Circula una frase en Internet, del poeta Ferreira Gullar, que dice lo siguiente: Yo prefiero ser feliz a tener razón.
Siempre me ha parecido intrigante esa tal relación: razón x felicidad. Porque todos quieren sentirse felices, pero esa “manía” de querer tener razón se ha adueñado de las relaciones amorosas, parentales, sociales, empresariales, profesionales, etc., y ha venido causando muchas rencillas, conflictos, resentimientos y rupturas, y la infelicidad afectiva/de relación anda por ahí instalada.
Esa “manía de tener razón” tiene su origen en el individualismo. Y cuando buscamos el origen del individualismo encontramos el egoísmo, una estructura emocional infantil que administra la personalidad de muchos adultos.
Sobre el individualismo, específicamente, sería bueno recordar que no se deben confundir individuación e individualismo, pues difieren bastante. Pero en la búsqueda de la individuación, muchos acaban por atollarse en el individualismo.
En el proceso de individuación, yo descubro quién soy, lo que me gusta, lo que no me gusta, reconozco potenciales, herramientas, pero también adquiero sabiduría, humildad, y con ellas percibo que formo parte de un todo mucho mayor que mi ombligo y mi mente. Descubro que coexisto, lo quiera o no, con múltiples formas de vida, con conciencias de lo más diverso en una relación interdependiente, y esto me lleva al altruismo, a la generosidad, a la solidaridad, a la comprensión. Pues, en la coexistencia, una vida sólo existe porque está en relación con otras vidas. Así, compartimos sol, oxígeno, agua, tierra y todo lo demás que el planeta ofrece. Con ello, sin querer o con consciencia y elección activa, engendramos vida y disfrutamos de la vida.
Nuestro planeta Tierra, por estar inserido en una red universal de vida, también necesita de todo lo demás en el Universo para poder mantener, por ejemplo, la gravedad, al igual que las mareas, y los ciclos de vida – así los cortos, como las estaciones del año, como los largos, que comprenden las eras.
En cambio, en el individualismo nos parece que somos el centro del Universo y que todo lo demás debe orbitar a nuestro alrededor.
De esta manera, cuando procedemos de forma individualista o, en otras palabras, de forma egoísta, buscamos imponer nuestra opinión y voluntad, y somos picajosos casi siempre con cualquier opinión divergente o cualquier actitud que no se acomode a nuestra voluntad. O sea, si el otro no es obediente a nuestro “designio supremo”, no es digno de nuestra compañía o es tratado como inferior o no confiable, o como alguien a quien podemos maltratar diciéndole palabras rudas y agresivas. En otras ocasiones, repartimos los grupos en “tarteras”, la de aquellos que piensan como nosotros, y la de los “otros”, los que no piensan como nosotros.
Así se entablan las guerras.
A menudo, en las relaciones personales, agravamos la situación porque actuamos con prepotencia y arrogancia, sufriendo así una inhibición aguda de nuestra lucidez y de nuestra inteligencia, y éstas, comprometidas por nuestro alto engrandecimiento inadecuado, nos hacen distorsionar los hechos, pasando a responsabilizar a otros por nuestro malestar o por lo que ha sucedido. Siendo que muchas veces la realidad es que ambos hemos colaborado en dificultar el entendimiento en la relación, por proceder exactamente de la misma manera, cada uno atrincherado en sus verdades, desconectado del otro, es la tal “manía de tener razón”. Así, está creado un conflicto de difícil solución.
El egoísmo es un gran interruptor de la conexión entre corazones, enrigideciendo la sensibilidad, y haciendo imposible nuestra percepción clara de la vida.
El egoísmo y la prepotencia nos hacen pensar que tenemos derechos que no existen. Nos hacen sentir víctimas de injusticia, llenos de ira, indignados, irritados, y lo que es peor, en nada ayudan a ensanchar nuestra cognición sobre la situación, para poder contemplarla con exención de ánimo, clareza y discernimiento, cuando encontramos caminos para la conciliación o la resolución de los conflictos. Los “dueños de la verdad” sienten dificultad en observar y comprender diferentes puntos de vista. Consideran que ven más que nadie, y están ciegos para la realidad a su alrededor.
Pueden incluso ser rápidos en la argumentación, ser ágiles espadachines de las palabras, pero esto no es sinónimo de sabiduría o de inteligencia, como piensan muchos.
En este caso, ¿qué hacer? Abrir mano de mi opinión ¿podría ser entonces un camino hacia la conciliación y la felicidad?
Depende, acaso sea únicamente una forma más de reactividad, aunque contraria, o sea, en vez de imponerme, me omito, ciertamente no me sentiré mejor, incluso podría sentir angustia, tristeza, o sentirme ofuscado, porque la causa de todo, el egoísmo y la vanidad, continúa allí, actuando, aunque en los subterráneos de la percepción consciente.
Ahora bien, si esta decisión proviene de un corazón más amoroso, que está ocupado también en crear bienestar y felicidad para los demás, todo cambia. Las decisiones hijas del amor pueden engendrar inmenso bienestar, aunque requieran de nosotros algún sacrificio momentáneo. Porque la felicidad está atraillada a la capacidad de amar. Y amar a los demás, hacer más cálido el corazón, desarrollar ternura, dulzura, amabilidad, tolerancia, aporta inmenso bienestar interior, aparte de crear nuevas estructuras emocionales y psicológicas modificando la forma de percibir la vida y de interactuar con ella.
El amor por los demás y por la vida tiene el poder de disolver el egoísmo y sus crías, como son el individualismo y la vanidad exagerada.
En ese momento surge la capacidad de usar la mente cimentada en una inteligencia amorosa, característica de aquellos que han superado la infancia emocional.
Utilizar las esencias florales dentro de una actuación terapéutica es de gran ayuda en ese proceso. Pero se puede hacer todavía más.
Hasta que el egoísmo quede desdibujado, el cultivo de algo de silencio, de tolerancia y de mucha ponderación es providencial.
Aprender a escuchar, a sentir empatía por el otro, por otras opiniones, saliendo de nuestro mundo interior, mirándonos como parte de un todo mayor (de relación, social, bioquímico, espiritual), sabiendo que tanto nosotros como los demás somos fuerzas de igual importancia para el todo de la vida, es otro paso en esa nueva andadura.
Pasar nuestras opiniones por el tamiz de la afectividad, de la ética, de la justicia, de la responsabilidad, de la verdad, de la compasión, del no juzgamiento y del no prejuicio, antes de manifestarlas, es igualmente importante.
La meditación regular está indicada en este caso.¿Quieres ser feliz? Muy bien, empieza a amar a quienes andan por tu entorno, pero de veras. Amor que dé calor al pecho, que engendre bienestar, que cree situaciones en que el otro se sienta siempre incluido, valorado. Desecha la neurosis de los pensamientos que sólo se refieren a ti mismo, a cómo te sientes, a tu vida, si estás bien o no, si estás feliz o no. Ábrete de verdad a conocer a los otros más allá de los rótulos y de las opiniones preconcebidas. Entrégate al amor. Un nuevo universo de bienestar se abrirá para ti.
Thais Accioly é especialista em Terapia Floral pela Escola de Enfermagem da USP.
Professora da Pós Graduação em Terapia Floral na Escola de Enfermagem da USP.
Professora da Flower Essence Society/CA EUA no Brasil.
Professora da Bush Flower Essences/AU no Brasil.
Consultora em Cultura de Paz.
11 3263 0504 Visite meu blog e Conheça o Interativo dos Florais. Email: [email protected] Visite o Site do Autor