Todas las aflicciones que sentimos, en la diversidad de factores que marcan las dificultades de estos tiempos de transición, me parecen estar entrenando el psiquismo espiritual del ser humano para abrir mano de sus apegos y aprender a entregarse al fluir de la vida que está regido por un determinismo cósmico más allá de nuestro control. Esto, a decir verdad, significa rebajar la rigidez del ego para alcanzar una mayor flexibilidad cuya resultante será reducir los sufrimientos provenientes de nuestra forma prepotente de proceder sobre la vida.
Las pérdidas o el miedo a ellas, las incertidumbres en cuanto al futuro, la falta de estabilidad financiera e incluso de la garantía de la propia vida, son elementos que ejercitan nuestra capacidad de entrega y superación, de adaptación y resiliencia, de humildad y aceptación, características de individualidades más maduras y conscientes, pues este será, cada vez más, nuestro estado mental futuro. Es curioso que las religiones – que han tenido su papel en la elaboración de esta historia evolutiva – han acabado por negar implícitamente la realidad que defienden, que es la existencia de la vida espiritual. Digo esto porque cuando las religiones, de cualquier naturaleza, hicieron la dicotomía de la vida entre espíritu y materia, entre vida espiritual y vida material, acabaron por colocar la perspectiva espiritual bajo una óptica más lejana, pese a ser más conocida.
Más lejana porque viene siendo mirada como una etapa futura por vivir, y por tanto, no perteneciente al presente. O sea: “existe una vida que yo vivo ahora y otra que me aguarda en el porvenir; entonces, lo que yo tengo en verdad es lo que se me presente a la percepción de los sentidos”.
Según ese punto de vista, la felicidad tampoco se presenta como perteneciente al momento actual, sino a una esperanza futura, creando una predisposición a la apatía frente a los retos de superación y de negación a la posibilidad de ser felices, a menudo en aquello que llamamos culpa, sentimiento que engendra una tendencia a flagelarse, tan corriente en personas dominadas por creencias religiosas.
Quiero aclarar en este momento que no estoy condenando las religiones, sino intentando comprender las influencias que se sobrepusieron a nuestra libertad de pensar y actuar para una autonomía más definitiva. Incluso considero que, en un futuro cercano, las religiones van a perder su función, y una relación más holística e intuitiva va a caracterizar la relación del ser humano con el poder creador, lo cual ya se evidencia en las estadísticas de opción religiosa, donde el índice de los que no tienen una religión, aun siendo espiritualistas, crece cada vez más. Entonces, cuando las personas toman la felicidad espiritual futura como meta pos-vida, pero lejana, hacen que la fuerza de las tribulaciones actuales adquiera pujanza, sin una real sensación de lo que esas tribulaciones tienen que ver con su historia evolutiva y su desarrollo espiritual.
Leen y oyen hablar sobre eso, pero no se aperciben porque no se sienten espíritus, se ven como cuerpos necesitados exclusivamente del contexto material. Incluso porque esas mismas religiones, pese a intentarlo, no garantizan inmunidad frente a los sufrimientos de la vida en un planeta como el nuestro. Se hace urgentemente necesario avanzar hacia una consciencia más espiritual de la vida, en detrimento del ambiente en que estamos manifiestos.
El Cosmos parece ser un gran organismo vivo, donde cada pieza cumple su papel, por irrelevante que parezca, transitando al sabor del destino entre las múltiples dimensiones del ser y del estar. Cada uno de nosotros edifica algo para ese organismo, al tiempo en que se edifica a sí mismo, como individuo de ese mismo organismo. Tenemos cierto permiso para actuar según la autonomía de nuestra madurez, pero estamos también sujetos al determinismo de leyes que rigen nuestro camino sin tener en cuenta nuestra voluntad. Y esto no debería traer dolor o sufrimiento. Sólo lo trae porque no tenemos una consciencia plena y no nos sentimos dentro de ese proceso, pese a que a menudo lo conocemos, y por eso luchamos contra él.
La vida se ha creado para la felicidad; el goce no es pecado sino atributo natural del vivir. Pero el verdadero goce está en entregarse al fluir del universo, sin apegos o temores, dejándose llevar por las corrientes de la vida, donde y en qué nivel estemos, que un día “van a dar en nada… nada de lo que yo esperaba encontrar”. (Gilberto Gil, canción “Se eu quiser falar com Deus”).
por WebMaster
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