Estimulado por la “SP Fashion Week”, me he puesto, una vez más, a pensar sobre lo que pretendemos con lo que nos cubre – además de protegernos contra el frío y la vergüenza. El tema es el de la vanidad, ese placer erótico fortísimo presente en todos nosotros, que nos lleva al deseo de llamar la atención, de despertar miradas de admiración. No sirve de nada intentar librarnos de la vanidad, pues ella es parte integrante de nuestro instinto sexual. Buscamos el destaque.
Al comprar nuevas piezas ya tenemos en cuenta el impacto que habrán de causar. Al prepararnos para salir, nos sentimos erotizados, imaginando la reacción “de los otros”. Buscamos usar lo que mejor nos viste, lo que nos caracteriza, lo que nos hace atractivos. Gastamos una buena parte de nuestro tiempo frente al espejo, intentando hacer primorosa nuestra imagen.
Nos gusta parecer especiales y nos preocupamos bastante con nuestra apariencia (¡incluso aquellos que están encantados de parecer descuidados!). Algunas personas gustan de que su imagen refleje lo que son: deportistas, intelectuales, artistas, miembros de una tribu del tipo de los “góticos” o “punks”, empresarios de respeto, señoras joviales y así sucesivamente. Tratan de usar ropas y aderezos típicos, componiendo su imagen de forma discreta o extravagante, de acuerdo con lo que pretenden transmitir.
Otras personas gustan de exhibirse de acuerdo con lo que tienen, reflejando más que nada su condición económica: llevan relojes caros, bolsos y zapatos de marcas renombradas – lo cual les garantiza el refuerzo de que son personas a la moda y de gusto exquisito – joyas valiosas, etc.
Otros más, son fascinados por la belleza de las piezas que muchas veces son también las más caras, siendo que tienen los medios para cubrirse con ellas. La preocupación mayor es la estética, de modo que suelen estar más preocupados con la calidad que con la cantidad de lo que poseen. Ellos parecerán de acuerdo con lo que son y tienen. Veo coherencia en las actitudes de las personas que se encajan en los 3 casos. Pienso que, aparte de sentirse envanecidas por los eventuales elogios recibidos, podrán sentirse bien desde el punto de vista de la autoestima – que sólo se alimenta de actitudes y conquistas verdaderas.
No obstante ¿qué pensar de aquellos que parecen lo que no son o no tienen? ¿Cómo queda la autoestima de aquella mujer que usa las ropas más extravagantes, sabiéndose sexualmente trabada? ¿Cómo se siente el que llama la atención de los conocidos por desfilar con un bolso o un reloj falsos? ¿Y aquel que se viste y actúa como intelectual, sin jamás haber leído un libro? ¡No hay autoestima que resista! Pienso que “el crimen no compensa”, pues no hay “matute” posible cuando se trata de la vida íntima. Sería mucho mejor usar la imaginación y encontrar otra manera, más creativa, de presentarse ante los ojos de las demás personas.