casa donde los padres de elles nacieron. La casa donde los padres de los padres de ellos nacieron.
- Muy bien, dijo el cacique y, como quien concluye un pensamiento largo y amplio, remató: Presintió que estaba en un territorio conocido. En un lugar que su niño interno identificó como seco, frío, sin contacto con el mundo y las personas...
Exactamente, dijo el ser. Fue exactamente en ese mundo que crecí. Un mundo donde no había ningún intercambio de amor y afecto y todo lo que se hablaba en la casa era sobre la vida práctica: pagar cuentas, estudiar, mantener el orden, trabajar... Todo lo que estuviese fuera de esta lista era peligroso y debía ser evitado. El mundo, para la gente de la casa, era un lugar amenazador y las personas nunca lo suficiente buenas para poder convivir con nosotros.
Fumando tabaco en una pipa azul, el cacique continúo con la voz cada vez más calma:
- Fue en esta casa que usted aprendió a estar solo, evitar el mundo, dar la espalda para las personas, y nunca confiar en sus sentimientos? Si... eso tiene mucho sentido, respondió el ser intentando contener una gota de lágrima que quería escapar por sus ojos. El gran cacique hizo una pausa. Aspiró su pipa con fuerza y exhaló una densa bocanada en el aire preguntando:
- Y que escuchó en la cabaña?
Escuché al matrimonio refunfuñando que los hijos destruyen la vida, terminan con el casamiento. Que ellos son un peso y que nunca más se puede tener paz después que ellos nacen. Después de oír eso, oí a la anciana escupir al suelo con enojo y repugnancia.
El cacique dio una larga bocanada y respondió:
- Entendí, entendí.... y que tocó cuando estuvo en la cabaña?
Toqué con mis manos que no precisan tocar, para sentir el corazón disparado del hombre que parecía tener una piscina de amor dentro del pecho. Una piscina cercada por alambres de púas por todos lados. Al tocar el alambre de púas sentí dolor en las manos y me quedé con una sensación de haber sido lastimado.
- Muy bien, dijo el jefe soltando una vez más la larga bocanada. Y que constató?
Constaté que yo también tenía una piscina de amor dentro de mi pecho y que precisaba dejar que las personas vengan a nadar en este amor y precisaba nadar con ellas, intercambiando, tocando, viviendo, sintiendo alegría y placer en ese toque en ese contacto...
El viejo cacique miró entonces para el lado en que el sol nace todos los días y constatando que él ya no estaba y mirando para el lado en el cual él duerme, constató que el sol ya dormía y tomando la mano del ser, propuso:
- Vamos a dormir ahora. Dormir para soñar nuestro próximo paso.
Y así lo hicieron. Cacique y ser. Echados uno al lado del otro, durmieron el sueño de los chamanes.
(La próxima semana conozca el sueño del ser)
Comunico a las personas amigas de Florianópolis que estaré atendiendo en esta bellísima Ciudad entre los días 6 e 11 de Septiembre. Contacto por el e-mail abajo.
Izabel Telles é terapeuta holística e sensitiva formada pelo American Institute for Mental Imagery de Nova Iorque. Tem três livros publicados: "O outro lado da alma", pela Axis Mundi, "Feche os olhos e veja" e "O livro das transformações" pela Editora Agora. Visite meu Instagram. Email: Visite o Site do Autor