Uno de los principales males que afligen al ser humano en los días actuales es la ansiedad. Hay una desesperación predominante en querer realizar los deseos de manera instantánea.
En este anhelo por las realizaciones, perdemos una de las mayores riquezas de la vida que es disfrutar el momento presente. Esto sucede porque, a lo largo del tiempo, nos olvidamos de que somos parte indisociable de la naturaleza y, por esta razón, lo mas sensato seria que viviésemos en perfecta sintonía con su ritmo.
Si conseguimos paralizar nuestra ansiedad por algunos instantes, y recordar como todo en la existencia precisa de un tiempo preciso para germinar, generar frutos y madurecer, ciertamente nos libertaremos de la angustia que es generada por la necesidad de apurar el ritmo natural de la vida.
Nuestro ego no acepta ser contrariado en sus deseos, por esta razón, nos lleva a actuar de un modo impulsivo, buscando hacer que la realidad se amolde a nuestra voluntad.
Cuando esto sucede, somos dominados o por la rabia, o por el sentimiento de victima y, rápidamente, buscamos dentro de nosotros un motivo cualquiera que explique la razón por la cual estamos siendo castigados.
Si encontramos una explicación, esta viene seguida de culpa y nos atormentamos rumiando el arrepentimiento. Si no identificamos un motivo, entonces, culpamos por nuestro sufrimiento a Dios a los otros o a cualquier circunstancia externa.
El hecho es que raramente nuestro ego asume que es él mismo que aleja la realización de nuestros objetivos, al dejarse dominar por la urgencia y por la desesperación.
Aprender a esperar es uno de los mayores desafíos de la vida, pero es también lo que puede proporcionarnos las lecciones más valiosas en lo que respecta al respeto interior, la madurez y la sabiduría.
Nosotros nos olvidamos de como esperar, este es un espacio casi abandonado. Sin embargo, ser capaz de esperar por el momento correcto es nuestro mayor tesoro. La existencia entera espera por el momento adecuado. Hasta los árboles saben esto; cuál es el momento de florecer, el de dejar que las hojas caigan y el de erguirse desnudos hacia el cielo. También en esa desnudez son bellos, esperando por un nuevo follaje con gran confianza de que las hojas viejas hayan caído y de que enseguida las hojas nuevas estarán llegando.
Y las hojas nuevas comenzarán a crecer. Nosotros nos olvidamos de cómo es esperar: queremos todo con prisa. Se trata de una gran perdida para la humanidad…
En silencio y a la espera, alguna cosa dentro tuyo está creciendo, tu auténtico ser. Un día salta y se transforma en una llamarada, y tu personalidad entera es despedazada: eres un nuevo hombre. Y ese hombre nuevo conoce los sumos eternos de la vida”.