Quede aquí el toque de que paraíso e infierno son estados interiores de conciencia.
Son portátiles, pues cada cual lleva el suyo dentro del propio corazón. Por tanto, el hecho de prestar algún tipo de ayuda a alguien, por mínima que sea, es siempre positivo, pero no garantiza a nadie condiciones espirituales elevadas, ya que esto es cosa del fuero interior y es el grado de equilibrio de cada cual, intransferible, de responsabilidad totalmente individual, e imposible de comprobar por los sentidos terrestres. No hay ningún premio espiritual o paraíso esperando a alguien consciente que ayuda a los demás. Tal persona, por su propio discernimiento (suyo y de nadie más), sabe que el gran premio es la oportunidad de ser productivo y útil en el contexto actual de su vida. Solo por eso ya se siente contento, por poder participar en algo útil en el mundo.
Su corazón da las gracias al TODO por las oportunidades, y sabe que su paraíso e infierno interiores dependen básicamente de lo que piensa, siente y hace en la vida. Y esto es lo que habrá de determinar sus rumbos en lo sucesivo.
Cuando se descubre que el Cielo está dentro de uno mismo, ¿quién se preocupa por garantizar sitio en el paraíso de fuera después de la muerte?
Cuando se sabe que nuestras confusiones emocionales ya son nuestro infierno interior, ¿quién temerá el infierno de fuera, cuando ya se reconoce que hay miles de demonios secretos rondando el propio corazón?
No, no hay premios celestes. Lo único que hay es tan solo el júbilo del despertar de la propia conciencia más allá de su egoísmo. Y eso ya basta a cualquiera que sea consciente para sentir alegría extrema. ¡Eso es paraíso! Y solo depende de nosotros mismos.