Raros son los seres humanos que hayan recibido en su proceso de formación, el permiso para equivocarse. Al revés, casi todos nosotros siempre éramos castigados o criticados cuando cometíamos algún error.
Esa práctica, obviamente, da lugar a personas inseguras y con poca confianza en sí mismas, con un gran pavor a cometer errores y ser consideradas incapaces.
Cuanto más pronto aprendamos que el error también es un factor importante en el proceso de aprendizaje, maduración y crecimiento interior, mayores serán las probabilidades de que superemos la amenaza de la baja autoestima.
Poder equivocarse es una bendición y un gran alivio. Los perfeccionistas, que se están exigiendo todo el tiempo, sufren cuando algo no sucede tal como deseaban, o como el mundo les enseñó ser lo correcto.
Más que inteligencia brillante, los llamados vencedores, aquellos que alcanzaron el reconocimiento del mundo, poseen una cualidad esencial, que es la perseverancia.
Sin ella, aunque la inteligencia esté presente, cuanto más difícil sea el desafío más riesgo existe de abandonar, visto que con el tiempo siempre se buscará permanecer en la zona de confort.
La noción de fracaso es, por tanto, bastante flexible. Aquel que, al ver que una de sus iniciativas sale mal, renuncia a intentarlo nuevamente, estará determinando el rumbo de su vida de un modo totalmente negativo.
Si, por el contrario, no se deja abatir y continúa persistiendo en aquel o en nuevos objetivos, ciertamente creará una realidad totalmente diferente.
Imponernos a nosotros mismos la creencia de no poder fallar nunca es el camino más seguro para el fracaso y la infelicidad.