Érase un hombre pobre que deseaba algún dinero y había oído decir que si consiguiese agarrar a un genio podría ordenarle que le trajese dinero o cualquier otra cosa que desease. Estaba, por tanto, muy ansioso por agarrar a un genio. Fue en busca de un hombre que le diese un genio, y acabó por encontrar a un sabio con grandes poderes. Solicitó su auxilio y el sabio de preguntó qué haría él con un genio.
-Deseo un genio para que trabaje en mi beneficio. Enseñadme cómo agarrar a uno, señor. Deseo esto más que ninguna otra cosa.
Pero el sabio respondió:
-No os preocupéis. Volved a vuestra casa.
Al día siguiente, el hombre volvió a buscar al sabio, y comenzó a llorar y a suplicar:
-Dadme un genio. Necesito un genio, señor, para que me ayude.
El sabio acabó por sentirse fastidiado, y le dijo:
-Tomad este talismán, repetid esta palabra mágica y el genio vendrá, haciendo lo que se os antoje ordenarle hacer. Pero tened cuidado. Los Genios son terribles y deben ser mantenidos constantemente ocupados. Si dejaseis de dar trabajo al vuestro, él os quitaría la vida.
El hombre respondió:
-Eso es fácil. Puedo darle trabajo para toda su vida.
Entonces fue al bosque, y después de haber repetido muchas veces la palabra mágica, un enorme genio se le apareció y dijo:
-Soy un genio. He sido conquistado por tu magia, pero debes mantenerme constantemente ocupado. En el momento en que dejes de darme trabajo, yo te mataré.
El hombre dijo:
-Constrúyeme un palacio.
El genio respondió:
-Está hecho. El palacio ya está construido.
-Dame dinero – dijo el hombre.
-Aquí está tu dinero – replicó el genio.
-Tala este bosque y construye una ciudad en su lugar.
-Está hecho – dijo el genio. ¿Alguna cosa más?
Entonces el hombre comenzó a asustarse y pensó que ya no tenía nada más que ordenar al genio, quien lo hacía todo en un abrir y cerrar de ojos.
El genio declaró:
-Dame algo que hacer, si no, yo te comeré.
El pobre hombre ya no encontraba ocupación para él y estaba lleno de pavor.
Corrió, corrió, y por fin encontró al sabio y le dijo:
-¡Oh! Señor, proteged mi vida.
El sabio preguntó qué le pasaba, y el hombre respondió:
-Ya no tengo nada más que ordenar al genio. Todo cuanto le digo, lo cumple en un momento, y amenaza con comerme si no le doy trabajo.
En ese momento llegó el genio diciendo:
-Yo te comeré.
E iba a comer al hombre, el cual comenzó a temblar, suplicando al sabio que le salvase la vida. El sabio dijo:
-Encontraré una salida. Mirad ese perro, que tiene la cola retorcida.
Arrancad rápidamente vuestra espada y cortadle la cola, dándosela al genio para que la ponga derecha.
El hombre cortó la cola y, lenta y cuidadosamente, el genio la enderezó. Pero aún mal habiéndola soltado, he ahí que nuevamente se enroscó. Así estuvo durante días y días, hasta que se sintió exhausto y dijo:
-Nunca en mi vida he tenido trastorno igual. Soy viejo, un genio veterano, pero nunca he llegado a trastorno igual. Te propongo un acuerdo:
Libértame y podrás conservar todo cuanto te he dado, con mi promesa de que no te haré daño.
El hombre quedó encantado y aceptó alegremente la oferta.
Este mundo es como la cola retorcida de un perro, y las personas llevan luchando para enderezarla desde hace cientos de años. Cuando la sueltan, he ahí que nuevamente se enrosca. ¿Cómo podría ser de otra manera?
Es preciso, en primer lugar, saber cómo trabajar de manera desprendida, para no llegar a ser un fanático. Cuando sepamos que este mundo es como la cola enroscada de un perro, cola que jamás podrá ser enderezada, no nos tornaremos fanáticos. Si no hubiese fanatismo en el mundo, él progresaría mucho más que ahora. Es un error suponer que el fanatismo puede impulsar el progreso de la humanidad. Al contrario, es un elemento que retarda ese progreso, generando odio y cólera, y conduciendo a los individuos a luchar unos contra otros, haciendo que se sientan mutuamente antipáticos.
Pensamos que, sea lo que fuere que poseamos o hagamos, es la mejor cosa del mundo, y que lo que no poseemos ni hacemos, nada vale. Recordad siempre, por tanto, la historia de la cola enroscada del perro, cada vez que tengáis tendencia a fanatizaros. No debéis preocuparos o sufrir insomnio a causa del mundo, él seguirá sin vosotros.
Cuando hayáis evitado el fanatismo, y solamente entonces, trabajaréis bien. El hombre de cabeza bien equilibrada, el hombre calmo, de buen juicio y nervios fríos, dotado de gran capacidad de simpatía y de amor, es el que hace buen trabajo, y haciendo así, hace bien para sí mismo. El fanático es insensato y no tiene simpatía. Jamás podrá enderezar el mundo, ni se volverá puro o perfecto.
Por Swami Vivekananda
(Texto extraído del libro “As Quatro Yogas de Auto-Realizaçao” – Swami Vivekananda – Ed. Pensamento.)