Es mejor ser alegre que ser triste, la alegría es la mejor cosa que existe.
Es así como la luz, en el corazón.
Estas palabras, escritas por Vinicius de Moraes, uno de nuestros mayores poetas, repiten de modo sencillo y objetivo lo que los maestros espirituales siempre han enseñado.
La alegría es parte esencial de nuestra naturaleza. Llegamos al mundo con ese don. Prueba de ello es la capacidad que tiene un niño de reír y maravillarse con las cosas más sencillas y prosaicas de la vida, antes que la mente y los condicionamientos sociales le hurten ese don.
No se trata en realidad de una pérdida, sino tan sólo del olvido de una cualidad que permanece viva y necesita ser rescatada a través del desarrollo de la consciencia.
Redescubrir la alegría, especialmente en este momento de transición planetaria, en que los retos son tantos, parece un objetivo casi imposible de alcanzar.
Pero si logramos enfocar nuestra mente en los aspectos luminosos y en la belleza, en lugar de mantenerla encadenada al pesimismo y a la negatividad, ciertamente tendremos la oportunidad de experimentar muchos momentos de alegría.
La meditación, cuando practicada como una rutina, nos concede la capacidad de acceder a esa fuente inagotable de éxtasis. Se trata, entonces, de una elección consciente que hemos de hacer cada día, lo cual no significa ignorar las dificultades, sino solamente no hacer de ellas el foco central de nuestra existencia.
Si la alegría ilumina el corazón y hace que la jornada sea más leve y placentera, ¿por qué entonces no invertir toda nuestra energía en este objetivo?