Cuando acompañamos de cerca el proceso de la muerte de una persona querida, vivenciamos los sentimientos con una intensidad muy particular. Al final, cuando escuchamos hablar a la persona que está falleciendo, sabemos que estas pueden ser sus últimas palabras... con eso, ellas ganan un valor inconmensurable. Así como el último intercambio de miradas conscientes. La última sonrisa. La última lágrima compartida con las manos dadas.
La vivencia de la “última vez” genera gran intensidad emocional. En tanto, como no estamos acostumbrados a crear espacio interno para sentir emociones muy fuertes, procuramos evitarlas, aún sin saber por que. Parece paradójico, pero la gran mayoría de las veces que somos tomados por emociones intensas, sean ellas generadas por pasión, alegría o tristeza, parte de nuestro ser procura rechazarlas, pues tememos que, al sentirlas, perderemos nuestro acostumbrado auto-control, con el cual garantizamos la sensación de seguridad interior.
No estoy queriendo decir que para sentir verdaderamente las emociones, deberíamos “perdernos” y descontrolarnos emocionalmente, pero si que, para sentir el ciclo natural de una emoción, precisamos dejarnos tocar por su intensidad hasta que ella alcance su pico y regrese naturalmente a ceder. Así, recuperaremos la serenidad perdida durante la crisis.
La autocrítica y el miedo de ser tomados por un descontrol desconocido nos impiden lidiar directamente con nuestras emociones. De esta forma, generamos tensión y conflicto entre nuestras necesidades emocionales y racionales. Hay emociones que precisan simplemente ser vivenciadas, sin interpretaciones racionales. Otras, a su vez, cuentan con la elaboración racional para un direccionamiento positivo de su carga energética.
Emoción es energía en movimiento, que necesita tanto ser expresada como tener un direccionamiento para fluir. Una emoción no expresada permanece en nuestro cuerpo como energía contenida, pulsante y bloqueada.
Abrir espacio para sentir las emociones contenidas hace mucho tiempo se asemeja a la imagen de abrir las compuertas de una represa: la presión del agua es tan intensa como la necesidad de llorar un dolor retenido. Por lo tanto, no hay como negar que debamos abrir espacio dentro y fuera de nosotros mismos para ultrapasarlo sin barreras, de modo que ella pueda fluir y completar su ciclo natural de inicio, medio y fin.
Por lo tanto, es necesario crear rituales personalizados, en los cuales podamos sentir nuestras emociones por entero. Precisamos encontrar el lugar, el tiempo y las personas apropiadas que nos den coraje y auto-aceptación y la auto-expresión contenidas hasta entonces. Apropiadas quiere decir, todo aquello que nos ayude a sentirnos seguros, acogidos, nutridos y, al final del proceso, conectados con una idea de futuro y renovación.
Digerir experiencias emocionales requiere tiempo y condiciones libres de interrupciones y críticas.
Algunas veces, creamos estos rituales espontáneamente. Nuestra sabiduría intuitiva sabe como atender las necesidades del alma. Mientras que otras veces, primero tenemos que tomar consciencia de la necesidad de realizarlos.
Robert Sardello, en su libro Liberte su alma del miedo (Liberte sua alma do medo ) (Ed. Fissus), escribe sobre la importancia de homenajear nuestras emociones para vivir nuestro propio proceso de muerte positivamente: “Si vivimos sin sentir verdaderamente la presencia de la belleza en el mundo, que es una experiencia tanto de admiración como de dolor, quedamos débiles en nuestra capacidad de enfrentar la intensidad de sentimientos que caracteriza el sufrimiento. En otras palabras, el dolor del sufrimiento parece tan grande porque el sentimiento de admiración no fue cultivado. En gran parte, el miedo del sufrimiento expresa un miedo más oculto: el de que, a pesar de haberlo rechazado durante gran parte de nuestra vida, finalmente vamos a experimentar el verdadero sentimiento. Tal vez ese sentimiento va a estar comprimido en un período muy curto, especialmente si fue descuidado durante mucho tiempo. El precio de esa negligencia, en tanto, es alto. Cuando el sentimiento irrumpe en el final de la vida, pierde el contexto de belleza y, muchas veces, puede ser experimentado apenas como angustia”.
Simplemente llorar y ser este llanto. Simplemente conmemorar, y ser, por medio de nuestra propia energía, un homenaje de reconocimiento y gratitud. Así como subir una montaña para escuchar la música preferida de la persona fallecida y dedicar a ella esta actitud de amor y nostalgia. O, quien sabe, plantar en su jardín, o aún en un simple florero, sus flores preferidas. Lo importante es abrir espacio dentro y fuera de nosotros para honrar este rico don humano de sentir emociones!
Bel Cesar é psicóloga, pratica a psicoterapia sob a perspectiva do Budismo Tibetano desde 1990. Dedica-se ao tratamento do estresse traumático com os métodos de S.E.® - Somatic Experiencing (Experiência Somática) e de EMDR (Dessensibilização e Reprocessamento através de Movimentos Oculares). Desde 1991, dedica-se ao acompanhamento daqueles que enfrentam a morte. É também autora dos livros `Viagem Interior ao Tibete´ e `Morrer não se improvisa´, `O livro das Emoções´, `Mania de Sofrer´, `O sutil desequilíbrio do estresse´ em parceria com o psiquiatra Dr. Sergio Klepacz e `O Grande Amor - um objetivo de vida´ em parceria com Lama Michel Rinpoche. Todos editados pela Editora Gaia. Email: [email protected] Visite o Site do Autor