Luz y oscuridad forman parte de la trayectoria terrena. Tanto la luz como la oscuridad transportan tesoros dentro de ellas. La dualidad de estar constantemente entre la luz y la oscuridad son características del ser humano. Vivir en la dualidad es asimismo el propósito de la vida terrena para conocer y respetar esos opuestos, que ocurren tanto en nosotros mismos como en el mundo. Desde el punto de vista de la unidad, lo que trasciende la dualidad de la vida terrena, no hay conflicto entre la luz y la oscuridad; sólo hay la dinámica entre esos dos opuestos.
Con la oscuridad, bajas a las profundidades que sólo es posible experimentar mientras se está en un cuerpo humano, con la mente y las emociones de un ser humano. A partir de esas profundidades, una luz puede nacer que añade algo nuevo a la Creación, al universo y al cosmos. Lo que tú estás haciendo aquí en la Tierra es especialmente valioso. Sentimientos encontrados de dolor, soledad, confusión y éxtasis, levedad y alegría forman parte de estar en el terreno de la dualidad. Aceptar que este flujo es continuo y natural a la realidad terrena hace que la vida sea mucho más leve.
A menudo quieres luchar contra esas ondas, porque deseas evitar sentirte miserable y volver al puesto de luz lo más pronto posible. Pero a partir del momento en que la resistencia a la oscuridad surge, una separación artificial entre la luz y la oscuridad, entre el bien y el mal se establece. Éstos se vuelven antónimos: la luz es buena, la oscuridad es mala. La oposición crea una dualidad que es falsa. Las emociones oscuras tienen valor y portan mensajes significativos. La luz, por sí sola, no es suficiente. La oscuridad representa un enorme poder, pues a partir de ella viene la posibilidad de ser un yo independiente capaz de elegir y tomar decisiones, de explorar cosas nuevas, que crece en fuerza y conciencia de sí mismo. Toda la evolución de tu alma es dependiente de tu conocimiento de la oscuridad, para poder trabajar conjuntamente con ella y transformarla.
Esto se ve muy claramente cuando estás a vueltas con una enfermedad, con síntomas físicos que perturban y derrumban tu cotidiano y tus costumbres. La presencia de esos síntomas te obliga a una inmersión en la oscuridad, porque bajo el dolor y el nivel físico de la enfermedad se halla un reservatorio entero de emociones que quieren ser vistas, que han sido reprimidas durante un tiempo. Son esas voces de la oscuridad lo que a menudo quiere salir a la superficie con la enfermedad. No obstante, por tu educación y sociedad, tienes conceptos cristalizados sobre lo que es bueno y lo que es malo, lo que puede y lo que no puede ser, suprimiendo así los mensajes de la enfermedad, y, las más de las veces, te concentras en el nivel físico, que muestra sólo los aspectos externos de la dolencia.
Contempla más profundamente la enfermedad, suprime todos los juicios sobre malos y buenos, que son realmente perjudiciales para el examen interno: la exploración de uno mismo. La enfermedad no es mala, en sentido moral. Es, naturalmente, fastidiosa, inconveniente, dolorosa, y a la luz de esto, es natural que desees la armonía y la salud, pero la enfermedad en sí no es mala. Es el resultado final de un proceso interno, y una dinámica entre represión y querer ser visto, y esa dinámica se da a conocer a través del cuerpo.
Contempla tu cuerpo como un instrumento muy puro. Mientras tu cabeza está llena de juzgamientos morales sobre el bien y el mal, el cuerpo permanece ajeno a eso. El cuerpo viene antes, y está fuera, del reino del juzgamiento y de la moralidad. Esto en sí es un milagro; el cuerpo no va a dejarse enredar por voces de prejuicio, miedo y moralidad. En este sentido, el cuerpo es el instrumento más puro de que dispones en el aquí y ahora.
No consideres el cuerpo como solamente materia física. El cuerpo es, ante todo, un campo de energía. Percíbete desde la cabeza a los pies. Ese campo no se detiene en la superficie de tu cuerpo, sino que se extiende más, y es más grande que tu cuerpo.
El cuerpo y el campo están profundamente entrelazados; el uno no existe sin el otro. Percibe el campo vivo y a tu alrededor, y conéctate con él. Respira y relájate. Intenta sentir el campo sin pensar en ello; simplemente permite que él esté ahí. Saluda a tu cuerpo, al campo sofisticado y perfeccionado de energía que es. Tu alma está presente en este campo. Lo que te desconecta de este campo son tus pensamientos, que separan y juzgan. Deja eso de lado ahora y acógete. Ve contra todos los prejuicios seculares, diciendo “sí” a tu corazón, a tus órganos, a todas las emociones que portas dentro de ti, lo que llamas bueno y lo que llamas malo, y contémplalos como un todo. ¡Sé libre en ti mismo! Todo lo que es vivo en este campo es bueno, es bienvenido y tiene valor.
Imagina que te deslizas muy ligeramente a lo largo de esas aristas con tu consciencia y confirmas: “Sí, este es quien yo soy ahora y eso es bueno. Todo eso está permitido ser.” Determina si el campo se extiende bajo tus pies, y si hace contacto con la Tierra. Si no lo hace totalmente, ve con tu consciencia hasta debajo de tus pies y percibe cómo la energía de la Tierra te recibe.
El poder del soporte nutritivo de la Madre Tierra te ayuda a sentirte más relajado y tranquilo dentro de tu propio campo de energía, y lo hace sin juzgar. La Tierra y tu cuerpo son indisociables; ambos trabajan a partir del mismo dinamismo, de la misma sabiduría. La Tierra sabe instintivamente lo que necesitas para curarte, tanto físicamente como a nivel emocional. Recibe su fuerza ahora, y permanece abierto a la fuerza de la Tierra dentro de tu cuerpo.
Este es el inicio de conectarse con la energía de una enfermedad o una queja; hacerse libre de prejuicios y volver para casa para uno mismo.
A fin de aprender a comprender la enfermedad, es necesario volver para casa para uno mismo, para decir “sí” a quien tú eres, y para entrar en el campo del no-juzgamiento, que está en torno a ti y en tu cuerpo. Imagínate, en estado de observación calmo y tranquilo, y mírate como un portal donde visualizas tu ojo interior. Detrás de ese portal hay una parte que has escondido y no quieres ver. Tu cuerpo experimenta una queja o una desarmonía, porque quieres mantener esa parte encerrada bajo siete llaves. Deja ir tus pensamientos para averiguar qué puede ser esa parte, y ahora imagina el portal abriéndose. Por tu atención y presencia silenciosa, a esa energía, a esa parte de ti, ahora le está permitido salir. Ya no sientes la necesidad de mantenerla de vuelta. Basta ver lo que viene de fuera, lo que parece. Y recuerda - ¡todo está bien!
Si estás a punto de juzgar, o bien, si empiezas a dudar de que el proceso esté funcionando, una vez más deja ir esos pensamientos. No necesitas ver nada, simplemente siente lo que fluye hacia fuera de la puerta y di “sí” a eso. Si allí sientes que hay tristeza, o si ves una imagen o un color que sale de ese portal, pregúntale a qué parte de tu cuerpo pertenece. Lo que está saliendo es una energía emocional que ha sido reprimida. Pregunta ahora dónde esa represión está produciéndose en tu cuerpo. Deja que el cuerpo te hable; él quiere hablar contigo para hacerte sugerencias, para que puedas ver las cosas.
Ábrete, y aunque no tengas éxito, inicialmente, hazlo todo de nuevo cuando te encuentres a solas y en un estado relajado.
Conéctate con el campo que no conoce el juzgamiento. Imagina que hay un portal, por detrás del cual algo que te pertenece, y que tú has alejado, quiere manifestarse y mostrarse. Permite que la consciencia y la luz fluyan hasta la parte de tu cuerpo que sufrió con la represión. Y no importa si este proceso de conexión con tu cuerpo no produce resultados visibles de inmediato. Para recuperar la conexión intuitiva con tu cuerpo es preciso que te inclines hacia ti mismo en un estado de quietud y de no-juzgamiento.
Si lo haces regularmente, empezarás a sentir cuán eficaz puede esto ser. Incluso si el mensaje no te llega inmediatamente, sigue siendo bueno estar contigo mismo.
por WebMaster
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