En los días de hoy, cada vez más personas consideran que el éxito o el fracaso de un emprendimiento dependen, al menos en parte, del modo como organizamos nuestro mundo interior y nuestros pensamientos. El hecho de colocarnos de modo positivo y afirmativo frente a la realización de un determinado objetivo, podría aumentar las oportunidades de tener éxito. ¿Será verdad? Ante todo tenemos que saber si la disposición interior realmente interfiere en nuestras realizaciones.
Entiendo que sí. Y por dos mecanismos. El primero tiene que ver con lo que denomino, desde 1980, miedo a la felicidad. Todos nos asustamos un poco – o mucho – cuando percibimos que nuestros proyectos están siendo bien encaminados y con oportunidades crecientes de éxito. Parece que la acumulación de cosas buenas “atrae” malos pensamientos, la envidia de las personas – lo cual es verdad – y la ira de los dioses. Nos sentimos amenazados. Es como si las oportunidades de tragedia aumentasen en proporción a nuestros buenos resultados. Aunque esto sea falso, es así como lo sentimos. De ahí procede la práctica universal de rituales supersticiosos de protección, como tocar madera, hacer la higa, llevar amuletos, etc. Cuanto más competentes seamos para “soportar” alegrías, mayor será la tendencia a actuar de modo positivo y constructivo. Al final, cuando el miedo a la felicidad crece mucho, acabamos cometiendo equivocaciones que nos apartan del éxito y nos conducen a peores resultados. Aunque tristes, éstos son menos amenazadores. ¡El éxito da más miedo que el fracaso!
El otro mecanismo tiene que ver con los fenómenos denominados paranormales. A pesar de que sea terreno menos sólido que el del mecanismo anterior, es indiscutible, y fácil de ser demostrado. Solamente personas muy testarudas, hoy en día, ponen en duda la existencia, por ejemplo, de la telepatía. La telepatía corresponde al fenómeno parapsicológico más sencillo y elemental. Es la comunicación entre dos cerebros por medio de procesos denominados extra-sensoriales (sin auxilio de los órganos de los sentidos). Así, existen dos niveles de comunicación – en lucha – entre las personas: el sensorial y el extra-sensorial. Cuando dos competidores disputan un determinado segmento de mercado, por ejemplo, tenemos la propaganda hecha para los órganos de los sentidos y aquella que llegará por vías paranormales.
La propaganda que se irradia por caminos parapsicológicos dependerá del estado de alma de aquél que esté vendiendo el producto. Si tu disposición última para el éxito es fuerte y definida, sin titubeos y con buena convicción de tus posibilidades, podrás obtener un resultado más favorable que un competidor que, en igualdad de condiciones, descuida este aspecto subjetivo, más psicológico. Crecen, así, las oportunidades de éxito para el individuo que controla sus miedos íntimos ligados al éxito y a la felicidad. Y también para aquellos que mentalizan positivamente que las cosas caminen del modo que ellos pretenden. Esto no quiere decir que el éxito está garantizado.
Quien afirma esto es un vendedor de ilusiones. Es preciso que exista capacidad efectiva para que se dé el éxito: la mercancía que está siendo puesta en venta tendrá que ser, como mínimo, igual a la de los competidores. No se puede, sin embargo, subestimar a los rivales: ellos también pueden mentalizar, ¡incluso de modo más eficaz! En este caso, serán ellos los vencedores, y no nosotros.
Puede parecer, gracias al progreso de las ciencias del cerebro y de la psicología, que estamos apropiándonos de mecanismos nuevos. No lo creo así. Todas las técnicas modernas de mentalización, de potenciación del uso del cerebro, no son más que versiones científicas de las tradicionales y antiquísimas oraciones, propias de la mayor parte de las religiones. Por medio de la oración, el fiel se concentra, pide a Dios que le ayude a alcanzar determinados objetivos, que le dé fuerza para soportar dolores y dificultades. El individuo se concentra algunas veces por día, con toda su fuerza psíquica, con la finalidad de aumentar sus posibilidades de éxito. Hay dudas sobre si Dios oye o no cada una de las oraciones y pedidos. Sin embargo, no creo que quede duda alguna de que este proceso de mentalizar, propio de la oración, sea eficaz. Tal vez de ahí derive la máxima: “Más vale quien Dios ayuda que quien temprano madruga”.