Estuve escribiendo algunos artículos defendiendo las demostraciones de amor, la transparencia de los deseos e insistiendo en afirmar que fuerte es aquel que asume lo que está sintiendo, aunque esto sea a través de las lágrimas y sufrimiento.
Pues ¡muy bien! Recibí decenas de mensajes de personas contando sobre cuanto se han expuesto a lo que sienten y cuanto eso les ha rendido en más desafecto, menos estima por sí mismas y frustraciones seguidas de frustraciones.
Observando tales historias, noté que, como en todo lo que es sutil y profundo al mismo tiempo, hay un tenue límite a ser observado en esta cuestión. O sea, es preciso madurez y auto-percepción para notar la diferencia entre ‘demostrar lo que se siente’ y ‘mendigar el amor del otro’ – cosa que nunca defendí y ni pretendo hacer ahora; tanto que, en otra ocasión, escribí “El otro tiene derecho ¡a no gustar de usted! (”O outro tem o direito de não gostar de você!”)
Hay mucha gente confundiendo ‘ser sincero’ con ‘ser perjudicial’; personas actuando sin dignidad en nombre del un amor, pero de una obstinación infantil y neurótica. Cuando digo que precisamos comenzar a admitir más lo que sentimos, no estoy diciendo que debemos empujar ese sentimiento ‘en la garganta’ del otro, ni implorar, gritar, hacer chantajes o mendigar afecto.
Si el otro dice o demostró que no quiere, que no puede retribuir el amor que sentimos, lo mínimo que podemos hacer es respetarlo y – sobre todo – intentar mantener nuestra autoridad moral delante de este ‘no’. Sucede que ahí está otro tenue límite: la diferencia entre ‘comportarse de manera digna’ y ‘actuar movido por un orgullo despechado’.
De nuevo, es preciso madurez para darse cuenta de que llorar, expresarse emocionalmente, esclarecer deseos y ser honesto con su propio dolor es parte de una personalidad íntegra; al paso que quedar con rabia, cerrarse o demostrar indiferencia y superioridad cuando el corazón está, en verdad, sangrando, son actitudes que evidencian un ego exacerbado, una agresividad incrustada y nada productiva.
Pero hay que considerar que entre la infantilidad y la madurez existe un largo camino a ser recorrido y muchas experiencias a ser vivenciadas; ¡esto es, una vida entera! ¿Y quien de nosotros nunca se excedió, nunca insistió o nunca se comportó de manera orgullosa y despechada delante de las trampas del corazón?
Felizmente, poquísimos o ninguno se reconocerá tan conveniente, tan adecuado y absolutamente oportuno en la danza del amor; porque, estaría siendo pedante, ciertamente.
Siendo así, más que llevar tan en serio el “jamás” que coloqué apropósito en el título de este artículo, lo que intento es que usted y yo consigamos ser corajosos lo bastante para arriesgarnos y apostar ¡una vez más a la posibilidad de ser mejores!
Al final, es bueno descubrir en la práctica, errando y acertando, ¡cuanto podemos madurar, y tornarnos más auténticos y enteros en el ejercicio de amar!
Rosana Braga é Especialista em Relacionamento e Autoestima, Autora de 9 livros sobre o tema. Psicóloga e Coach. Busca através de seus artigos, ajudar pessoas a se sentirem verdadeiramente mais seguras e atraentes, além de mostrar que é possível viver relacionamentos maduros, saudáveis e prazerosos.
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