Anteayer por la noche, estaba preparándome para dormir cuando me acordé de una gran amiga a quien no veo desde hace casi dos meses. Ella ha decidido pasar una temporada con una hermana en Petrópolis, ya que en Sao Paulo las cosas no marchaban bien.
Siempre que pienso en ella con insistencia es porque ella quiere hablar conmigo.
Dicho y hecho. Al día siguiente, cuando le telefoneé, ella me dijo que había pensado mucho en mí en los últimos días, pero que dudaba si debería o no hablar conmigo, pues lo que tenía que decirme no era muy agradable.
Me comentó que se acordaba de algo que yo le había dicho cuando nos conocimos. Me refirió que yo le había dicho que ella nunca conseguiría lo que quería.
En aquel momento no recordé haberle expresado nada de eso, principalmente debido a la calidad del afecto que nos une.
A mí me parecía casi imposible que yo hubiese dicho a alguien que aprecio tanto una cosa tan negativa.
A pesar de que no conseguí acordarme, acepté su palabra, y le comenté que, si ella había recordado eso era debido a que la energía negativa liberada por mí al decir aquello era muy intensa y todavía se encontraba presente en su aura. Le pedí disculpas, y me dispuse a hacer la oración del perdón para que esa energía regresase a su punto de partida y dejase de incomodarla.
Y fue exactamente lo que hice. No una sola vez, sino varias. Hasta estar segura de que todo estaba bien.
Y entonces recordé el día y el momento en que lo había dicho. La intención no había sido exactamente la de rogarle una plaga. Pero, sin duda alguna, yo había perdido una estupenda ocasión para permanecer callada.
Recordé también qué tipo de persona era yo cuando he dicho aquello. Estaba desarrollando mis dones, pero aún no sabía cómo encaminarlos. No sabía de la enorme responsabilidad que contraemos cuando podemos, aunque sea por algunos segundos, tener acceso a los pensamientos y sentimientos de alguien. No había percibido aún que la clarividencia no puede ni debe ser utilizada como un aderezo y mucho menos como arma.
Era capaz de ver muchos aspectos del consciente y de inconsciente de las personas, y en vez de guardar silencio o esperar a que ellas solicitasen ayuda, emitía juicios y decía frases sueltas, como aquella, para impresionar o intimidar.
Cuando le dije que no conseguiría aquello que deseaba, estaba siendo absolutamente fiel a mi don, estaba siendo sincera, pero tan sólo con relación a algo que ella estaba deseando en aquel momento y que, tal como ella lo quería en aquella ocasión, no tenía posibilidad de suceder. Pero ¿quién era yo para decirle aquello, y principalmente sin que ella me hubiese preguntado nada?
Lo que pasaba en aquel momento es que yo no aprobaba que ella desease lo que deseaba y mucho menos los métodos que utilizaba para conseguir lo que quería. Pero, a pesar de que yo no lo aprobase y lo condenase, lo que ella quería era legítimo y no había nada equivocado en la manera elegida por ella para conseguirlo.
Aquí está un ejemplo muy claro de cómo un don puede ser algo peligroso. Teniendo acceso a los pensamientos, sentimientos y deseos de ella, emití un juicio de valor, y no satisfecha en juzgar, he revelado lo que veía como posibilidad futura, no como una opinión ni como consejo, sino como una sentencia. Y como la fuerza de la palabra hablada es grande, la frase ha continuado vibrando, incomodando mucho a mi amiga, y ha visto ampliado su significado por el miedo e inseguridad de ella.
Por increíble que parezca, mi amiga comenzó a considerar que, debido a lo que yo le había dicho, ya no conseguiría realizar nada de lo que desease.
Afortunadamente, nuestra amistad nos ha permitido hablar abiertamente sobre esto, y revertir la situación, no sólo a través la franqueza y verdad con que nos relacionamos, sino también por la utilización de la meditación, de la invocación de nuestros maestros que constantemente nos orientan y también por la utilización del maravilloso instrumento que es la oración del perdón.
Imaginad ahora ¿qué sucedería cuando un acontecimiento como el que os he contado ocurre entre personas que no son amigas, o, peor que eso, entre seres que se enfrentan en las múltiples situaciones competitivas del día-a-día profesional o familiar?
¿Cuántas veces, aunque no hagamos uso de don alguno, juzgamos y condenamos a personas, emitiendo juicios en voz alta, determinando destinos negativos para aquellos que nos rodean, apenas porque no estamos de acuerdo con los métodos que ellos utilizan para alcanzar aquello que desean, o solucionar sus problemas personales?
Cada vez que actuamos así, estamos colocando en movimiento una prodigiosa energía, que parte como una saeta en dirección al blanco y lo alcanza. Lo queramos o no, somos divinidades encarnadas, con poderes mucho mayores de lo que imaginamos, y sólo no somos más asertivos porque no tenemos conciencia de cuánto somos poderosos, y no sabemos cómo y cuándo utilizar nuestros dones.
Cada vez que nos proponemos ayudar, ya estamos ayudando. Por otra parte, cuando decidimos interferir, condenar, limitar, ya estamos manifestando nuestro deseo inconsciente.
Porque para la energía que movilizamos con nuestros sentimientos y pensamientos, el tiempo y el espacio no existen. Todo cuanto decretamos es, aquí y ahora, y para siempre, a menos que sea revocado y recogido a su punto de origen.
Y ¿cómo revocar algo que ha sido decretado? ¿Cómo traer de vuelta a su punto de origen la energía negativa liberada en un momento de desequilibrio, de desarmonía, o de inconsciencia?
Sólo hay un medio. Y ese medio es el perdón. Y perdonar no es apenas reconocer en el silencio de nuestro propio corazón que hemos obrado mal, que hemos hecho mal uso de un don, que hemos olvidado momentáneamente las grandes leyes que gobiernan el Universo.
Así como las intenciones se manifiestan en sentimientos, pensamientos, palabras y acciones, la revocación de una intención debe recorrer el mismo camino. El perdón es una nueva flecha, esta vez benigna y curativa, que parte de nosotros con dirección al otro. Es como un antídoto del veneno que hemos lanzado. Es una onda de energía curativa, apaciguante, trasmutadora. El perdón transforma toda energía negativa en su perfecto opuesto.
Cuando sentimos la necesidad de perdonar y ser perdonados, formalizamos esa necesidad en una oración, decimos esa oración en voz alta, y adoptamos actitudes coherentes con nuestra intención, nos tornamos un poco más divinos, porque alteramos el rumbo de los acontecimientos vibrando sutilmente en la energía del amor.Cuando perdonamos y pedimos que nos perdonen, equilibramos las energías discordantes en nuestro mundo y en el mundo de los otros seres humanos, porque lo que afecte a cualquiera de las manifestaciones divinas afecta a todas, y cuando una de ellas camina en la dirección de la perfección, todo el universo evoluciona a la par.
Cualquiera podrá decir que esto es difícil, porque no siempre sucede como ocurrió entre mi amiga y yo. Desgraciadamente, a veces las partes implicadas en situaciones de desarmonía rehúsan perdonar o pedir perdón.
Tal como cualquier acto consciente practicado por un ser humano, perdonar y pedir perdón son actitudes personales e intransferibles, que dependen apenas del empeño de cada uno de nosotros.
Lo paradójico es que, aun siendo un gesto tan individualizado, su efecto benéfico se difunde como una luminosa onda de paz, armonizando todo el Universo. Porque, afortunadamente, para hacer negativa nuestra energía somos limitados, pero para trasmutar el mal en bien, somos todos uno.