Mucha gente me pregunta cómo hacer para establecer contacto con el Ser Divino que existe dentro de cada cual. No hay una respuesta única para esa pregunta.
Todo ser humano puede recibir, directamente de la Fuente, la orientación y la protección de que necesita, para reconocer y manifestar en su día-a-día las cualidades divinas.
El número de caminos que conducen a la conexión son tantos cuanto el número de aquellos que se proponen alcanzarla.
Toda búsqueda que emprende un ser humano para conectarse con su naturaleza divina conduce inevitablemente, tarde o temprano, a la experiencia de la conexión. Cada ser humano es libre para buscar alcanzarla de la manera que le convenga. Por eso, todos los relatos que describen un camino individual de auto-conocimiento son diferentes en su forma, y, al mismo tiempo, muy semejantes en su esencia.
Uno de mis instructores – tal vez el más severo de ellos – me viene exigiendo, desde hace algún tiempo, compartir con los demás mi experiencia personal de búsqueda.
Insiste en decir que el contar a otros cómo he conseguido tener acceso a mi Fuente Interior puede motivar a mucha gente a intentar recorrer el mismo camino, que fatalmente acabará por tornarse diferente del mío, para mostrarse, al final de algún tiempo, el mismo y conocido camino. El camino de en medio.
Aquí estoy. Mi experiencia con la Luz no presenta ninguna gran novedad. Todo cuanto he hecho – y mientras me esforzaba en realizarlo no tenía ninguna garantía de que habría de llegar a algún lugar – ha sido, al final de mucha resistencia, reconocer y aceptar la orientación de aquellos que, con bondad y firmeza me han conducido hasta el borde del camino. Dar el primer paso es siempre una decisión difícil, hasta porque no existe un primer paso, sino varios, siendo uno en cada nueva tentativa.
Siempre agradezco por haber tenido muchos guías. Desde mi abuelo, que después de enseñarme a leer, colocó ante mis ojos dos ejemplares magníficos de Lin Yutang, hasta Sara Marriot, que he encontrado en Nazaré Paulista, después de dar muchos bandazos, tan sólo para descubrir, en uno de sus libros, un mapa del tesoro, un pequeño manual de vida, que me ha preparado, paso a paso, para el gran salto.
Ella me aconsejó a no tener miedo, a seguir en frente y no mirar hacia atrás.
Ella me mostró que nunca es tarde para ser feliz, que las caídas son inevitables, y que los días se hicieron para ser vividos uno a uno. Ella me mostró que la comunión con la divinidad tiene que ser constantemente renovada, que es preciso trabajar para intensificarla, hasta que se vuelva continua, hasta que lleguemos a ser nada más que simples expresiones de las divinas cualidades.
A partir de la conexión, las transformaciones se hacen visibles en nuestro mundo.
Las bendiciones, principalmente aquellas que llegan de donde menos lo esperamos, no dejan lugar a dudas. La Luz jamás abandona a aquellos que a ella se entregan, y que por ella se dejan trabajar.
En el camino del auto-desarrollo, cada uno tiene su piedra de tropiezo.
El simple hecho de decidir colocar los pies sobre el polvo del camino, exige un cambio de perspectiva.
El primer paso obliga al caminante a desviar su atención de todo lo que es o representa negatividad, fijando su mirada - interna y externa – en las virtudes que él un día desea manifestar.
Los Maestros de la Gran Fraternidad Blanca son unánimes en afirmar que la Pureza es la primera virtud divina que un discípulo debe manifestar.
Al comienzo del aprendizaje he llegado a cuestionar esa orientación, tomándola como un contrasentido.
Yo me decía a mí misma que, por lógica, la pureza debería ser la última de las cualidades a alcanzar, ya que, cuando iniciamos nuestra jornada estamos tan impregnados de negatividad y nos sentimos tan separados del todo, que atraemos para nuestro mundo presencias y vibraciones que lo vuelven todavía más cargado e impuro.
En mi ignorancia, yo pensaba que sólo a costa de mucho esfuerzo conseguiría alcanzar la Pureza que los Maestros señalan como base para todo desarrollo espiritual.
Afortunadamente, mis instructores han colocado ante mis ojos un libro, que me ha ayudado a entender qué era esa pureza que los Maestros, insistentemente, y desde el comienzo, exigían de nosotros.
Leyendo el Bhagavad Gita he entendido que no hay pureza sin limpieza.
Sabemos que todo movimiento en el sentido de buscar cualquier tipo de conexión con la Luz debe comenzar por la meditación, que consiste en dedicar un breve período diario, por la mañana o por la noche, a la simple actitud de permanecer sentado, con las plantas de los pies posadas sobre el suelo, la columna erecta y la atención fija en la propia respiración.
Sabemos aún que, luego después de implantado el hábito de la meditación, entraremos en contacto con nuestra actividad mental, reconociendo el formato, el nivel y el contenido de nuestros pensamientos. Ese primer efecto nos conduce a establecer una diferencia entre aquello que somos y lo que pensamos.
El hábito de la meditación nos lleva a reconocer, dentro de nosotros, la presencia de otro yo, el observador, aquel que ve cómo se forman y se desarrollan nuestros pensamientos, como si ellos perteneciesen a otra persona.
Después que conseguimos identificar en nosotros al ser pensante, podemos, finalmente, percibir algo más.
Lentamente, veremos emerger, dentro de nosotros, como un segundo discurso, al principio lacónico y después cada vez más hablador, fuerte y persuasivo, otra naturaleza. Aquella a la cual Sara Marriot denominaba Mi Pequeña Voz Interior, que nada más es que la manifestación personalizada de la Luz dentro de nosotros.
Pero ¿cómo estar seguros de que esa voz es realmente una manifestación de la Luz y no la de un obsesor?
¿Cómo saber si, al abrirnos hacia lo invisible, no estaremos atrayendo hacia nosotros manifestaciones de seres que, en vez de auxiliarnos, pueden retardar todavía más nuestro desarrollo? ¿Cómo garantizar que estaremos a salvo de las sugerencias maliciosas de seres desencarnados que andan errantes por lo astral?La primera manera de separar la cizaña del trigo es tomar como regla las palabras de Jesús: “El árbol bueno da buenos frutos”.
Si nuestra Pequeña Voz Interior nos habla de Paz y de Amor, si ella eleva el nivel de nuestros pensamientos, estimula nuestros mejores sentimientos, nos sugiere prácticas de naturaleza bondadosa y nos inspira sentimientos nobles, como la generosidad y la misericordia, su origen sólo puede ser divino.
Si ella nos aconseja la calma y la disciplina, nos estimula a combatir la negatividad, nos inspira un profundo respeto a todo lo que es vivo, y nos hace sentir unidos a todo y a todos, entonces, podemos estar seguros de que ella es una manifestación de la Luz.
Pero esta no es la única manera, ni la más eficaz, de certificarnos de que no estamos siendo abordados por asediadores y obsesores.
El único modo de garantizar que los resultados obtenidos en la meditación diaria son de naturaleza divina es el grado de Pureza que estamos consiguiendo manifestar en nuestro mundo. Justamente por eso la Pureza debe ser la primera cualidad que debemos procurar desarrollar.
Semejante atrae a semejante. Esta es una de las principales leyes que gobiernan el Universo. Ella funciona en cualquier planeta, en cualquier dimensión, circunstancia o aspecto, de seres, fenómenos o acontecimientos.
De este modo, si pensamos, sentimos, hablamos y actuamos de forma negativa, atraeremos hacia nosotros pensamientos, sentimientos, palabras, acontecimientos, personas, objetos, condiciones y recursos que estén en sintonía con el módulo vibratorio de aquello que emitimos.
Lo contrario también es verdadero. Así, además de la meditación, la otra práctica diaria para quien busca el contacto con la Divinidad es prestar atención a la calidad de aquello que emite.
Sabemos cuán susceptible es el ser humano a las influencias del medio. Por ello, para elevar la calidad de lo que emitimos, es necesario que elevemos la calidad de vibración de aquello que nos rodea.
La mejor manera de garantizar la pureza de un ambiente es aumentar la calidad de los elementos que en él se encuentran. Cuanto más atiborrado se encuentre nuestro mundo con cosas, personas, estímulos, pensamientos y sentimientos negativos, más dificultad tendremos en mantener un nivel de vibración positivo. No puede haber pureza donde no hay limpieza. Para establecer conexión con la divinidad es preciso limpiar el ambiente en que vivimos.
Parece una tontería, pero, las prácticas diarias de higiene personal y los cuidados con la alimentación, forman parte del ritual de purificación a que se debe someter todo seguidor de la Luz.
Mantener el cuerpo limpio, por fuera y por dentro, es una de las mejores maneras de evitar asedios y obsesiones.
El mismo cuidado que tenemos con nuestro cuerpo debe extenderse al lugar en que vivimos. Barrer el suelo con frecuencia, abrir las ventanas para que el aire pueda circular, mantener limpios y en orden ropas y objetos de uso personal, son factores decisivos para el desarrollo espiritual.
Os estaréis preguntando por qué estoy insistiendo en cosas que parecen tan obvias, pero debo recordaros que uno de los primeros signos que presenta una víctima de obsesión es precisamente el descuido, el abandono de las prácticas más elementales de higiene personal. Así, una de las mejores maneras de impedir que un obsesor se aproxime, es hacer de la higiene personal un verdadero escudo protector.
Aquí hago un paréntesis para mencionar que durante todos esos años de andadura, observando a la sombra y siendo por ella observada, he descubierto que, para instalarse, la negatividad necesita encontrar en nuestro campo, o en nuestro mundo, un punto cualquiera, en el cual pueda afirmarse.
Es lo que denomino “punto de adherencia”. Lo llamo así porque, a partir de ese pequeño núcleo de negatividad, la sombra puede atraer aquello que, en nosotros, le resulta semejante, y es en él donde se va a adherir o prender toda la negatividad de los ambientes que frecuentamos.
Las adherencias son aquellos aspectos negativos de tu personalidad que sabes que debes combatir, pero que todavía no te has dispuesto a enfrentar. Las adherencias son los malos hábitos, relaciones ambiguas, convivencia con personas que cultivan malos hábitos, así como permisividad, falta de criterio en la elección de opciones, y excesos de todo orden.
Una de las mejores maneras de reducir las adherencias es simplificar la vida, eliminando todo cuanto no contribuya al desarrollo de nuestro espíritu inmortal.
Líbrate de aquello que no usas, haz circular la energía, pasando de lo que ya no te sirve. Esta es una de las mejores maneras de purificar tu vida, y atraer abundancia y prosperidad.
Examina con atención la naturaleza de los vínculos y compromisos que has asumido, y los motivos que te llevan a relacionarte con personas, compartir recursos y defender ideas.
Habitúate a identificar el origen de todos tus pensamientos, sentimientos, palabras y acciones, así como los motivos que te llevan a desear o a realizar algo. Si el origen estuviese en la negatividad, procura encontrar una manera de trasmutarla para su correspondiente positivo.
Si tus motivos fuesen egoístas, trabaja sobre ti mismo para que ellos se vuelvan cada vez más generosos. Si un comportamiento tiene como origen el miedo, procura desarrollar la confianza y el coraje. Si hay orgullo en tus actos o palabras, reconoce que todos somos expresiones de la divinidad, y que, por tanto, no hay nadie mejor o peor que tú.
Es cierto que la pureza absoluta, aquella que elimina totalmente el riesgo de un asedio, difícilmente será alcanzada. Sin embargo ella debe ser buscada, porque sólo en un mundo puro, una conexión verdadera se podrá establecer y mantener.
Y es cierto también que cuanto más puro sea el mundo del buscador, más intensa y frecuente será su conexión con la Luz.
Más cierto todavía es que, cuanto más intensa y frecuente sea la conexión, más fácil se vuelve identificar y eliminar las adherencias.
Así, la expresión – Orad y vigilad – utilizada un día por Jesucristo para orientar a sus discípulos, tiene mucho más sentido hoy, y puede ser sustituida por “Meditad y purificad”.
Sólo meditando podremos aumentar nuestra capacidad de conexión. Sólo purificando nuestro mundo podremos garantizar que esta conexión sea una auténtica manifestación de la Luz. Sólo aumentando la calidad de la conexión es posible sustentar, sin gran esfuerzo, un nivel de pureza permanente en nuestra vida. Y sólo un nivel permanente de pureza en nuestra vida abre camino para que todas las cualidades divinas se manifiesten a través de nosotros en toda su plenitud.
Y, cuando finalmente nos transformemos en manifestaciones de la divinidad en todo cuanto hagamos, ya no tendremos duda alguna de que somos todos uno.