En nuestro día a día constantemente transitamos entre numerosas personas, y en casa, cuando supuestamente estaríamos a solas, o miramos la tele o estamos con vecinos, o leyendo, o hablando por teléfono, en Internet, etc. En fin, en todo tiempo estamos enredados en toda suerte de situaciones que nos informan de que nunca estamos solos. O quizá nos hacen iludirnos con esa sensación.
Complementando ese tipo de ininterrumpida interactividad, la vida en nuestro planeta también se ha venido mostrando desbordante, emergente y rápida. Y la Tierra, aun siendo nuestro hogar, nuestra morada, paradójicamente acaba siendo el lugar donde pocos tienen la verdadera ocasión de sentirse en casa.
Esa supuesta verdad de que nunca estamos solos acaba revelándose una grandísima mentira. Parece una broma que nos gastaron y que a toda costa aún intentan pegar a los desavisados.
Incluso podemos creer que sólo por el motivo de tener mucha gente a nuestro alrededor y también a causa de todo el exceso de informaciones que nos atraviesan, nunca estamos solos, o no hay espacio para sentir ese vacío. En tal sentido, si acaso alguien se quejase de la soledad, sería algo totalmente infundado. Pero ¿lo sería de veras? Según parece, no, uno de los sentimientos más profundos de la humanidad es el de soledad.
Gran número de personas literalmente odian los fines de semana cuando terminan sus actividades de trabajo y se desconectan de las relaciones de referencia. Hoy, más que nunca, hay muchas, muchísimas personas que no se sienten pertenecer a los medios en que circulan, a los ambientes donde viven. Muchos se encuentran como pez fuera del agua.
Los más ávidos por sentirse vinculados, o se casan indebidamente, o caen en la vida nocturna, consumen drogas o incluso se envician en el sexo sin compromiso, entre otras situaciones dañosas. Su búsqueda tiene que ver con la saciedad para evitar el sentimiento del vacío de la soledad, el peor de los mundos, lugar donde incluso cuando se está acompañado hay sensación de aislamiento.
Entre cabalgadas silenciosas, jóvenes, adultos e incluso niños andan en una búsqueda ciega del sentimiento de hogar, el cual frecuentemente nunca han experimentado en su plenitud.
La vida en el siglo XXI dificulta sobremanera la resolución de esta clase de conflictos, pues todos parecen ir con prisa, principalmente en las ciudades grandes. Cuando se intenta hacer amigos por Internet, por ejemplo, éstos en poquísimo tiempo evidencian ser amistades únicamente virtuales, o sea, descartables. En la vida práctica, cuando se hacen amigos en el trabajo, la competitividad es lo que impera. Todo es efímero, y en instantes se deshace.
Los más sensibles, que necesitan un contacto más directo, mirar a los ojos, esencia con esencia, normalmente se quedan al margen de todo y de todos. Al margen de los programas de funcionamiento práctico de vida que eximen al ser humano de la relación de conexión profunda que se puede tener con el otro. Silenciosamente, empero, e incluso sin saber de los caminos certeros, buscan abrir espacio para que la riqueza existente en los intercambios afectivos se produzca y para que el significado de los vínculos y de los retos, que existen en todas las relaciones, puedan llegar como reales experiencias de vida.
No se equivoquen los más introvertidos al suponer que el mundo de los extrovertidos es diferente del suyo. Lo que sucede por el lado de dentro, a menudo está en el mismo orden de percepción para ambos.
Hoy más que nunca las gentes sienten soledad. Al mismo tiempo en que hay un desprendimiento para viajar solo, para comer en restaurantes y cines en compañía de uno mismo, la sociedad "auto-suficiente" en este ítem peca al ocultar en sus profundidades la dificultad para vincularse. Hay, no obstante, un límite para eximirse o pasar por alto las dificultades que ocurren en las entrelíneas. Un día se cae la casa y el sentimiento de soledad y de falta de vínculo irrumpe sangrante.
Lo que complica este tema es que hoy es muy difícil que las gentes hablen de su propia soledad, todos están frenética e ininterrumpidamente enchufados, conectados. La gran cuestión es que el momento de la confrontación con uno mismo, un día fatalmente se produce, desmontando cualquier mecanismo de defensa.
La búsqueda de la terapia viene en tales ocasiones, en que la soledad y el sentimiento de no pertenencia se vuelven tan implacables que el propio sentido de la vida desaparece. Es en estos momentos cuando angustias impensables se adueñan del individuo y la conocida lidia con la vida fracasa. Es cuando llega la crisis.
Si bien guiada, la resolución de la crisis podrá transformar al individuo por completo y un verdadero renacimiento podrá producirse. Nuevas opciones y osadía para plantearse lo importante es lo que empezará a valer. Esto puede ocurrir con independencia de la edad.
Tuve una paciente que a los 70 años conoció a un señor ruso por Internet y dijo convencida a sus hijos y nietos que regresaría a su país de origen, Rusia, para vivir con esta persona que le había hecho recuperar su sentimiento de pertenencia. Decía que su voz de ruso apaciguaba su corazón, devolviéndole los recuerdos de su tierra de origen, de su lengua materna.
En la vida de hoy todo se organiza de modo diferente a como era otrora. El sentimiento de pertenencia a algo, de sentirse en casa ha cambiado radicalmente. Las diversas familias se configuran de modo alejado del de antiguamente, muchos han cambiado de religión, los empleos ya no son permanentes y tampoco son garantía de nada. Cada día que pasa, cambia la tecnología. Lo que es moda hoy, corre el riesgo de no serlo dentro de unas horas.
Transitar, pertenecer y vincularse en un mundo en que la nueva ley se basa en el cambio constante, no es tarea fácil. Que nada sea fijo dificulta las referencias de origen, el reconocimiento de la estructura interna.
Encontrarse con uno mismo y con las propias verdades hace que el vacío y la soledad se conviertan en la energía radiante que viene de uno mismo, en un lugar seguro y de referencia. Tu mundo interno, aunque mutante, debe ser tu templo.
Centrarte y reconocer lo que forma sentido es la puerta de acceso al otro, a los vínculos y al crecimiento promovido por todas las relaciones.
Silvia Malamud é colaboradora do Site desde 2000. Psicóloga Clínica, Terapias Breves, Terapeuta Certificada em EMDR pelo EMDR Institute/EUA e Terapeuta em Brainspotting - David Grand PhD/EUA.
Terapia de Abordagem direta a memórias do inconsciente.
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Autora dos Livros: Sequestradores de almas - Guia de Sobrevivência e Projeto Secreto Universos