Los secuestradores de almas suelen tener un arsenal de estrategias que tienen por objeto mantener al otro imantado y subyugado a sus propias leyes. Aplican sus conductas con tal maestría de seducción y de culpa que las víctimas, en medio de sus peores agonías, permanecen atadas a esa terrible trama como si estuviesen sujetas a algún hechizo inmortal. En esta difícil e improbable misión de satisfacer las más profundas carencias de este tipo abusivo de secuestrador, están siempre intentando acertar, buscando la confirmación afectiva.
Sometidas en esta ilusión, por mucho que deseen verse libres de este sufrimiento, siempre serán víctimas de las más infundadas y también mejor articuladas y perversas manipulaciones, mientras que no se trabajen interiormente. Con la mente confusa, hasta el punto de dudar de su propia percepción, minada con el tiempo de convivencia, tienen la impresión de que jamás lograrán salir de esa telaraña.
¿Qué las mantiene en esa cárcel?
Las víctimas sienten que tienen necesidad de ser valoradas en su amor y, debido a esa carencia, permanecen prisioneras en la tentativa de atender a las cada vez más difíciles e infundadas exigencias. Siquiera sospechan que los secuestradores jamás se sentirán satisfechos. En su proceder enfermizo, ellos tienen la increíble capacidad de proyectar sobre sus víctimas el temor a ser rechazadas, y lo que es peor, hábilmente les hacen creer que sin ellos, sin su pseudo-amor, no sobrevivirán. Cuando la trama se deshace, el temor al rechazo tiende a volver a los supuestos secuestradores, quienes, como consecuencia, pueden pasar por momentos depresivos si acaso lograsen entrar en contacto con sus propios temas; pero también puede ocurrir que ni siquiera lleguen a entrar en contacto, y de inmediato salgan en busca de otras presas. También pueden inferir una especie de odio mortal hacia aquella que desistió de ellos y, por tanto, los rechazó.
Por padecer inmensa angustia y temor a ser rechazados, los secuestradores, víctimas de sus propias tramas emocionales, rechazan. La contraparte, a su vez, invariablemente, transita por profundas carencias afectivas y por sentimientos de abandono y desamparo que tuvieron sus orígenes y marcas muy probablemente en torno a la primera infancia.
Tales “secuestradores de alma” suelen, por tanto, deducir en el otro una constante amenaza de pérdida y desamparo y, como el miedo al rechazo es una gran herida no revelada, el otro es el que sufrirá este posible destino, si acaso permanece subyugado a ellos. Sí, un “amor” totalmente condicional, donde los que están en el papel de secuestradores acaban por desarrollar sus artimañas en nombre de no perder al otro. Consiguen convencer a sus elegidos de que éstos ciertamente se habrán de sentir pésimamente sin su compañía y dedicación, léase control). Y que además de sentirse desamparados, sufrirán el peor de los males, que es el sentimiento de soledad, en este caso visto como una especie de maldición.
Los secuestradores de alma incesantemente repiten y proyectan en el otro sus mayores recelos: “Haz lo que yo quiero, o te abandono” sería el mensaje subliminal maestro de este tipo de relación. También en el mismo lote, cuánto más sujeta se vea la presa a los interminables, tiranos y severos mandatos, más abusará el secuestrador, promoviendo un verdadero infierno, hasta el punto de que si el otro no hace nada frente a esto, una relación así lo abocará a la quiebra de sí mismo.
La relación se va haciendo cada vez más punitiva y perversa cuando el secuestrador alucina que no está suficientemente bien atendido. Castiga a la víctima, aislándola de su afecto, tratándola de manera gélida, o amenaza con dejar la relación, no atendiendo a llamadas de teléfono, por ejemplo; todo ello entre crisis de resentimiento y aún encima culpándola por no haberle dedicado la suficiente atención.
Y cuando la presa está literalmente subyugada, la privación afectiva pasa a ser el peor de los mundos y en este contexto es donde el secuestrador disfruta su goce sádico. Imaginad a qué se somete la víctima, todo en medio de culpa, seducción y amenazas.
El secuestrador tiene la maestría de hacer el famoso “gaslighting”, es decir, cuando la víctima dice o él dice algo y después todo se desvanece, y él, o la descalifica como si no hubiese dicho nada, o como si la víctima no lo hubiese comprendido bien, y ¡habla tanto que acaba consiguiendo confundir! La suerte es que eso no dura siempre y la tendencia de las personas, tarde o temprano, ¡es a despertar!
He observado, no obstante, que este tipo de relación necesita reparaciones emocionales importantes. Para evitar que se repita, para fortalecerse definitivamente, queda la indicación de hacer una buena terapia. Esta clase de sufridas experiencias requiere auxilio.
Difícilmente la persona queda indemne dentro de una relación de esta clase, o incluso cuando sale de ella. De ahí la necesidad de apoyo terapéutico. A menudo la familia y los amigos no alcanzan a hacerse una idea de lo que está ocurriendo de verdad en este tipo de situaciones. En ocasiones como esta, buscar ayuda terapéutica vale tu vida.
Silvia Malamud é colaboradora do Site desde 2000. Psicóloga Clínica, Terapias Breves, Terapeuta Certificada em EMDR pelo EMDR Institute/EUA e Terapeuta em Brainspotting - David Grand PhD/EUA.
Terapia de Abordagem direta a memórias do inconsciente.
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Autora dos Livros: Sequestradores de almas - Guia de Sobrevivência e Projeto Secreto Universos