Mirar a los mayores no como un estorbo, sino como personas con las que podemos aprender muchas cosas. He ahí el desafío en esta época de alta tecnología y grandes y rápidos cambios.
En los últimos 50 años hemos vivido una fase de rápidas e importantes transformaciones en nuestra vida práctica gracias a los significativos avances de la ciencia y de la tecnología. Cuando menos en sus aspectos externos, el mundo está muy diferente de lo que era hasta el inicio de este siglo. Esos progresos prácticos han traído varios problemas a las personas ancianas. El primero es la aparición más clara de una tendencia conservadora que todos poseemos. Las personas de más edad no ven con buenos ojos las novedades: o no se adaptan a ellas, o lo hacen muy lentamente. A fin de cuentas, han vivido tantas décadas sin un determinado equipamiento que no lo creen tan necesario. Yo mismo, que todavía no soy tan viejo, opongo gran resistencia a los nuevos equipamientos electrónicos.
Pero la consecuencia más grave de ese avance rápido ha sido la idea de que las personas mayores no pueden acompañarlo, ni siquiera desde el punto de vista intelectual. Hace unos veinte años atendí a una señora de edad. Ella me miró y dijo: "Qué bueno que sea usted joven. No me gustan los médicos mayores porque no están actualizados." O sea, los propios ancianos han pasado a considerar que la luz y la sabiduría estaban todas con los jóvenes.
Esto ha traído varias consecuencias, todas ellas negativas, desde mi punto de vista. Los jóvenes han pasado a considerarse muy sabios. Han perdido la capacidad de ser "discípulos" porque ya no tenían condiciones para ver a los mayores como "maestros". No estaban - y no están - preparados para eso, ni intelectual ni emocionalmente. Un joven debería tener a alguien más viejo con quien aconsejarse, aunque fuese tan sólo para aliviar el peso de la responsabilidad que recae sobre sus espaldas.
El subproducto más grave de esto es la tendencia a relegar a las personas más ancianas a un papel menor, despreciable, incluso. Nuestros mayores han pasado a ser vistos como un fardo con que hay que cargar, como personas inútiles y molestas. A fin de cuentas, ¡no saben siquiera qué bueno es navegar en Internet! Están fuera de la realidad. No tienen nada que enseñarnos. Así, han perdido el derecho a ser tratados con el respeto y la reverencia que se dedicaban a los mayores en otros tiempos.
En aquella época, ellos eran quienes detentaban un saber que todos los jóvenes querían poseer. Sabían más de la vida, habían experimentado y sufrido más. Conocían oficios manuales e intelectuales que sólo se aprendían conviviendo con aquellos que tenían más experiencia. Eran respetados, se les trataba de usted: los hijos y nietos les besaban la mano y les pedían la bendición. Ese tratamiento diferenciado y reverente daba sentido e importancia a este período dificilísimo de la vida. El viejo tiene que convivir con las dolencias y sus dolores. Tiene que convivir con la idea de la muerte que se aproxima. Tiene que asistir a su propia decadencia física y, a veces, intelectual. El respeto y la admiración de los más jóvenes eran un pequeño alimento para la vanidad de las personas en esta fase - vanidad abatida por todos esos factores inherentes a la edad. La verdad es que la vejez sin esos pequeños honores se hace bastante más triste y dolorosa.
Considero que hoy ya podemos hacer una evaluación crítica de los tiempos modernos. Ya podemos dar el debido peso al progreso técnico y a las ventajas que nos ha aportado. Ya sabemos que las bellas máquinas no solucionan nuestras cuestiones íntimas más importantes. Ya sabemos que las vivencias y la experiencia acumuladas a lo largo de las décadas valen más que ellas. Ya podemos, pues, volver a mirar a las personas mayores no como un estorbo, sino como criaturas con quienes podemos aprender muchas cosas. Si esto sucediese, pienso que los mayores también tenderán a volver a dar valor a su condición y a su experiencia. Si, porque hoy, muchos mayores solamente piensan en como conseguir mantener la apariencia típica de la mocedad. Van tras cirugías plásticas de todo tipo, de prótesis peneanas y otros recursos tecnológicos para aplazar, lo máximo posible, la llegada de esa fase de la vida, que debería ser rica en reflexiones y filosofía y libre de disputas y competiciones.