El otro día me di cuenta de que forzosamente hemos aprendido a vivir de la manera que los orientales dicen ser la más correcta: en el momento presente. Delante del caos colectivo, sea por razones ambientales o sociales, creo que la mayoría de nosotros concuerda en que estamos viviendo el síndrome del futuro incierto. Parece cada vez más difícil planear cualquier cosa. Hasta el clima se tornó imprevisible: hace frío en verano, llueve fuerte en inverno...
Sin hablar del ritmo acelerado de los acontecimientos: cuando pensamos estar viviendo el inicio de cualquier evento, ya nos vemos elaborando indicios de una nueva transformación.
Para no entrar en crisis permanente, hemos aprendido a hacer planeamientos más flexibles y a encontrar soluciones más inmediatas. No se trata de desistir de nuestros sueños y proyectos, pero si de buscar estrategias realistas que se adapten mejor a la dinámica de lo imprevisible tan marcado en cada día.
Las filosofías orientales nos enseñan a vivir en el presente y no apenas en función de él. Reconocer esta diferencia es crucial. Podemos desconocer el trayecto de un camino, pero, si queremos evolucionar internamente tenemos de saber mantenernos bien enfocados en la dirección hacia la cual estamos caminando.
En este sentido, los planos externos pueden siempre cambiar, pero los internos no. O sea, el compromiso con nuestro desenvolvimiento interior puede mantenerse estable hasta cuando vivimos la presente turbulencia a nuestro alrededor. No es que esta sea una tarea fácil, pues fuimos entrenados a apoyarnos más en las condiciones externas que en las internas. Pero una vez que la instabilidad se tornó tan evidente, acabamos, por nos adaptarnos a lo desconocido, sin darnos cuenta, esto es, nos ejercitamos para ser personas más seguras, disponibles para los imprevistos y por lo tanto, más creativas.
Una vez que admitimos que el futuro es así imprevisible, nos rendimos al deseo compulsivo de querer controlarlo. De esta forma, gradualmente comenzamos a relajarnos en la seguridad interna de ser capaces de confiar que encontraremos soluciones creativas para lo que sea que acontezca en cada momento. Se trata de una actitud de aparente neutralidad, esto es, de abertura “para lo que sea que venga”.
Cuando estamos delante de situaciones de un impasse significativo, mantener el enfoque en el momento exacto por el cual estamos pasando es en si un acto organizador. Cuando no tenemos indicios sobre un futuro próximo, ambas actitudes - esperanza o miedo - si fueran excesivas nos desequilibrarán. En estos momentos, aprendemos a dejar de juzgar la situación y a lidiar con ella paso a paso, tal como el equilibrista cuando anda sobre la cuerda floja.
El otro día me quedé sorprendida al leer una entrevista con el escritor mozambicano Mia Couto en la revista Emoción & Inteligencia (Emoção & Inteligencia), Donde él habla de su convivencia con las tribus africanas que aún viven en la tradición de la oralidad. Según él, en estas tribus no existe una palabra para expresar “futuro”, además ellos no ven el tiempo de manera linear, y si circular. Esto es, para ellos el momento presente es el único que cuenta. Es como Mia Couto explica: “Evidentemente, existe la idea de futuro, pero él no puede ser nombrado, no puede ser visitado por nadie. Anticiparse al porvenir representa una trasgresión. Por ejemplo, una mujer embarazada no lleva el ajuar del bebé para el hospital cuando va a dar a luz, porque el bebé aún no nació. Anticiparse sería confrontar a los dioses, que son responsables por la guarda del territorio futuro”.
Para nosotros que vivimos hace seis mil años bajo las normas del calendario solar, donde el paradigma del tiempo es linear, tenemos aún dificultad para concebir la idea de que el “futuro no existe”, esto es, que está siendo creado cada momento. Parece que estamos siempre distantes del futuro, como si no pudiésemos sentirnos enteros porque una parte nuestra no puede estar presente. Quiere decir, mientras nuestra idea de futuro implica en algo que fantaseamos como una idea de nosotros mismos aún no realizada, una parte nuestra está potencialmente allá y otra, real e inmediata, está aquí. O sea, cuando nos proyectamos en el futuro nos dividimos en partes... Ahí tal vez esté la causa de nuestra ansiedad, de querer llegar pronto “allá”, para sentirnos enteros, finalmente completos.
Lo mismo parece no ocurrir en culturas que vivieron bajo la dinámica del calendario lunar, como la tibetana. Como sus paradigmas del tiempo fueron basados en la conciencia cíclica, en el tiempo circular, el futuro es vivido ahora. Para ellos el futuro es el ahora, pues ellos saben que las causas del futuro están en el presente. Como no proyectan el futuro como algo ansiado, viven el hoy como el resultado> del ayer y la causa para el mañana. En este sentido, lo más importante es estar atento a las causas que están siendo creadas ahora, pues ellas son el futuro.
Concluyendo, si queremos controlar algo para sentirnos más seguros, la mejor cosa que podemos hacer es controlar nuestra mente. Así como Buda decía: “Si usted quiere saber su pasado, observe su cuerpo. Si usted quiere conocer su futuro, observe su mente”.
Una curiosidad: al investigar en Internet, me quedé sorprendida al descubrir que ¡existen 21 tipos de calendarios! ¡Como es vasta la mente humana!
Bel Cesar é psicóloga, pratica a psicoterapia sob a perspectiva do Budismo Tibetano desde 1990. Dedica-se ao tratamento do estresse traumático com os métodos de S.E.® - Somatic Experiencing (Experiência Somática) e de EMDR (Dessensibilização e Reprocessamento através de Movimentos Oculares). Desde 1991, dedica-se ao acompanhamento daqueles que enfrentam a morte. É também autora dos livros `Viagem Interior ao Tibete´ e `Morrer não se improvisa´, `O livro das Emoções´, `Mania de Sofrer´, `O sutil desequilíbrio do estresse´ em parceria com o psiquiatra Dr. Sergio Klepacz e `O Grande Amor - um objetivo de vida´ em parceria com Lama Michel Rinpoche. Todos editados pela Editora Gaia. Email: [email protected] Visite o Site do Autor