Érase una vez un ser solitario que vivía encerrado en su caparazón sin coraje de relacionarse con las personas a su alrededor ni con aquellas que estaban un poco más distantes.
Durante la noche, en su tribu, alrededor de la hoguera, el Cacique preguntaba siempre por él y la respuesta invariablemente era los dedos indicadores de todos apuntando para la caverna de donde se veía una luz de vela brillar e iluminando algo que el ser hacia: él leía o estudiaba.
El cacique meneaba la cabeza como quien dice:
“Así aislado este ser no va a aprender a vivir”.
Los demás de la tribu querían saber por qué. Llegó el día propicio, la luna adecuada, en la posición cierta las, el cacique enseñó:
“Vida es movimiento. Movimiento que surge de las relaciones donde las emociones pueden aflorar y fluir todo el tiempo. Encerrado en su caparazón este ser no va a sufrir nunca, es verdad. Pero también nunca danzará el maravilloso baile del vivir cada momento aprendiendo y creciendo con cada sensación que golpee el corazón de él. Este ser precisa aprender a construir puentes”.
El tiempo fue pasando llevando hojas secas, trayendo lirios blancos, llevando animales viejos, trayendo animales jóvenes, girando el molino de agua que muele los granos, trayendo dientecitos a los bebes pequeños de la aldea... y el ser continuaba encerrado en su caparazón, durmiendo temprano y despertando, sin tiempo de ver el amanecer y el poniente del sol que por si sólo ya es un espectáculo para lo cual vale la pena estar vivo.
Y... un día en que la luna escondió al sol, el cacique golpeo las palmas de las manos bien fuerte sobre sus rodillas, se levantó de un solo salto y decretó:
“Ni es tarde, ni es temprano. Es la hora del ahora. Y allá fue él a paso firme golpeando el silencio de la tierra, en dirección al encuentro del ser.
Empujó la puerta y le dio al ser una orden:
“Usted tiene 3 meses para construir un puente. El puente que va a unir a nuestra aldea al resto del mundo. El puente sobre el cual nuestra tribu va a atravesar por primera vez el gran río y conocer lo que existe del otro lado”.
El ser - pobrecito - se encogió todo, puso sus diez dedos en la boca y dejó que el miedo tome cuenta de su carne. Pero los ojos del cacique no dejaban margen a preguntas. Al no tener otra alternativa, el ser se levantó y, angustiado, fue con el Cacique a conocer el lugar donde el tal puente debería ser levantado.
Estaban entonces el cacique y el ser contemplando el gran río. Grande de verdad. Enorme. Torrentoso atravesando el suelo, vomitando ferozmente un volumen de agua que alcanzaría para irrigar todos los desiertos del mundo. El cacique impávido tenía los brazos cruzados a la altura del pecho. El ser encogido agachaba la cabeza llena de telas de araña.
Ahí, sin saber que hacer, con un brazo asegurando el otro, preguntó al cacique:
Gran Jefe... por dónde comienzo?
(la próxima semana lea como el Gran Jefe comienza a enseñarle al ser a construir el puente)...
Comunico a las personas amigas de Florianópolis que estaré atendiendo en esta bellísima Ciudad entre los días 6 y 11 de Septiembre. Contacto a través del e-mail al final de página.
Izabel Telles é terapeuta holística e sensitiva formada pelo American Institute for Mental Imagery de Nova Iorque. Tem três livros publicados: "O outro lado da alma", pela Axis Mundi, "Feche os olhos e veja" e "O livro das transformações" pela Editora Agora. Visite meu Instagram. Email: Visite o Site do Autor
Publicado dia 8/14/2005 7:26:30 PM em STUM WORLD
