El Universo se mueve en permanente cambio. El flujo continuo de la vida tiene su expresión más perfecta en el alternar del día y la noche, y en la secuencia de las estaciones.
El hombre, como parte integrante del Universo, también tiene su vida regulada por ciclos alternos de prosperidad y escasez, movimiento y parálisis, alegría y tristeza.
Sin embargo, esta verdad tan simple y natural parece a menudo muy difícil de comprender. Los seres humanos están permanentemente intentando estructurar áreas de su vida sin aceptar la posibilidad de un cambio.
Todos queremos seguridad. Hay algo dentro de nosotros que intenta reprimir y moldear nuestras experiencias, convirtiéndolas en una unidad cristalizada.
Esa tentativa de estructurar la naturaleza es absolutamente ineficaz, pues no hay ninguna garantía respecto de lo que va a ocurrir mañana, todo cambia. Tenemos la esperanza de que, una vez garantizada nuestra relación, nuestra carrera, nuestro matrimonio, todos nuestros temores desaparecerán de inmediato.
Pero la intención de realmente convertir todo eso en estructuras permanentes es lo que provoca un sentimiento de ansiedad y miedo, y consiguientemente, de dolor. El dolor es inherente al proceso cumulativo, al miedo de perder lo que hemos construido pacientemente a lo largo de años.
Frecuentemente, ante lo inesperado, ante el inexorable girar de la rueda del destino, perdemos pie totalmente, y estamos como ciegos, sin luz alguna que nos indique una salida. Y entonces, en ese momento, es cuando hemos de encontrar, en algún lugar dentro de nosotros, una fuerza capaz de volver a encender la luz.
Esta fuerza es la fe. La fe que no requiere raciocinio, condiciones, ni siquiera tentativa alguna de pensamiento. Por mucho que lo dudemos, esperar que algo ocurra precipita su realización.
La suerte que acompaña a las personas exitosas es que ellas simplemente no admiten la hipótesis del fracaso. Este es el secreto de su triunfo. En lenguaje psicológico, diríamos que una persona atrae experiencias felices a su vida mediante un proceso inconsciente, que se pone en marcha por medio de la expectativa de que van a suceder.
Desde el punto de vista de la Astrología, las energías planetarias se relacionan simbólicamente con nuestros procesos interiores. Y, en la carta astral, la casa en que está localizado el planeta Saturno representa el área de la vida en que más se manifiesta nuestra resistencia a los cambios.
Esto se debe a que Saturno, llamado Señor del Karma porque reparte justicia y enseña con la experiencia, se identifica con el miedo, el apego y con la sensación interior de falta de suerte. La presencia de Saturno representa el área del mapa en que las personas están bajo control, en que no parecen capaces de relajarse y permitir el fluir natural de la vida.
La base de la dependencia de algo o de alguien es el miedo. Siempre que invierte emocionalmente en algo, la persona pasa a depender del éxito. Cuanto más sujeta las riendas, más insensible se vuelve frente a los fallos e imperfecciones humanas, y más aumenta su horror al fracaso. Este es Saturno en su peor aspecto.
Todo ese autocontrol bloquea el fluir de la vida y tenemos miedo a tener miedo. No es el miedo en sí lo que causa el problema. Es la reluctancia a admitir que tenemos miedo.
La conciencia de que los cambios son parte indisociable de la existencia humana trae como consecuencia la convicción de que los obstáculos y dificultades, por muy mal que se presenten, inevitablemente pasarán.
Publicado dia 10/20/2011 12:49:20 PM em STUM WORLD
