Conozco a una pareja de recién casados que podría ser, vista desde lejos, una pareja modelo. Ella, linda, airosa, delicada, buena familia y además excelente profesional. Él, no menos capaz, carrera prometedora, buen partido. Susana, nombre que daremos a tal muchacha, no sabe qué hacer para agradar a su marido, quien a su vez parece bastante atento con ella.
La semana pasada tuvimos ocasión de volver a ver a esta agradable pareja cuando estábamos todos de visita en casa de amigos comunes. Confieso que no pude dejar de notar, tras casi seis meses sin verlos, la diferencia sutil pero al mismo tiempo brutal, claramente vista en el momento en que reencontré a la pareja. Susana sigue siendo delicada y conserva su dulce sonrisa, pero ha perdido visiblemente su conocido brillo. Por momentos me pregunté qué podría haber sucedido en su vida. Él, a quien llamaremos Matías, contrariamente a ella sigue tan apuesto como cuando lo vi por primera vez.
Como vivo fuera de la ciudad donde todos ellos viven, sólo había escuchado algunos comentarios lejanos sobre el funcionamiento de la pareja y de cómo toda la pandilla de ella, formada por niñas que se criaron prácticamente juntas y que ahora están casadas, gradualmente se han ido alejando de la pareja. Comentaban que alguna que otra vez él buscaba conflicto con algún camarero, o bien alguna conversación derivaba hacia un clima desagradable cuando él estaba presente y mostraba una opinión irreductiblemente adversa en algún tema abordado. Otra cosa es él que casi nunca se mostraba de acuerdo con los programas elegidos y las ideas de él, a priori, le parecían siempre las mejores. En ocasiones, cuando sus ideas eran desechadas, prefería renunciar a la compañía de los amigos y salir él solo con su esposa. ¿Abrir mano de sus programas? ¡Ni pensarlo!
Esa vez, desgraciadamente, no fue diferente. Fuimos tres parejas a un restaurante de moda al que todos querían ir, incluso ellos, pero al llegar, y llevando sentado unos 5 minutos a la mesa, Matías decidió que los vecinos de la mesa de al lado hablaban en tono excesivamente alto. Dijo que no permanecería sentado allí, y rápidamente fue disponiendo que sería mejor que todos se moviesen para otro rincón, sin preguntar el parecer del grupo, sin cuestionar, sólo lo impuso. En este momento, todos nos miramos unos a otros y comentamos que, aparte de que el restaurante estaba atestado y ciertamente tardarían mucho en volver a ubicarnos, añadimos que a nosotros no nos molestaba nada la charla supuestamente exaltada de los vecinos. En cuanto Matías oyó esto, prácticamente ordenó que Susana se levantase y dijo educadamente que no se quedaría allí y que, si nos apetecía, podíamos quedarnos donde estábamos tranquilamente, pues ellos iban a mirar si había otra mesa disponible, y si no la hubiese se marcharían, remachando que. si nos apetecía... y no nos molestaba, pues muy bien.
Te estarás preguntando cómo quedó Susana en esa situación, pues bien, ella se quedó como puedes suponer, planchada. Intentó argumentar algo, pero fue en vano; aparte de que no fue escuchada, no quisimos siquiera pensar qué podría suceder entre bastidores si ella le contestase más de lo que vimos. Muy cortada, ella pidió disculpas a todos nosotros, sus amigos de infancia, y por fin acabaron retirándose. El día siguiente todos volvimos a salir juntos, pero como las situaciones de este tipo eran recurrentes, las parejas acabaron inventando disculpas y ya nadie quería salir con ellos. Al tercer día, como no quedaba más remedio y todos apreciaban mucho a Susana, decidieron salir; y esa vez, como ocurre siempre y en orden no exactamente previsible, según nuestros amigos él se portó de modo impecable. Y ella, visiblemente abatida, intentó divertirse con nosotros, como siempre había hecho.
Como sabéis, en pandillas de amigos, muchos nuevos se agregan y la vida adquiere bastante más color cuando los que vienen suman. A decir verdad, las personas nuevas que llegan a los grupos, de algún modo tienen algo en común o tratan de tenerlo, y si el grupo es guay se van adaptando. En este caso, sin embargo, el nuevo integrante, que tampoco era tan nuevo, vive una situación con su pareja afectiva que la desestabiliza en amplio espectro, incluyendo la sociabilidad. Y se aplica en actitudes de abuso emocional que tienen por objetivo desestabilizar a la víctima, en este caso a Susana, con eso que acostumbro a llamar el famoso golpe y caricia. La víctima en cuestión es nuestra querida amiga.
Susana está en un difícil y delicado momento y todos ya se dan cuenta de la encerrona en que se ha metido, y cómo se la ve marchitarse en su luz propia.
Relaciones predadoras como esta engañan a sus víctimas completamente, las confunden y al final las llevan a dudar de sí mismas y de sus convicciones, precisamente porque un día son malos, las roban de escena y al otro día o a veces en el mismo día, deciden ser las personas más estupendas del mundo y aparentemente se llevan muy bien con la vida y con todos. Pero no os engañéis, ese tiempo de paz suele ser de breve duración, o sea, hasta el próximo momento difícil. Y así van secuencialmente desestabilizando de modo drástico a sus presas, hasta que éstas evolucionan hacia un estado de total quiebra emocional.
Por eso mismo aquí va mi alerta de siempre: ¡Cuánto más despiertos, mejor!
Si acaso te percibes en una relación repleta de estas inconstancias emocionales, en que prácticamente vas pisando huevos con temor a un nuevo cambio de rumbo en los acuerdos o en el humor de tu pareja, despierta y márchate bien lejos de esa pseudo-relación, conocida también como de Golpe y Caricia.
Él es malo, pero después es un encanto. ¿quién necesita eso en la vida?
Silvia Malamud é colaboradora do Site desde 2000. Psicóloga Clínica, Terapias Breves, Terapeuta Certificada em EMDR pelo EMDR Institute/EUA e Terapeuta em Brainspotting - David Grand PhD/EUA.
Terapia de Abordagem direta a memórias do inconsciente.
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Autora dos Livros: Sequestradores de almas - Guia de Sobrevivência e Projeto Secreto Universos