-Cuando nos colocamos en el papel de víctimas de las groserías y exigencias de nuestros hijos, olvidamos que ellos han aprendido sus valores con nosotros.
Leo en una revista de Nueva York que los jóvenes allí solamente hablan de dinero y de personas famosas. Las chicas gustan de salir con los muchachos más populares, lo cual tiene significados muy variados y puede incluso querer decir que tales chicos son los más competentes para cometer atracos o para conseguir drogas. En el Brasil, son frecuentes las noticias sobre violencias cometidas por jóvenes de buena condición económica – y no raramente contra sus propios padres o parientes cercanos. En la mayoría de los casos, lo que está en juego es el dinero: ellos siempre exigen más, mientras que sus padres han decidido regular la cuantía a ellos destinada. ¡Se sienten indignados, como si estuviesen siendo robados! Reaccionan con agresividad a esa impresión que, claro, no corresponde a la realidad.
Los padres se quejan de que los chicos de hoy son muy diferentes. Son apáticos, indiferentes a todo y a todos, sin garra y con su ambición totalmente dirigida a las cosas materiales. No tienen proyectos para el futuro. Sueñan apenas con hacerse ricos y famosos, pero no perciben que tales recompensas representan el futuro de un esfuerzo previo.
¿Cuál es el origen de ese comportamiento? Es preciso averiguar si, de hecho, nuestros jóvenes son más violentos y propensos a las transgresiones que los de las generaciones anteriores. No creo que nuestra especie haya venido deteriorándose. Considero, no obstante, que estamos muy influenciados por el medio en que hemos crecido. Somos educados más por lo que observamos que por lo que oímos. Las personas siempre han tenido tendencia a sacar ventajas y a la falta de sentido moral – entendido como un freno interno que nos impide practicar acciones que reprobamos.
Ocurre que, actualmente, muchos críos crecen viendo como sus padres, sus hermanos mayores u otros parientes, se vanaglorian del mal que han hecho a otras personas, y de cómo eso ha sido lucrativo. No podemos preocuparnos tan sólo con el dinero y la fama y después pretender que nuestros hijos se interesen por el conocimiento y se pasen las noches intentando desvendar los secretos de la Física y de las Matemáticas.
A ellos les fascinarán las mismas cosas que perciben que son relevantes en su casa. Los valores de nuestros jóvenes son los de nuestra cultura materialista e increíblemente vuelta hacia la búsqueda de glorias a cualquier precio. Ellos han aprendido con nosotros a encarar las cosas de esa forma. Después, como si nada tuviésemos que ver en ello, nos encontramos en el papel de víctimas de sus groserías y exigencias.
Tal vez la única característica efectivamente propia de esta generación sea la indolencia. No los veo muy animados siquiera para perseguir objetivos sexuales, antes el motor principal de nuestra especie. Son pasivos, tal vez como consecuencia del hábito de permanecer mirando la tele todo el tiempo –no necesitan tomar ningún tipo de iniciativa a no ser la de cambiar de canal. Perezosos, ambiciosos y materialistas: he ahí una mixtura explosiva que constituye la mayoría de nuestra juventud.
Asistimos al agravamiento de los comportamientos antisociales, al empeoramiento de la postura moral y a la apertura hacia la conducta delincuente. Todo esto se ve muy facilitado con el uso de drogas, tan al gusto de los que ya por sí no son demasiado esforzados. El grado de violencia que venimos presenciando todavía es pequeño frente a lo que podemos esperar, dadas las condiciones en que ellos están siendo criados. Es urgente revisar los valores que estamos transmitiendo a nuestros hijos.