Ellos son realmente muy tiernos. Compañeros, fieles, alegres y, lo mejor de todo, desean mucho nuestro amor. Sus expectativas se reducen a ser alimentados y amados. Nada más. Ni casa bonita, ni regalos caros, ni nada más allá de lo básico. Únicamente comida y amor. Y, por esas y por otras, se hace muy fácil amarlos.
Y los incentivos no se detienen ahí. Ellos no nos critican cuando llegamos a casa de mal humor, no se alejan incluso cuando los ignoramos, no guardan resentimiento aun cuando nos enojamos con ellos.
Tampoco nos llevan la contraria en lo que pensamos y hacemos. No cambian de humor sin motivo aparente. No nos abandonan ni piden la separación porque no estamos siendo la persona que a ellos les gustaría.
¿Sabiduría emocional? ¿Inteligencia racional? ¿Evolución espiritual? ¿O sólo instinto de supervivencia? El nombre de esas características no importa ahora, pero el caso es que ellos son animales fundamentalmente distintos de los de la raza humana. Somos y funcionamos de modo genuinamente diferente a ellos. ¡Empezamos porque somos racionales y ellos, instintivos!
Pero me ha asustado mucho la comparación que algunas personas hacen cuando se trata de relaciones. “Prefiero mil veces vivir con mi perro que tener a alguien”, “confío mucho más en mi mascota que en las personas”. Y lo peor: “amo más a mi perro que a las personas”.
Está muy bien amar a los animales, pero ese amor jamás puede ser una sustitución. No se trata de elegir entre ellos y los humanos. Porque cuando alguien deja de invertir en relaciones con personas por considerar que no vale la pena apostar por la reciprocidad de los buenos sentimientos, toda la humanidad entra en evidente anemia afectiva.
Claro que es mucho más difícil ejercitar el amor con alguien que no se combina contigo, que se decepciona, que critica tus decisiones, que espera más de ti. Claro que es mucho más angustiante y causa más conflicto amar a alguien que te da disgustos, que no hace lo que te gustaría, que despierta en ti sentimientos que no te gustaría sentir.
Pero necesitamos urgentemente percibir que es precisamente esa dificultad lo que nos incentiva a buscar lo mejor en nosotros, lo que nos coloca ante una insatisfacción que nos impulsa a burilar nuestra fuerza y nuestras cualidades tantas veces acomodadizas.
Somos imperfectos dentro de nuestra perfecta función de provocar la evolución unos de otros. Es precisamente el malestar y el conflicto lo que hace que se pueda producir nuestra propia maduración y experimentar sensaciones indescriptibles.
No digo que las relaciones tengan que estar basadas en conflictos, pero es preciso honrar las oportunidades que nos damos diariamente, en las angustias de una relación, de convertirnos en amantes y espíritus mucho más brillantes.
Y que encontremos espacio interior para amar tanto a los animales como a las personas, cada cual con sus indispensables características. Cada cual con su función. Cada cual con su modo peculiar de amarnos también.
Rosana Braga é Especialista em Relacionamento e Autoestima, Autora de 9 livros sobre o tema. Psicóloga e Coach. Busca através de seus artigos, ajudar pessoas a se sentirem verdadeiramente mais seguras e atraentes, além de mostrar que é possível viver relacionamentos maduros, saudáveis e prazerosos.
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