Hemos sido todos educados en el sentido de considerar que las conductas extravagantes son severamente castigadas por el medio social, igual que sucede en nuestra propia familia. Represalias de todo tipo nos conducirán a la marginación absoluta, a la soledad y a la miseria asociadas al desprecio y a la desconsideración. ¿Será esto, de hecho, verdadero? ¿O se trata apenas de una amenaza que tiene por objeto intimidarnos y acobardarnos?
No creo que sea muy fácil responder a esta cuestión, especialmente porque los ejemplos de orden práctico son muy escasos, además de que muchas veces no son significativos. La rebelión de los jóvenes, por ejemplo, contra los patrones sociales establecidos suele llevarse a cabo de modo intempestivo y poco crítico; actúan apenas en sentido opuesto a lo que se les propone, con una actitud más emocional de mostrarse independientes – cosa sólo necesaria para quien no lo es – que por discordancia reflexiva de los patrones convencionales. Son tratados con una mezcla de reprensión y condescendencia, pues se espera que tales actitudes anticonvencionales sean de poco fuelle, como de hecho suele suceder. Otros se encaminan en una dirección claramente delincuencial, actuando con violencia contra personas o cometiendo delitos comunes – el robo, por ejemplo; estas actitudes son muy frecuentemente facilitadas por el uso sistemático de drogas, cosa que no tiene nada en común con las propuestas de libertad humana que me he propuesto describir.
Considero válidas algunas observaciones sobre el movimiento de jóvenes más consecuente de los últimos tiempos y que se ha dado durante la década de los 60: Los hippies. Una generación de personas que se ha alzado contra el modo en que veía encaminarse a la sociedad occidental: nuevas guerras por causas muy dudosas y agravamiento de la búsqueda desenfrenada de bienes de consumo, activando la competición entre los hombres y distanciándolos unos de otros. No creo que haya sido un movimiento muy bien organizado, del mismo modo que no se deben despreciar las bases personales para tal postura (deseo de huir de la guerra, fascinación por la liberación sexual incipiente, etc.). Sin embargo, una actitud de crítica al orden social establecido se ha instalado y han sido muchos los seguidores de esta postura en todo el mundo occidental. Estos jóvenes se han caracterizado por rehuir la participación en la vida económica, social e incluso cultural de sus sociedades, posicionándose, de modo pasivo, en oposición al medio: han cruzado los brazos, han pasado a una vida más contemplativa, se han dedicado al cultivo de una apariencia externa que les distinguía de los de su clase social y, en muchos aspectos, se han aproximado al modo de ser de los mendigos.
Han vagado por el mundo como andariegos, buscando principalmente el Oriente, tanto a causa de la postura más contemplativa que han tratado de comprender mejor, como a causa de las facilidades de acceso a ciertas drogas (marihuana, en particular), a las que recurrían con frecuencia, tal vez para soportar mejor la desocupación (cosa muy difícil para las personas de mayor inteligencia). En fin, han hecho todo de modo bastante antagónico a lo que de ellos se esperaba y han estado sujetos a muy pocas represalias externas.
Definitivamente no han vivido de modo solitario; incluso al contrario, han intentado varias formas de vida en comunidad, experiencias válidas a pesar de no haber salido bien a medio plazo. Los muchachos no han quedado sin compañeras y parejas sexuales; al contrario, muchas han sido las chicas – de las más bellas e inteligentes – que se encantaron con ellos y les dedicaron amor y amistad. Sus familias los censuraban, pero al mismo tiempo les tenían una pizca de admiración – fácilmente convertida en envidia. El fenómeno se extinguió más por razones internas (desocupación y uso exagerado de drogas) que debido a las presiones exteriores.