Desde la Antigüedad la Luna ha ejercido una fascinación especial sobre el ser humano. ¡Cómo no! Aquel cuerpo celeste ‘colgado’ sobre la cabeza de los seres humanos, cambiaba de tamaño cada día, crecía y decrecía, desaparecía por completo, y volvía, bello y brillante hasta ponerse lleno y luminoso, en su ciclo de 28 días. A medida en que el hombre empezó a observar la regularidad de este ciclo, empezó también a percibir su gran influencia (o, si lo prefieren, sincronía) sobre los ciclos naturales femeninos, el flujo y reflujo de las mareas y también sobre otros varios acontecimientos en la Tierra. Hemos de recordar que, en la Antigüedad el hombre estaba mucho más integrado con la naturaleza, y que muchos de los antiguos calendarios (como el Maya, por ejemplo) eran lunares y no solares. En la época en que la humanidad daba énfasis a la agricultura, los hombres observaban más los ciclos lunares que los solares. Y las principales religiones antiguas desarrollaron ceremonias especiales vinculadas al ciclo lunar. Las festividades y los rituales se correspondían así con los ciclos de la naturaleza. La religión de la Gran Madre, Wicca (que resurge con fuerza en varios países del mundo) liga sus ritos a la Luna, llena o nueva. Es el Alma de la Naturaleza, que se celebra en cada rito. Hécate, Diana, Hathor, Ganesha, eran algunas de las divinidades lunares reverenciadas por los pueblos antiguos, algunas de las cuales persisten en la actualidad. Desgraciadamente, la vinculación del Hombre con la Madre Tierra, y por consiguiente, con sus ciclos, viene siendo alterada por siglos de comportamiento agresivo, activo, ‘racional’, masculino, que desprecia el lado pasivo, interior, intuitivo, sensible y ‘femenino’ de la naturaleza humana. Pese a ello, hay un movimiento por todo el mundo que busca restablecer el equilibrio entre esos dos polos de la naturaleza humana, mediante varios procedimientos que nos conducen a lograr una mayor armonía interior. El olvido de estos ciclos naturales conduce al hombre al desequilibrio, a la enfermedad.
En la astrología se considera al Sol como principio masculino, o ANIMUS, y a la Luna como principio femenino o ANIMA. La LUNA, reflejo de la luz solar, representa, dentro de nuestra personalidad, a nuestra infancia, nuestro hogar materno y nuestra madre. En la infancia se forma y estructura nuestra autoimagen. El bebé se anida en el útero materno, dentro de una bolsa, flotando en el líquido amniótico, útero este que astrológicamente es representado por la Luna. Es el elemento agua, la leche, el alimento que está representado en la Luna; y la Luna/Mar/Mater es indicativa de la fertilidad de la mujer. De la Luna depende el bebé para su desarrollo emocional y sentimental. En cuanto nace, el bebé va al regazo de la madre para recibir calor, alimento y amparo. Si esta madre lo rechaza, si no lo alimenta, o peor, si lo agrede y maltrata, el bebé tendrá serios problemas psicológicos al llegar a la fase adulta, incluso aunque no tenga conciencia de ello. El subconsciente guardará los acontecimientos en la memoria psíquica. De hecho, la Luna representa la parte psíquica inferior, el EGO y se integra a la personalidad. Los psicólogos saben muy bien que los traumas de la infancia permanecen ocultos en nuestro subconsciente ¡para siempre! En la estructura de la Cábala, el Árbol de la Vida, la Luna corresponde a la Sefira de Yesod, el Fundamento. Es la 9ª Sefira, Depósito de Imágenes, Esfera de la Ilusión. En ella se plasma el alma del ser humano antes de la materialización.
La Luna también es responsable por nuestra receptividad, por nuestra imaginación, por nuestra sensibilidad, por nuestras reacciones, hábitos y memorias, por la forma en cómo nos adaptamos al medio ambiente y expresamos nuestras emociones. El signo vinculado a la Luna es el de Cáncer, que indica el sentimiento de protección y nutrición, el hogar, la infancia. Este signo, que marca el Solsticio de verano (invierno en el Hemisferio Sur) fue contemplado en la meditación del mes de junio. El eje Cáncer/Capricornio representa por una parte a la Madre, y por la otra, al Padre.
Otra influencia del efecto lunar, comprobada por la medicina, es la que ocurre especialmente en los hospitales psiquiátricos, los brotes de las enfermedades. En la Luna Llena aumentan los crímenes, las crisis, los brotes psicóticos. Y ¿qué decir del ciclo menstrual, de la duración de la gestación, del parto y del nacimiento de los bebés, todos vinculados naturalmente al ciclo lunar? ¿Y las mareas? ¿Habéis notado el dibujo que, con su flujo y reflujo forma el mar en la playa, cómo se modifica según el signo en que se encuentra la Luna? (Esto ha sido comprobado por un estudio en Alemania).
En fin, todos nosotros, en mayor o menor grado, nos sentimos fascinados a la vista de la Luna Llena. Nos volvemos románticos, o tristes, o melancólicos o nostálgicos. La Luna estimula, en fin, nuestro lado más íntimo, más secreto, nuestros recuerdos y nuestra memoria. Todos los meses la Luna se opone al Sol, en el momento en que recibe del Astro Rey el máximo de exposición a la Luz, y refleja esta Luz sobre nosotros. Ésta funciona como un reflector, iluminando un área específica de nuestra vida. Actuando de noche, ella enfoca las áreas secretas y ocultas de nuestra psique. Desde el punto de vista astrológico, el signo donde se halla la Luna cuando está Llena o Nueva (lunación), acaba teniendo una importancia mayor en aquel mes específico y en los asuntos representados por el signo donde ella se encuentra. Es como si la Luna enfocase un área de nuestra vida. De ahí la importancia que tienen las Lunaciones al hacer las previsiones astrológicas.
Como en astrología mundial se considera a la Luna representativa del pueblo y de las masas, ella acaba por ejercer su influencia sobre una gran cantidad de personas (siempre dependiendo del signo y de los aspectos que forma en aquel mes específico). Este análisis se usa más en astrología mundial para hacer previsiones de acontecimientos que afectan a un país específico o a la humanidad como un todo.