Cuando ya ni siquiera nos miramos al espejo es que hemos llegado al extremo, pero antes de que eso suceda, ya hemos recorrido algunas etapas.
Primero empezamos a ponernos las piezas que están por delante en el ropero, ya no importa combinar colores y texturas. Si hace frío echamos mano siempre de aquel jersey o chaqueta.
Pendientes, maquillaje, collar y perfume, ya no sabemos siquiera dónde los hemos puesto.
La vanidad extrema es también, sí, un problema, pero la forma en cómo nos arreglamos refleja nuestra autoestima. Aquí, no estamos en modo alguno hablando de ostentación, sino del deseo de estar bien arreglados y sentirnos bien. Tu autoestima es reflejo de tu interior; puedes llevar ropa sencilla y cómoda y sentirte muy bien, esto significa que tu Yo Interior está bien y está feliz.
La felicidad se hace de pequeños momentos, que sumados reflejan nuestro estado en el momento. Pero ¿qué decir cuando año tras año los momentos son repetidamente infelices? Párate un instante y verifica qué te parece la imagen reflejada en el espejo. ¿No será el momento oportuno para juntar los trocitos y empezar una vida nueva?
El deseo de cambiar debe partir siempre de dentro hacia fuera. El equilibrio energético trae en muy poco tiempo esta diferencia a tu vida.
Cuando tu cuerpo, tu mente y tu espíritu se hacen uno, tú te vuelves más auténtico y notas que tu vida anda en armonía con el Todo. Sentirás que cada cosa que sucede y cada momento que se vive tiene una razón de ser. Tu mayor y mejor sentimiento será el de que nada más te falta, pues todo lo necesario para tu vida empezará a ser atraído hacia ti.
La desconexión con el Todo nos hace vivir historias repetitivas, siempre con la inmensa necesidad de rectificar la primera que se ha vivido y que ha causado un bloqueo energético.
Cuanto más buceamos en nuestras emociones y sentimos la intensidad de cada una de ellas, más sufrimos permaneciendo en el estado en que nos hallamos.
Cuando ponemos nombre a nuestros problemas, la sintonía de sanación ya empieza a vibrar hacia nosotros.
Hay una persona a la que atiendo que hoy ya se ha convertido en amiga mía. Acudió a mí porque se consideraba muy desgraciada en su matrimonio. Ella tiene unos hijos maravillosos, pero su peor queja se refería al marido, que tenía graves problemas psiquiátricos y no se cuidaba, no aceptaba la enfermedad y no buscaba ayuda. Su comportamiento se estaba haciendo cada vez más insoportable y destructivo.
Un día, al mirarse al espejo, notó que ya no existía la imagen de años atrás, se sentía descuidada, sin brillo en la mirada, y lo peor es que ésta transmitía toda la tristeza que de hecho sentía. Rezó, entonces, con toda la fe que se puede poner en un momento de desesperación y, en aquel mismo día, recibió un correo de una amiga indicándole un artículo mío sobre Radiestesia y Mesa Radiónica en el Sitio del STUM. Hoy ella siempre me dice que el STUM tiene una vibración diferente cada vez que acude a él y que siempre encuentra allí palabras transformadoras y que modifican su realidad para mucho mejor.
El diagnóstico dado a su marido era bipolaridad, trastorno caracterizado por altibajos en el humor que se manifiestan como episodios depresivos que se alternan con los de euforia, actividad cognitiva y física intensa y falta de autocontrol y de juicio. Se trata de una alternancia de fases de depresión y euforia descontrolada que pueden durar días, semanas e incluso meses.
La convivencia se estaba haciendo cada vez más difícil; durante años ella se había anulado, considerando que siendo sumisa y cambiando su conducta según los deseos de su marido las cosas irían bien, pero esto nunca sucedió. Ser atenta y servicial fue la forma que encontró de anularse por completo, pero incluso así las consecuencias y la forma en cómo era tratada empeoraban cada día.
Empecé entonces el tratamiento con la Mesa Radiónica buscando el equilibrio completo de su energía a fin de que ella tuviese discernimiento para percibir lo que sería mejor para su vida; después emprendí la identificación y completa eliminación del “bloqueo” que le había hecho atraer una historia tan complicada y sin solución.
Identifiqué, en su niñez, una riña muy intensa entre su padre y su madre cuando ella tenía tres años. En esa riña el padre golpeaba a la madre y decía a ésta palabras que le dejaron marca, tales como: tú acabaste con mi vida el día en que te quedaste embarazada a propósito.
Sin ningún comentario y sin darle demasiado valor a la cuestión, le dije: tú has atraído a tu marido para tu vida con la intención de curar todo sufrimiento que tu madre pasó y lo único que estás consiguiendo es repetir una historia. Eliminé entonces, por medio de la Mesa Radiónica tal momento y dije: esperemos a que pasen los días, a que la energía actúe, no adoptes ninguna decisión precipitada y nos vemos en treinta días.
Pasados los treinta días, ella vuelve con una enorme sonrisa en la cara y muy ansiosa por contarme las novedades. Había logrado hablar de manera clara y puntual con su marido, que aceptó y reconoció que necesitaba tratamiento.
El tiempo ha pasado y hoy, meses más tarde, encuentro en una doble cita a ella y a su marido haciendo planes juntos para el futuro.