Las cuestiones emocionales no resueltas influyen de modo determinante sobre el comportamiento humano. Por lo regular, están relacionadas con acontecimientos pasados, que la persona no ha logrado trabajar de forma madura y, por esa razón, crearon una memoria negativa inconsciente, que determina muchas de las actitudes actuales.
Cuando se ve enredado en alguna situación sobre la cual teme no tener control, el enfermo emocional se defiende por la racionalización, o sea, por la negación del sentimiento a través del aislamiento, de una aparente frialdad y otras artimañas que el ego crea. Con esta práctica, destruye cualquier posibilidad de construcción de relaciones sanas, espontáneas y naturales.
Visto que la vivencia emocional es parte esencial de la experiencia humana en lo que atañe al crecimiento y evolución espiritual, en cuanto no alcanzan una fase madura de desarrollo, muchos sienten las emociones como una amenaza.
Tratar de superarlo mediante procesos terapéuticos es esencial, para evitar que en su fragilidad el enfermo emocional cause daños a otros.
Por la dificultad para encarar de frente su deficiencia, éste acaba por evitar la profundización de las relaciones, permaneciendo arisco y distante cuando percibe la menor posibilidad de una implicación emocional profunda.
En mi práctica terapéutica recibo innumerables casos de personas que, al entrar en contacto con un enfermo emocional, relatan una enorme dificultad para comprender la incoherencia del comportamiento y actitudes de éste.
La falta de preocupación por el sentimiento ajeno que el enfermo emocional presenta, tiene su raíz en un verdadero pánico a ser herido en sus sentimientos y ver frustradas sus expectativas.
La curación de esta enfermedad sólo puede tener lugar si existe un empeño sincero en el crecimiento de la consciencia y en la comprensión de que la asunción valiente de las propias limitaciones es el único camino para que el ser humano desarrolle la capacidad de vivir en total sintonía con su Ser interior.