Antes de que se verificase una ruptura incisiva entre las distintas disciplinas científicas, durante los años quinientos y parte de los seiscientos, el concepto de hombre integral no constituía ninguna excepción, sino que era incluso bastante frecuente. Las matemáticas y la filosofía, la física y la medicina, la astronomía y la astrología se enseñaban integradas estrictamente unas con otras, y muchos científicos ostentaban conocimientos igualmente profundos en todas estas ciencias. Un matemático, por ejemplo, podía poseer profundos conocimientos en el área médica y saber de astronomía y astrología, utilizando entonces todo su potencial en varias áreas científicas.
La astrología tuvo necesidad, incluso en ese período, de tener en cuenta la evolución del pensamiento religioso, filosófico y científico. Sin embargo, el sistema astronómico de Copérnico, que demostraba la estructura heliocéntrica del universo, no perjudicó directamente a la astrología, como afirmaban algunos. Ya en tiempos de Pitágoras se decía que el mundo tenía un 'fuego central' y en los años trescientos Nicolás d'Oresme había expuesto su teoría sobre el movimiento diurno de la Tierra.
Antes que otra cosa, las constataciones de Copérnico, y más tarde las de Kepler, suscitaron dudas sobre aquellos que se dedicaban de forma seria a los estudios astrológicos. Sin embargo estas dudas ya habían surgido hacía más de dos siglos, y ningún astrólogo se sintió cubierto de ridículo por tener que modificar sus teorías, variando su punto de vista. Este era de hecho un simple cambio del punto de observación, que no invalidaba un método basado más en las Leyes de Correspondencia que en la influencia directa de los propios astros.
En cuanto a las reacciones de sus contemporáneos frente a las revelaciones de Copérnico y Kepler, en realidad no se produjeron de forma inmediata, puesto que la Iglesia impidió su difusión y aceptación durante más de tres siglos.
La sustitución del sistema geocéntrico por el heliocéntrico demostró que las nuevas concepciones astronómicas no podían suprimir del espíritu humano el nombre de la astrología y reducirla a un mero ejercicio de logaritmos y trigonometría o fórmulas algébricas, con lo cual ella hubiera caído en un simple determinismo. El propio Kepler en su tratado "De Harmonia Mundi" (De la Armonía del Universo) expone ideas cosmológicas que acabaron por ayudar a la astrología a conservar su estructura de ciencia y arte.
Por ello los astrólogos serios utilizaban ampliamente sus conocimientos astronómicos, de cálculos y fórmulas matemáticas, para levantar las cartas individuales. John Muller (llamado Regiomontano - 1436-1476), Varese da Rosate (que predijo la muerte del Papa Inocencio VIII - 1492), Girolamo Cardano (1501-1571) y Tichone de Brahe (1546-1601), así como el propio Galileo Galilei, estudiaron con precisión los principios astronómicos para aplicarlos a la astrología. Ésta siempre se desarrolló como ciencia destinada a ofrecer al hombre las premisas y los medios indispensables para la comprensión de todos los fenómenos de su existencia.
Podemos notar que, en aquellos siglos, la astrología nunca fue puesta en cuestión, sino que era ampliamente utilizada por papas, reyes y hombres de estado. Las previsiones astrológicas ejercían influencia sobre las decisiones y dominaban la imaginación de las masas populares.
Entre los exponentes de las nuevas teorías, debemos recordar al estrecho colaborador de Lutero, Felipe Schwartzhherd 'el Melatone' (1487-1560). Hombre de amplia cultura, ecléctico en el mejor sentido de la palabra, Melatone no fue únicamente el legislador de la "Reforma" (ya que juntamente con Giacomo Liebhard 'el Camerarius' había redactado el texto de la 'Confesión de Augusta'), sino que fue, sin duda, el mayor representante de las nacientes ciencias naturales que influyeron profundamente sobre las mentes de cuantos habían abrazado la causa de Lutero. (Incluso aunque este último, privado de suficiente sensibilidad como para apreciar el valor de la tradición cosmológica, e incapaz de mantener una línea coherente de conducta respecto de aquellos que se esforzaban por conciliarla con el espíritu de sus ideas religiosas, no hubiese logrado asimilar las ideas de Melatone, del cual incluso parecía un verdadero antípoda espiritual).
En la obra 'Initia Doctrinae Physicae', que contiene las lecciones que él impartía en la Universidad de Wittemberg, Melatone afirma que la voluntad suprema del Creador que determina todas las cosas, se expresa en el ser humano de dos formas: primeramente en forma directa y con intervención de las fuerzas espirituales que obran bajo la voluntad directa de Dios; y secundariamente, a través de las fuerzas de la naturaleza. Él sitúa a los astros como instrumentos de especie inferior, utilizados por los ángeles. En resumen: la sustancia espiritual de los seres humanos está sujeta directamente a Dios, y las fuerzas de la naturaleza, entre ellas los astros, actúan sobre los órganos de los sentidos, determinando el temperamento y las inclinaciones, y así constituyen el complejo de la propia existencia humana, que Melatone llama 'fatum physicus'. Esto significa en otras palabras que los astros son factores destinados a plasmar la calidad de la constitución corporal del hombre, compuesta por los mismos cuatro elementos fundamentales que representan la parte integrante de la naturaleza.
Este concepto resulta muy similar al de Tomás de Aquino, que admite que las fuerzas de la naturaleza, y por tanto, los influjos astrales, tienen, en ciertas condiciones, un equivalente sobre el alma y sobre los pensamientos del hombre, en el sentido de que favorecen las emociones, los estados psíquicos, etc. Al fatum physicus se sobrepone, no obstante, la acción de la Divina Providencia, que reina soberana sobre la existencia espiritual del hombre. Así, el ser humano puede ejercer lo que denominamos 'libre albedrío' mediante su unificación con Dios, siendo que la individualidad y la personalidad funcionan en estrecha relación con los principios opuestos, que por esta misteriosa ley de vida tienden a equilibrarse.
Bajo este prisma, Melatone puede ser considerado hermano espiritual de Leonardo da Vinci, y sus discípulos ayudaron en la evolución de la teología protestante, siempre incluyendo en sus obras los tratados de astrología y las concepciones cosmológicas, basadas en las Sagradas Escrituras.Por aquel entonces surge en Italia Giordano Bruno, 1548-1600, católico; y en Alemania, Jacom Böhme (1575-1624), protestante. Ambos creen profundamente no ser rebeldes hacia su propia fe, pero el primero será acusado de herejía, y perecerá en la hoguera, y el otro será perseguido hasta la muerte por los pastores protestantes. Para esta afinidad de destino hay asimismo una afinidad de pensamiento: en la filosofía de ambos, si bien de forma distinta, la ley del universo y de la existencia humana era definida con la fórmula idéntica de los principios opuestos, que se oponen continuamente, pero de forma implacable se complementan. Ambos eran hijos de una época que no pudo comprender a uno ni a otro, a causa de la íntima contradicción de pensamiento característica de los años quinientos.
Recordemos que en ese período surgieron varias sociedades secretas y filosóficas, o incluso sociedades ideales, como las que expone Campanella (1623) en su "Ciudad del Sol", o Giovanni Valentino Andrea en su 'Cristianópolis' (1619). Esto sucedió en un siglo que ya abría espacio para el más completo determinismo.