Decidir desapegarnos de todo cuanto nos aprisiona es una de los más valiosos aprendizajes de la vida. Mientras todavía permanecemos en la creencia de que aquello en que tenemos puesto nuestro deseo es esencial para que continuemos viviendo, tiramos por la borda cualquier posibilidad de crecimiento.
La libertad que el desapego trae no tiene precio. Cuando aceptas con tranquilidad que algo tiene que irse, desobstruyes las energías que encaminan tu vida, abres camino para lo nuevo, permites que experiencias inéditas sobrevengan.
Pero si insistes en mantenerte prisionero del deseo, seguro de que, por no haberlo alcanzado, la infelicidad será tu compañera permanente, ésta se convertirá de hecho en tu realidad.
Nada es más placentero que relajar, fluir con la vida hacia donde ésta nos quiera conducir. Este es el modo más seguro de alcanzar el tan soñado estado de armonía y felicidad interior, que todos anhelamos.
El desapego exige valor y confianza. Esto significa una fe inquebrantable en la justicia de la vida, la certidumbre de que ella responderá amorosamente a tu entrega, concediéndote otras oportunidades de ser feliz, por el simple hecho de que hayas por fin aprendido a dejar ir.
“No te agarres a nada. Agarrarse es la causa de que seamos inconscientes.
...La energía que estaba involucrada en el apego traerá un nuevo amanecer a tu ser, una nueva luz, una nueva comprensión, un tremendo descargarse – ninguna posibilidad para la miseria, la agonía, la angustia… El desapego es, ciertamente, la esencia del camino.”
OSHO.