Según datos del IBGE - Instituto Brasileño de Estadísticas, entre 1991 y 2002, hubo un aumento de 30,7% en el número de separaciones y de 55,9% en el de divorcios.
Solamente en 2002, existieron 129.520 pedidos de divorcio, de los cuales 126.503 fueron concedidos en primera instancia.
¿Será que nuestra capacidad de amar está disminuyendo gradualmente? ¿Será que nuestra facultad para superar las dificultades se está acabando? ¿Será que el amor termina de repente, de la nada, como si fuese un pase de magia que perdió su encanto? ¿Será que los matrimonios se emprenden como una prueba, como si fueran el juego de la “casita” y de “papá y mamá”, y que ya no tenemos condiciones psicológicas y emocionales para permanecer juntos “hasta que la muerte nos separe”?
Sinceramente, no quiero causar la impresión de que sé todas las respuestas para las preguntas que hice antes. No las sé. No las sé!!! Así como tampoco sé hasta donde la falta de realización de determinadas “promesas” de felicidad, es sinónimo de “error” o “acierto”.
Sin embargo, por lo que he estudiado y observado, me parece que hay, sobre todo, una tendencia social y personal al estilo “fast” de vivir. Me parece que hoy, para que algo sea bueno, eficiente, satisfactorio, tiene que ser rápido, pronto, ahora, en fin, “express”. Y así también los casamientos y las relaciones acaban obedeciendo a este ritmo y perdiendo requisitos fundamentales que podrían llevarlas a ser, de hecho, oportunidades preciosas de felicidad y crecimiento, realización y madurez y corresponderían a los objetivos de quien decide casarse: mantener viva la llama del amor que alimenta y da brillo a la familia.
Mucho más que una obediencia ciega e inconsciente a las reglas que nos fueran impuestas en otros tiempos, y, más allá de esta dinámica insana, bajo la cual hemos colocado nuestros sentimientos, creo que necesitamos respirar hondo, adentrarnos en nuestro interior (por redundante que esto pueda parecer) e iniciar un cuestionamiento personal acerca de lo que realmente entendemos por amor, casamiento, familia y todo lo subyacente que nos lleva a la “simple” decisión de unirnos a otra persona.
La semana pasada, tuve el privilegio, el honor, de recibir una noticia fantástica, linda, conmovedora... Tengo un amigo muy especial, de aquellos por los que sentimos que es un regalo haberlos conocido y con los que siempre tenemos la certeza de estar aprendiendo algo bueno... Pues este amigo, casado hace 14 años, venía pasando por un proceso muy difícil en su relación, por lo menos en los últimos 18 meses. Como consecuencia de esto, aproximadamente un año atrás, había dejado su casa.
Obviamente, ningún problema comienza de repente, en fin, que la explosión ocurrió durante ese periodo. Vi, escuché y sentí a su lado, muchas veces, cuan difícil de superar era aquel momento. En muchas oportunidades, tuve la nítida impresión de que cualquier otra persona, en su lugar, habría “tirado todo por la borda” y se habría hecho la ilusión de que podría recomenzar, sin aprender la lección que aquella circunstancia pretendía enseñarle, no solo a él, sino también a su esposa.
Pero no... él no desistió. Se sumergió en el rincón más oscuro de sí mismo, encaró sus limitaciones, reconoció como su ego intentaba todo el tiempo, imponer sus deseos, limitados y equivocados. Se propuso ver sus propios errores, por más que los hechos pudiesen, en algunos casos, parecer suficientes para eximirlo de cualquier responsabilidad.
Se mantuvo comprometido con valores tales como amor, familia, espiritualidad, evolución, respeto, verdad, diálogo y humanidad, en lugar de intentar clasificar a las personas como inocentes o culpables, buenas o malas... Y así, ante mis ojos y para deleite de mi corazón, sucedió el rescate emocionante e inspirador, de una relación entre dos personas que se aman, a pesar de todos sus miedos, sus imperfecciones y los probables desaciertos que aún irán a suceder.
Entonces, el viernes pasado, él me llamó:
- Hola, Ro! Todo bien?
- Hola! Todo bien, y tú?
- Estoy preparando mis maletas!
- Ah, si? Vas a viajar?!?
Y aún me siento extasiada cuando recuerdo lo que dijo, con la voz embargada de una dignidad rara e impresionante:
- No... Estoy volviendo a casa!
Bien, amigos, sin exagerar, tengo la certeza absoluta de que la enorme mayoría de las personas, y tal vez hasta yo misma, no habría logrado destruir todas las máscaras con que se disfraza una sociedad mediocre, ni se habría sumergido tan profundamente en su honra, para intentar salvar un amor, como lo hizo tan admirablemente, mi amigo. Es por eso, porque él existe, y por tanto creer en la intención de un corazón, que repito: muchas relaciones y muchos matrimonios, podrían ser salvados y podrían alcanzar la fuerza sagrada que hace que el amor exista, si cada uno de nosotros tuviese un poco más de paciencia, un poco más de predisposición y un poco más de humildad, para admitir cuanto contribuimos muchas veces, para que pequeños malentendidos se conviertan en grandes sufrimientos.
Lo bueno es que, a despecho de lo que se grita a los cuatro vientos, aún existen personas tan especiales y tan empeñadas en transformar el amor en un hecho, en una historia, en una experiencia diaria y divina...
Rosana Braga é Especialista em Relacionamento e Autoestima, Autora de 9 livros sobre o tema. Psicóloga e Coach. Busca através de seus artigos, ajudar pessoas a se sentirem verdadeiramente mais seguras e atraentes, além de mostrar que é possível viver relacionamentos maduros, saudáveis e prazerosos.
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