Cuando escribí Cigarro, um Adeus Possível (Tabaco, un Adiós Posible), hacía unos tres meses que había dejado de fumar. Estaba orgulloso. Estaba deprimido. De vez en cuando, me atacaba aquella ansia lancinante de encender un pitillo. No por la dependencia física, que en pocos días se resolvió. La dependencia dolorosa del tabaco sucede porque él tiene que ver con acontecimientos de enorme densidad psicológica. Esto explica por qué personas inteligentes, determinadas, metódicas y disciplinadas no consiguen dejar de fumar. Por detrás de esa incapacidad está un tema profundo: el desamparo de la condición humana.
El desamparo se manifiesta, desde la primera infancia, en la boca. Yo, por ejemplo, siempre he tomado caramelitos, incluso cuando fumaba. Hay una cantidad inmensa de personas “enviciadas” con los chicles. El chicle no se convierte en verdadero vicio solamente porque no tiene sustancias químicas que causen dependencia física. Chicles y caramelos alivian la inquietud oral que nos acompaña a lo largo de toda la vida. Es a través de la boca que, desde pequeños, buscamos una sensación de cercanía y protección. Comenzamos chupando el seno. En seguida viene el primer vicio, el chupete. Sale la teta, entra un caucho. Sale el caucho, empezamos a chupar el dedo o a roer las uñas.
Estoy en contra del tabaco porque hace daño a la salud. No tengo nada contra el chupete, los chicles o los caramelos – maneras de atenuar el desamparo, sensación de la que ningún ser humano está libre.
Comprendiendo la profundidad de esa cuestión, no subestimando el tamaño de la dificultad, montando una estrategia lenta y progresiva, calma y ponderada es como, un día, el enviciado puede abandonar el maldito cilindrín. Cuando intenté dejar de fumar hace unos 10 años sufrí mucho. Todavía no estaba maduro. De esta vez estaba más preparado, había entendido mejor el motivo de la intromisión del tabaco en nuestra vida, me sentía más seguro, un poco tocado por la noción introducida por los norteamericanos de que el fumador es un ciudadano de segunda clase, e incomodadísimo con la dependencia. Consideré que tendría condiciones para no sustituir el tabaco, principalmente por comida. Porque en la última tentativa había engordado bárbaramente. Pero esta vez lo he dejado, hice ejercicio, no he engordado nada.
Hace unos días, un amigo ha olvidado un paquete de Marlboro en mi casa. Esa era una de las marcas famosas en mi adolescencia. Fumar tabaco americano, ser un poco Humphrey Bogart. Aquel rótulo rojo me sacudió, me produjo una honda nostalgia de cierto ‘charme’, de imaginarme en un bar conversando, fumando, bebiendo… ni siquiera sé si todo esto tiene ‘charme’, pero es lo que nos han enseñado. Esa es la atmósfera que cuenta. No es nuestro pulmón el que anhela la bocanada de humo.
El tabaco prende porque nos sentimos especiales cuando fumamos – por lo menos al principio – y porque se convierte en un compañero, pasa a formar parte de nuestra identidad. Un pitillo en la mano ayuda a abordar a una chica en una fiesta. Para hacer una difícil llamada telefónica, ciertas personas encienden un cigarrillo. Por eso el camino hacia un progresivo control sobre el vicio consiste en romper con esos hábitos.
Años más tarde, las personas me preguntan como me siento. Más o menos como un gordo que ha adelgazado. El gordo considera que, cuando adelgace, la vida le va a sonreír para siempre, que todos sus problemas estarán solucionados. Ahí, descubre que la vida continúa tan complicada como antes, sólo que él ahora es delgado.
Tengo los mismos problemas que cuando fumaba. La vida es difícil, las incertidumbres son dolorosas, el desamparo es una realidad innegable. Continúo frustradísimo por no ser Humphrey Bogart. Soy, ahora, un desamparado consciente de que aquel deseo de fumar nacía de la tentativa desesperada de encontrar cercanía y protección en alguna cosa. Rodar todo el día en torno a pitillos que aplaquen mi deseo de fumar ya no me distrae. El deseo de fumar creaba una ansiedad que servía para enmascarar esa otra ansiedad profunda y auténtica, común a todo ser humano.
La ventaja es que puedo apechugar con las cuestiones intrincadas de la condición humana sin confundirlas con el deseo de fumar. Estoy muy satisfecho con esa victoria difícil contra la dependencia. El antiguo orgullo de sentirme “diferente” con un pitillo en la mano, que me ha conducido al vicio, se ha transformado en el orgullo de no fumar. Me gusto a mí mismo mucho más así.
Para quien piensa seriamente en dejar el tabaco, aquí va el resumen de siete sugerencias, algunas inspiradas en los Pasos de los Alcohólicos Anónimos:
1-Prepárate. La batalla es ardua
Dejar de fumar es una victoria tan extraordinaria cuanto una medalla de oro en una Olimpiada. Prepararse implica entrar en contacto con las mismas sensaciones de desamparo que nos han llevado a refugiarnos en el tabaco. Es preciso entenderlas en profundidad, para no caer en proyectos inmediatistas: un cambio de esa envergadura exige tiempo.
2-Asúmelo: eres un enviciado
Admitir un vicio no es propiamente un fortificante para la auto-imagen de nadie. No admitirlo sin embargo, minimiza el problema, y para el enviciado no hay término medio. Él solamente se librará de la droga suprimiéndola por completo. En tiempos, muchas personas “normales” y “socialmente equilibradas” se han tornado dependientes del tabaco y continúan siendo seres humanos dignos. Piensa en esto si admitir tu dependencia te deja deprimido.
3-Invierte en la salud
Las personas preocupadas por la salud y la apariencia desarrollan aversión a todo cuanto las perjudica en ese sentido. Ejercicios, dieta adecuada, tienen qué ver con la búsqueda de una vida larga y de buena calidad. Esa manera de ser implica un constante esfuerzo de construcción y fortalece la auto-estima. Ahí están dos óptimas bases para los sacrificios necesarios a tu proyecto.
4-Altera hábitos ligados al tabaco
En otras palabras, crea tus propios obstáculos al acto de fumar. No vuelvas a fumar por la noche, antes del café o después de las comidas. Este apartado es el más difícil y también el más importante y puede ser combinado con el apartado anterior. Ejemplo: deja de fumar en el período en que practicas ejercicio. Una ventaja adicional será que el placer (físico y psíquico) del ejercicio disminuirá tu deseo de fumar. Romper hábitos demuestra qué fuerte y doloroso es el deseo de fumar, o sea, da la verdadera dimensión del desafío. Pero también va haciendo subir a la superficie tu capacidad de actuar contra la dependencia.5-Desarrolla una fascinación por la independencia
Atiende a cuán humillante es la situación del enviciado. Cuanto más se fuma, más grande es el deseo de hacerlo. Se fuma apenas para ahogar el dolor de no fumar, sin mayores placeres adicionales, ya que, por lo menos desde el punto de vista físico, las sensaciones no existen o son desagradables. Tomar conciencia de esas limitaciones genera la tendencia inversa: crece el deseo de entrar para el universo de las personas libres e independientes.
6-Déjalo solamente en el momento oportuno
La sensación interior de que estás preparado para la tarea debe unirse a las condiciones objetivas para que salga bien. Cuando consideres que es el momento, dejarlo al mismo tiempo que alguien de tu familia o un compañero de trabajo, te servirá de ayuda. Cualquier truco – como el aprovechar una gripe – vale, sobre todo en los primeros días. Mejor todavía si, una vez pasado lo peor, te concedes unos 15 días de vacaciones haciendo ejercicio y en compañía agradable.
7- Ten presente que la experiencia es dolorosa
Aun después de cumplir las etapas anteriores, un vicio es una ligadura tan profunda que romper con él despierta todo tipo de dolores y cuestionamientos. Pero como no hay dolor que dure para siempre, en poco tiempo la alegría de la victoria estará amenizando la tristeza de la pérdida.