“En la naturaleza no existen recompensas ni castigos – sólo consecuencias”. (Robert Green Ingersoll)
¡Estamos viviendo el fin de los tiempos! A menudo oímos esa frase. La espiritualidad nos avisa sobre ello desde hace tiempo.
Algunas personas hablan de las guerras; otras, de catástrofes naturales.
Se divulgan noticias sobre el súper calentamiento planetario, la escasez de agua, de alimentos. El clima está totalmente cambiado; en fin, todo forma parte del paquete: ¡el fin de los tiempos!
Oímos noticias de personas preparándose para ese evento de varias maneras. Las frases bíblicas nunca se han repetido tanto.
A decir verdad, estamos viviendo un fin de ciclo. Aparte del planeta que está clamando: basta de abusos, también los ciclos repetitivos de desavenencias, discordias, conflictos familiares, donde estamos unidos por el karma, llega a su fin.
La rueda de la reencarnación, que giraba en el mismo vaivén desde hace milenios, necesita andar. Eso es lo que está ocurriendo en la mayoría de los hogares, en el seno de las familias, ocasionando también muchos cambios.
Hemos vivido una prolongada y dolorosa repetición de oportunidades ofrecidas por el Plano Superior para que acabásemos con esos conflictos y saliésemos victoriosos de nuestros aprendizajes. Para que cada uno de nosotros continuase su andadura en otras etapas evolutivas.
Si seguimos atados unos a otros por diversos vínculos, no progresaremos.
Es la cosecha, la separación de la cizaña del trigo. Vivimos exactamente esa fase. Fase en que nada queda oculto, todo sale a la superficie, aparece y muestra su verdadera cara. Las máscaras caen.
Somos obligados a encarar nuestras verdades internas y también las de las personas que conviven con nosotros. Es doloroso, ciertamente muy cruel.
Pero estar cara a cara con la verdad es liberador. “Sólo la verdad nos hará libres”.
Aprendemos a desapegar, a dejar los viejos esquemas, para ser capaces de apreciar lo nuevo.
Al mismo tiempo en que salen de nuestro camino aquellos que nada tienen que ver con nuestra energía, vemos llegar a otros que, completamente sintonizados, alegran nuestra vida y nos enseñan lecciones de amor incondicional.
Aprendemos lo que es el verdadero amor. La amistad que reconforta el corazón, que da esperanza y que sana.
Percibimos lo que es la verdadera valoración de nuestro ser.
La cosecha del amor que hemos sembrado, llega en la forma de gratitud.
Gratitud de aquellos que antes eran extraños para nosotros y, hoy, son nuestra verdadera familia. Entendemos las palabras del Maestro Jesús: “¿Quiénes son mis padres y mis hermanos?”
Con el corazón lleno de júbilo, agradecemos la oportunidad del aprendizaje, sabiendo que, de ahora en adelante, ya no necesitamos vivir en función del dolor y del sufrimiento, porque podemos caminar lado a lado por el amor, con todos aquellos que con nosotros comparten ese ideal.
Ese es el final que esperamos: ¡ser felices!
Vera Godoy
por WebMaster
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