Cuando tenemos el control sobre nuestras decisiones de vida parece que todo fluye tal como debería ser, el problema es que a menudo nos deparamos con situaciones repetitivas que originan angustia; y la sensación que queda es la de que no tenemos el menor poder para modificar esas tales realidades indeseables.
El modo en cómo nos conducimos en familia, con los amigos y en la afectividad revela bastante sobre ese tema. Cómo nos alimentamos, si hacemos ejercicio físico o no, cómo lidiamos con el dinero y con otros innumerables asuntos, son aspectos que también forman parte de esos patrones repetitivos que a menudo escapan a nuestro control.
Ocurre que desde muy pronto, cuando aprendemos a lidiar con determinados temas que nos perturbaban, nuestros cerebros automáticamente han pasado a funcionar en un patrón de sobrevivencia en nombre de resolver tales dificultades.
Nuestros sistemas aprenden desde la más tierna edad los más diversos mecanismos para que podamos atender a todo aquello que de algún modo nos aflige.
Con el tiempo, después de algún aprendizaje, a la primera señal de peligro, instantáneamente nuestra máquina cerebral escanea y elige en sus archivos la acción que entiende como más adecuada para nuestra seguridad personal.
Pero en un segundo momento, en la secuencia de la vida, el cerebro pasa a funcionar como un programa de computador que gira en el modo automático y ya no necesita entrar en contacto con algo que le sugiera peligro, pues ha aprendido a funcionar de modo rutinario dentro de los patrones de sobrevivencia aprendidos a saber cuándo…
Sucede que la vida en sí trae innumerables otras informaciones y posibilidades existenciales que acaban quedando afectadas en calidad debido a que ese sistema funciona por medio de un filtro perceptivo y una especie de piloto automático.
Además de todo, se sabe que un hábito de funcionamiento aprendido genera una serie de recompensas que sugieren sobrevivencia.
Vamos a un ejemplo, un recorte de un caso que sucedió con uno de mis pacientes y que evidencia un hábito de funcionamiento repetitivo e indeseable: si me muestro conforme y “entiendo” todo lo que me imponen, entonces no corro el riesgo de perder a las otras personas, entonces entiendo que no seré abandonado en el sentido más profundo de la experiencia humana. Ese pensamiento/decreto surgió gracias a determinada experiencia difícil ocurrida en un tiempo lejano donde esa fue la mejor solución encontrada en aquella época. Lo que puede suceder en una situación como esta es la conquista de una realidad restrictiva donde se consigue tener a las otras personas alrededor y donde no se es abandonado. Pero con el paso del tiempo la persona de la acción puede llegar a sentirse abusada y corrompida en lo que tiene sentido real para ella misma, y que probablemente está mucho más allá del hecho de tener que estar de acuerdo ciegamente con el otro. Como consecuencia, la falencia del yo fatalmente acabará por sobrevenir, cediendo lugar a la tristeza y a la depresión como orden del día.
Y esa será la hora de ir al “mecánico”. El momento clave para buscar ayuda terapéutica.
Oportunidad para reeditarse, para entrar en contacto con el dolor del pasado que inició los conflictos de gran tamaño que afectan al presente. Suelo decir que es el momento de hacer un viaje a aquella casa antes enorme, para, después de reprocesar los contenidos, poder verla en su real dimensión. Es como cuando revisitamos un lugar lejano después de que hemos crecido y vamos hasta él llenos de recursos adquiridos a lo largo de la vida. De este modo podemos volver a lugares y ambientes emocionales antes difíciles, reprogramando y actualizando nuestro software, o sea, ¡nuestros tamaños y potencias!
Silvia Malamud é colaboradora do Site desde 2000. Psicóloga Clínica, Terapias Breves, Terapeuta Certificada em EMDR pelo EMDR Institute/EUA e Terapeuta em Brainspotting - David Grand PhD/EUA.
Terapia de Abordagem direta a memórias do inconsciente.
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Autora dos Livros: Sequestradores de almas - Guia de Sobrevivência e Projeto Secreto Universos