En los días precedentes a la Navidad se ha hecho común una loca correría en busca de regalos y de los alimentos que compondrán la cena. Todos se muestran animados y eufóricos por encontrarse con familiares y amigos y demostrarles su afecto, ya sea a través de los regalos materiales o declarándolo por medio de abrazos y palabras.
Este es un momento especial, pero tal comportamiento debería ser el natural a lo largo de todo el año. Con todo, para muchos, el amor es algo de lo que solo se acuerdan una vez cada doce meses.
Recordar al que está de cumpleaños también es muy valioso, y ciertamente Jesús se sentiría mucho más feliz si su mensaje fuese algo vivo y permanente dentro de nosotros. Más que el mensaje, el despertar definitivo de nuestra conciencia crística, la conciencia de que todos, indistintamente, somos hijos de Dios.
Pero esta verdad solo puede ser despertada si hacemos del silencio, del recogimiento y del volvernos hacia dentro, una práctica constante.
Los encuentros que la Navidad proporciona son preciosos y emocionantes, pero hemos de hacer que nuestra capacidad de propagar el amor se extienda más allá de nuestro círculo personal.
Amar todas las formas de vida, y contemplar en cada una de ellas la manifestación de lo divino, se hará nuestra condición natural, a partir del momento en que nos sintamos verdaderamente unidos con toda existencia.
Si tú estás silencioso, si tú estás totalmente silencioso, la existencia empieza a derramarse sobre ti. Bendiciones se derraman sobre ti como lluvia. Si tú estás en silencio, si tú estás en estado de meditación – solamente estar, sin hacer nada – la existencia entera converge sobre ti con toda su gracia, con toda su belleza y bendición.
Este es el estado a que Jesús llamó beatitud. Por primera vez, te vuelves consciente del esplendor de la existencia. Cada momento es una eternidad, entonces. E incluso respirar es una alegría, una celebración. La miseria desaparece en el momento en que tú desapareces. La miseria es la sombra del ego. Y la bendición es un fenómeno natural: ocurre por sí misma, en el momento en que tú estás vacío. Toda la existencia hace explosión.
Ludwig Wittgenstein dijo: “El místico no es el ‘como’ del mundo, sino lo ‘que’ existe”. Tan solo lo que existe es el misterio. No hay ya necesidad de ir a ningún otro lugar. El misterio no está oculto, el misterio está en todo lugar. ¡Tan solo lo que existe es el misterio! No es preciso que caves hondo para encontrar el misterio. El misterio está en todas partes, en la superficie tanto cuanto en la profundidad.
Todo lo necesario es un corazón que sienta. Todo lo necesario es un ser que esté disponible, abierto. Todo lo necesario es estar alerta – alerta sin ningún esfuerzo ni tensión. Todo lo necesario es un estado de meditación. Y entonces los favores de la existencia empiezan a derramarse como lluvia.
OSHO – El Secreto de los Secretos.
Publicado dia 12/23/2010 8:24:38 AM em STUM WORLD
