Soñé con una situación sin salida: estaba presa y aislada en una isla porque la marea había subido mucho, y el muelle había quedado sumergido. El mar estaba muy agitado, con enorme oleaje. Con mucho miedo, subí por unas rocas hasta encontrar una casa abandonada. No estaba sola. Había amigos y desconocidos. Los días pasaron, la marea bajó. Poco a poco, empezamos a considerar que ya era posible marcharnos. Salir de la situación de aislamiento y precariedad.
Algunas veces no vemos la salida para una situación de conflicto, aunque la tengamos justo delante. Esto sucede porque en los archivos de nuestra memoria algo está faltando, e inseguros, nos sentimos bloqueados. Hemos fallado en alguna experiencia anterior semejante a esta actual. Ahora nos sentimos nuevamente confusos, sin saber cómo reaccionar. Falta un aprendizaje del éxito. La salida surgirá en la medida en que desarrollemos nuevos recursos, ya sean internos, es decir, por medio de la reflexión y de la perseverancia, o bien externos, por la ayuda externa que podamos encontrar. Por eso hemos de hacer de todo para superar nuestros miedos, pues en otro caso reforzaremos todavía más la memoria de ser incapaces.
Ese sueño revela el proceso de sanación de un trauma, cuando el cerebro crea gradualmente imágenes y sensaciones de alivio y de confianza en que la vida ha vuelto a fluir. Quizá, algo más adelante, surja otra marea alta, pero si ya hemos aprendido que las mareas suben y bajan, ya no nos parecerá encontrarnos sin salida. No obstante, si cuando la marea está baja, todavía nos relacionamos con ella como si estuviese alta, estamos traumatizados: permanecemos en alerta incluso cuando el peligro ha pasado.
Según la concepción de trauma desarrollada por Peter Levine – creador del método Experiencia Somática (SE) – el trauma es una marca en el sistema nervioso producida por un acontecimiento en el cual nos hemos sentido incapaces para lidiar con él. O sea, nuestras capacidades de sobrevivencia estaban sobrecargadas.
¿Por qué no basta percibir que el peligro ya pasó? Porque si los impulsos de defensa y ataque no han tenido tiempo u oportunidad de expresarse completamente, permanecen trabados en nuestro cuerpo. Podemos incluso saber que el peligro ya pasó, pero no sentimos que haya realmente pasado. Como dice el refrán ¡somos gatos escaldados!
No percibimos que ya no hay amenaza porque la respuesta fisiológica frente a aquel evento traumático permanece en abierto, a la espera de una solución: la energía que no ha sido descargada permanece en el cuerpo y el sistema nervioso se ve impedido de reencontrar su equilibrio.
Pero ¿por qué el cuerpo no acompaña a la mente? Porque necesitamos completar el ciclo de descarga del cuerpo para que éste salga del estado de parálisis en que cayó al verse sin salida.
¿Cómo descargar? Completando los gestos de fuga o ataque que han quedado congelados.
Temblando, estornudando, bostezando, eructando, tirando pedos, llorando, durmiendo mucho. Como estas respuestas físicas instintivas se consideran en nuestra cultura inadecuadas y feas, simplemente las bloqueamos debido a nuestros condicionamientos racionales. Por cierto, solemos incluso disculparnos cuando ocurren. Por increíble que pueda parecer, si podemos descargar las tensiones físicas durante una discusión en la relación, será mucho más probable que lleguemos a un entendimiento, pues nuestro cuerpo estará en condiciones de regularse. Regulados, podemos incluso sentir empatía. Pero mientras estemos presos en los mecanismos de ataque, fuga o congelamiento, no tendremos apertura ni disponibilidad afectiva para sentir lo que ocurre dentro y fuera de nosotros. En la medida en que se recupera la auto-regulación, el sistema de interacción social vuelve a religarse.
Cabe resaltar que no basta con descargar la energía paralizada para recuperarnos del trauma; es preciso auto-educarnos, es decir, aprender con la experiencia vivida. Traer a la consciencia lo que queremos y lo que ya no queremos repetir. ¡De esta forma, cuando la marea suba, sabremos qué decirnos y cuál es la mejor forma de recostarnos y dejar que pase el oleaje!
Bel Cesar é psicóloga, pratica a psicoterapia sob a perspectiva do Budismo Tibetano desde 1990. Dedica-se ao tratamento do estresse traumático com os métodos de S.E.® - Somatic Experiencing (Experiência Somática) e de EMDR (Dessensibilização e Reprocessamento através de Movimentos Oculares). Desde 1991, dedica-se ao acompanhamento daqueles que enfrentam a morte. É também autora dos livros `Viagem Interior ao Tibete´ e `Morrer não se improvisa´, `O livro das Emoções´, `Mania de Sofrer´, `O sutil desequilíbrio do estresse´ em parceria com o psiquiatra Dr. Sergio Klepacz e `O Grande Amor - um objetivo de vida´ em parceria com Lama Michel Rinpoche. Todos editados pela Editora Gaia. Email: [email protected] Visite o Site do Autor