La culpa es una autocondenación por sentirse incapaz de algo. Es un mecanismo que muchas veces no tiene lógica. Ya presencié personas que, por ejemplo, se culpan por no estar presentes en el momento de la muerte de sus seres queridos. Nos culpamos por el hábito de maltratarnos inútilmente!
La base del mecanismo de autosabotaje en los occidentales puede ser encontrada en la tradición judaico-cristiana que “[...] Tiende a concebir el sufrimiento como efecto de una causa externa – Dios – a título de castigo por la desobediencia a la ley divina. En la tradición budista, la tendencia es concebir el sufrimiento como causado por el propio ser que sufre – como consecuencia natural de la satisfacción irrestricta de los deseos egoístas”, escribe Ron Leifer, en Proyecto Felicidad (Projeto Felicidade - Ed. Cultrix).
En este sentido, la marca mental del autosabotaje es sustentada por un padrón inconsciente de que merecemos ser castigados. Desde pequeños escuchamos el Mandamiento “Amaos los unos a los otros”. Odiar nos fue transmitido como una actitud pecaminosa. No obstante, muchas veces odiamos a quien amamos. Comenzando por nuestros padres. Así como escribe Eva Pierrakos, en No le temas al Mal (Não temas o Mal - Ed. Cultrix): “La culpa por odiar a aquellos que más se ama convence al niño de que no es merecedor de nada que sea bueno, alegre o placentero. El niño siente que si tuviera que ser feliz un día, el castigo, que parece inevitable, sería aún mayor. Por lo tanto, evita inconscientemente la felicidad, pensando que de esa manera ofrece una compensación y así evita un castigo aún mayor. Esa fuga de la felicidad crea situaciones y padrones que siempre parecen destruir todo que es más ardientemente deseado en la vida”.
Ante o frente a la adversidad podemos optar por el desenvolvimiento interno. “El lado positivo del sufrimiento es que nos da la oportunidad de comprender las causas del mismo. Creamos la posibilidad de comprender el papel del deseo y de la aversión en nuestra vida”, resalta Ron Leifer.
Del punto de vista budista, la espiritualidad surge cuando decidimos responsabilizarnos cien por ciento por nuestro autodesenvolvimiento: purificar nuestra mente de sus hábitos mentales destructivos. Así, abandonamos cualquier tentativa de sentirnos víctimas, pues partimos del principio de que la semilla de todo conflicto no se encuentra en los acontecimientos externos, si no en las cualidades de la mente, del Yo y sus agregados, que moldean la percepción que tenemos de los acontecimientos y la manera como reaccionamos a ellos.
El Yo atrae para sí sus experiencias y percepciones, una vez que trae consigo sus marcas mentales, las semillas de nuestros hábitos.
Como vimos en el capítulo anterior, lo que determina nuestra manera de ver el mundo son nuestros hábitos mentales, esto es, las marcas que imprimimos en nuestra mente por medio de las intenciones con las cuales actuamos con nuestro cuerpo, palabra y mente. O sea, conforme nuestra motivación interna, cuando hacemos, hablamos o pensamos algo, dejamos marcas en nuestra mente que se tornan nuestros hábitos mentales.
“Ya vimos claramente que nada de lo que nos acontece es bueno o malo de por sí, porque si lo fuera todo el mundo se sentiría del mismo modo. Por ejemplo, la persona que nos irrita en el trabajo, debería entonces irritar a todos exactamente de la misma forma, porque su ‘irritación’, estaría siendo irradiada por ella y alcanzando a todos en la oficina. Sin embargo, la verdad es que siempre habrá alguien que va manifestar que esa misma persona es buena y amable. [...] Aunque encontremos algunas cosas como buenas y a otras como malas. Si ese sentimiento no es generado de la cosa en sí, de donde viene entonces? [...] No precisamos de mucho para entender que, obviamente, el modo como vemos las cosas está en nosotros mismos”, escribe Gueshe Michael Roach en El lapidador de diamantes (Ed. Gaia).
Por lo tanto, si estas marcas mentales son las semillas formadoras de nuestros hábitos, seremos felices o no de acuerdo con la calidad de las semillas que están en nuestra conciencia. Si ellas fueran de miedo, cuando maduren, viviremos situaciones cargadas de dudas e inseguridades.
Bel Cesar é psicóloga, pratica a psicoterapia sob a perspectiva do Budismo Tibetano desde 1990. Dedica-se ao tratamento do estresse traumático com os métodos de S.E.® - Somatic Experiencing (Experiência Somática) e de EMDR (Dessensibilização e Reprocessamento através de Movimentos Oculares). Desde 1991, dedica-se ao acompanhamento daqueles que enfrentam a morte. É também autora dos livros `Viagem Interior ao Tibete´ e `Morrer não se improvisa´, `O livro das Emoções´, `Mania de Sofrer´, `O sutil desequilíbrio do estresse´ em parceria com o psiquiatra Dr. Sergio Klepacz e `O Grande Amor - um objetivo de vida´ em parceria com Lama Michel Rinpoche. Todos editados pela Editora Gaia. Email: [email protected] Visite o Site do Autor