Después de la experiencia del hombre luminoso y de la película, que a decir verdad era una sugerencia para vivir en eterna juventud y responsabilidad para con nuestra felicidad, en una eterna reflexión sobre cómo mantenernos verdaderos todo el tiempo. Después de esa película, después del encuentro con ese hombre, Marcio caminó a pie hasta su casa. Recuerda haber llegado y observado a su mascota, un perrito llamado Toti. Al mirar sus ojos, tuvo la extraña sensación de que nunca lo había mirado de verdad. Tuvo la certidumbre de jamás haber percibido aquel ser y de que el brillo en aquellos ojos era el mismo que acababa de percibir en todo a su alrededor. La diferencia entre el brillo de los ojos del animal y el de los de los hombres en la calle, con quienes había intercambiado miradas, es que el Toti estaba presente. Siempre se ponía en una condición de afecto, de compañerismo.
Aquel día, antes de la película, tomó al perrito en brazos. Le cortó su pelaje de la forma más intuitiva posible. y realmente le quedó horrible. Pero hacía calor y se le notaba feliz. Cuando regresó de la calle, Toti vino a recibirlo a la puerta: intercambiaron una profunda mirada. y parecía que era el primer "hola, ¿qué tal?" en su vida y él le presentó su patita derecha, indicó en esa dirección y tiró, de en medio de la patita, con los dientes, de un mechón que se le había olvidado cortar.
Marcio le dijo: "caramba, Toti, se me olvidó cortar el pelo dentro de tu patita, ¿no es cierto? ¡Qué falta de educación!" Entonces él se vio charlando de verdad con un ser, igual al ser que reconocía dentro de sí, con la misma sensación. Solo que era un ser dentro de un perrito. Un perrito que había recogido de la calle. y todo el tiempo emitía la gratitud de las personas que son salvadas - porque él ladró tanto en la puerta de la casa hasta que un día logró entrar. y ser adoptado.
Estando la puerta abierta o no, él siempre se ponía por la parte de dentro y parecía que, con aquel tamaño minúsculo quería dar la vida por defender la casa frente a cualquier clase de invasión. Aquel perrito estaba en la puerta ladrando para poner de manifiesto la gratitud que sentía. Así fue como lo percibió. Pero esto no le ocurrió solamente con Toti.
Aquella noche Marcio no había dormido bien, ya no conseguía llorar, ni hablar tampoco. No había deseo alguno de charlar o siquiera de mirar a alguien. Parecía incluso que era fácil sentir los sueños de las personas, los sentimientos, los deseos. por los gestos, por el tono de voz.
Se recogió y se encerró en su habitación, se sentó y pasó esa noche aislado, mirando a la nada. Al día siguiente fue hasta el parque, se sentó bajo un árbol y se puso a mirar para todo a su alrededor. Para los pájaros, las personas que iban en bicicleta, otras corriendo y, por primera vez, creyó en la existencia de paraíso, allí, ahora, en el presente.
En su infancia recordaba las historias de Adán y Eva, del paraíso, de venir las gentes a la Tierra y ser expulsados del Edén por haber cometido el pecado original. Y nunca había comprendido bien todo eso; le parecía una tristeza enorme que toda la gente tuviese que estar aquí porque una pareja cometió un error. Ni siquiera lo sabía a ciencia cierta. No hacía muchas reflexiones sobre eso. Sin embargo, aquel día, comprendió que el paraíso era aquí, y simplemente no lo veíamos. o no lo vemos. El pecado original es no darnos cuenta de que estamos en el paraíso.
Aquella reflexión era tan intensa y verdadera que, a cuenta de esa percepción, Marcio pasó tres días en silencio absoluto. Un silencio que comprendía cuerpo y sentidos, que parecía escuchar incluso el sonido del propio silencio. Era profundamente extenso. Una sensación de paz que daba la capacidad de mirar a cada persona y no pensar nada de ellos.
Con el tiempo percibió que ese silencio, en realidad, era la ausencia total de pensamiento. El flujo de pensamientos se había parado, la respiración se había alterado. Él ya no era literalmente la misma persona de antes de la película. tres días antes. Fue un día de mucha paz. Recuerda que fue a la facultad, las personas le buscaban para una charla y él solo emitía una sonrisa tímida. Era como si viese a aquellas personas por primera vez. Tenía la sensación como de un niño que acababa de nacer en el cuerpo de un pre-adulto. Todo era tranquilo, pacífico y sin juzgamientos. No había juzgamientos porque no había idea de nada. ¡Él estaba lo viendo todo y a todas las personas por primera vez!
Los efectos especiales del día del carrocero, en la tercera vez que vio la película, desaparecieron, pero en el aire permanecía algo mejor. Una sensación de vida. Que toda aquella vida tenía un significado, tenía un por qué. Prácticamente las personas charlaban, se tropezaban unas con otras, pero todo aquello estaba predeterminado, estaba en armonía. Incluso las personas que desde lejos parecían tensas, nerviosas, aún así, se podía comprender lo que sentían, como si Marcio tuviese en sí el mismo sentimiento de cada uno.
No había ninguna experiencia religiosa, ningún conocimiento mental que pudiese balizar aquello. Pero tampoco le importaba eso en modo alguno. Nada le preocupaba. Estaba simplemente viviendo. Fueron tres días en silencio, llenos de actividades, simplemente contestando a lo que le preguntaban, sin ningún tipo de cuestionamiento sobre nada. Hasta que al tercer día seguido de silencio, Marcio llega a casa y su madre lo llama aparte y le dice que si se está drogando, que aquella vida de surfista tenía que dar en eso, que las amistades lo iban a conducir a eso. Empezó a gritar, a reprenderlo, y en el calor de la discusión, Marcio tuvo que responder, tuvo que afirmar que no pasaba nada, que no tenía nada importante que relatar, que él solo estaba viviendo en paz.
Entonces, notó un calor por todo el cuerpo, un peso en la barriga, aquella sensación de susto que pasamos de vez en cuando, que más parece un puñetazo en el estómago que un simple sentimiento que va entrando por la mente, por el cuerpo. Él notó algo extraño entrando por la barriga, se sentó en su cuarto y lloró mucho. Entonces, el sueño de perfección, el sueño de paraíso, la visión de unidad con todo el entorno desapareció. Y quedó aquella sensación del Marcio de antes de la película, de aquella persona que vivía sin significado, pero estaba bien, o sea, no sabía de nada, no obstante, era igual a todo el mundo del alrededor. Si no estaba feliz, encontraba la felicidad en la felicidad de los demás, si no estaba feliz con la felicidad de los demás, ponía la tele y se olvidaba. Se olvidaba de intentar comprender qué estamos haciendo aquí y para qué sirve todo esto. Y ahora, ahora sí, había empezado a doler. Porque ahora él estaba entre dos mundos. Él sabía que había algo, pero ya no sabía volver a aquel sentimiento, a aquella visión.Capitulo 1 Capitulo 3
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