Las manifestaciones físicas de mi infierno interior me parecían directamente proporcionales a mi culpa. Me parecía que mientras yo no consiguiese revertir el proceso patológico que se había desencadenado, eso sería un signo de que Dios quería estigmatizarme ante todo el mundo. Así fue como me lancé con todas las fuerzas que me restaban en busca de mi Santo Grial, señal de que Dios me había perdonado: mi curación.
No podía oír hablar de medicamento, sustancia, terapia o magia, que no saliese, con el corazón a saltos, en busca del nuevo antídoto.
Me convertí en experta en medicina alternativa, desde curas de desintoxicación por las hierbas, amargas pociones, nauseabundas mixturas de carne cruda y huevo crudo, acupuntura en las orejas, en las puntas de los dedos de los pies y de las manos hasta hacer sangre, compresas de todo tipo sobre mis pobres rodillas. Incluso me sometí a tener las piernas escayoladas, tras dolorosas sesiones de tracción con la esperanza de que las piernas se estirasen y permaneciesen rectas dentro del yeso. Estuve durante años tomando semanalmente una auto-vacuna, preparada por un médico que se decía inmunólogo, sin haber obtenido nunca la comprobación de la eficacia del tratamiento. (Probablemente el tratamiento me ayudase, pero eso no impidió que mis síntomas avanzaran).
He creído hasta en las promesas de un extraño individuo, que se decía orientado por poderosas entidades, que me hacía misteriosas señales con mercurocromo rojo por todo el cuerpo, inclusive en la frente, y después me dejaba decenas de pequeños frascos de agua del grifo, que él afirmaba estar bendecida por sus poderes y que yo debería tomar sin ningún temor. (Tampoco quiero poner en duda los eventuales beneficios de esa práctica, sólo quiero enfatizar mi credulidad y desorientación).
La ventaja de mi obstinada búsqueda de la curación fue el haber entrado en contacto con técnicas de fisioterapia de todas las líneas, como “rolfing”, RPG, gimnasia holística, anti-gimnasia, y todo cuanto estuviese a mi alcance.
He pasado horas interminables en salas de espera de todos los estilos, lo cual me proporcionó un bello muestrario de todo tipo de individuos sufridores, cada cual con una historia más fantástica que la otra.
Todo eso ocurrió durante el tiempo en que practiqué el ejercicio indonesio. He tenido que rendirme ante la evidencia de que sus efectos, en lugar de aliviar mis dolores, me habían traído una confusión suplementaria sobre la frontera entre mi “enfermedad” y las reacciones provocadas por el ejercicio.
Siete años duró esa purificación, hasta que llegué a la obvia conclusión de que mi curación no llegaría por ahí.
En verdad, acabé marchándome del grupo Subud no por no querer ya más practicar el ejercicio, que por cierto no puede causar daño alguno y permanece para siempre a disposición de quien ha recibido la apertura. Ocurre que la única restricción que se hacía a quien practicase latihan era la de no mezclar el ejercicio con ninguna práctica de espiritismo. Yo, desde los tiempos en que frecuentaba cursos de Yoga y formaba parte de un grupo de Raja, siempre había oído hablar del Espiritismo de una manera que me parecía perturbadora. Sin saber muy bien de qué se trataba, tenía una instintiva aversión por todo lo que se pareciese a eso, incluso todos los ritos africanos que me inspiraban un miedo incluso físico. Hasta aquel momento siempre me había mantenido alejada de cualquier experiencia en ese campo.
En una fase en que estaba particularmente en crisis, una amiga mía vino a visitarme, demostrando gran preocupación por mi estado y revelándome que había recibido la misión de curarme. Fue una demanda tan conmovida y sincera, que no me hubiera sido posible rehusar una oferta tan desinteresada. Cuando di por mí, me vi inmersa en una experiencia inédita de espiritismo. Fue en ese momento cuando me he visto obligada a dejar de frecuentar el grupo Subud.
Esa amiga mía tenía el don insospechado de incorporar espíritus de varias procedencias, y me declaró que había recibido de su guía la orden de ayudarme en mi curación.
Además de muy sorprendida y muy asustada al comienzo, con manifestaciones nunca vistas, he quedado conmovidísima con la atención que esa colega me ha dedicado desde el principio. Me había tomado literalmente bajo su protección, hasta el punto de hospedarme en su casa porque quería asistirme en el desarrollo del tratamiento, cuya base sería transformar completamente mi alimentación en macrobiótica.
Yo ya había tenido un contacto con la macrobiótica en la época en que percibí que alimentarme sólo con la comida de mi madre tenía otras implicaciones negativas. Ahora, sin embargo, se trataba de introducirme exclusivamente en esa experiencia, bajo la orientación de un médico especializado, porque así el guía de mi amiga lo había determinado.
Me sometí a una semana de ayuno, en la que sólo estaba permitida una taza de arroz integral en el almuerzo y otra en la cena. Nunca olvidaré el enorme placer que sentí cuando pude finalmente introducir en mi alimentación la primera sopa, la primera zanahoria cocida y, maravilla de las maravillas, el primero (y único) postre permitido: manzana cocida.
Me sometía religiosamente a todos los dictámenes de los varios guías incorporados por mi amiga, y cada sesión era para mí una cortina mágica que se abría sobre un palco donde las sorpresas se sucedían sin parar. Tenía la certeza absoluta de que todos aquellos espíritus sólo podrían conducirme a la solución de todos mis problemas, ya que ellos detentaban un saber que yo ignoraba, además de que actuaban en una esfera de pureza y elevación para mí incuestionables.
Mi amiga comenzó a llevarme, una vez por semana, a un centro donde otra médium, jerárquicamente superior a ella, reunía a varias personas que eran atendidas en sus necesidades por los guías que ella incorporaba. Otros participantes que tuviesen el don de la mediumnidad también podrían manifestarse. Yo iba con el mismo fervor con que se va a una ceremonia sagrada, y todo aquello que salía de la boca de cada médium tenía para mí el mismo valor que las palabras evangélicas. Fue con mucho espanto como comencé a presenciar ciertas manifestaciones de rivalidad, muy parecidas a las del común de los mortales, entre los guías de la médium principal y los de mi amiga. El espanto fue mayor cuando me he visto en el centro de las discusiones entre las dos. Yo me había convertido en el pívot de una divergencia entre la orientación de alimentación que mi amiga venía dándome y las órdenes que el guía de la otra médium acababa de transmitir.
Los efectos de la alimentación macrobiótica se habían traducido en la pérdida de cerca de trece kilos de mi peso y en una progresiva dificultad de movimientos. El médico macrobiótico que me orientaba insistía en decir que cuantos más dolores yo sintiese, más rápida sería la curación. Ya pasaban cerca de cuatro meses desde que yo había asumido sola en comando de mi cocina, con gran consternación de mi madre, que no podía intervenir frente a mi determinación, y que no se atrevía ni a hablar conmigo, por temor a una mala contestación. Yo sé que ella sufría en silencio y se consumía al tener que asistir a aquel desastre sin poder hacer nada. Hasta el día en que yo estaba particularmente débil y había recibido la visita de una amiga angoleña, sin pelos en la lengua, que se declaró indignada con lo que yo estaba haciendo conmigo misma. Mi madre, que aquel día estaba excepcionalmente en mi casa, y no esperaba mejor oportunidad, tampoco se contuvo, y me dijo que si yo quería morir, daba igual hacerlo con la barriga llena.
Fue exactamente por aquella época que la pelea entre las médiums eclosionó. Mi amiga, que apoyaba plenamente la conducta del médico, tuvo que oír a la otra médium dándome la orden de comer no sé cuantos potes de jalea de pata de buey. ¡Precisamente ella, que era vegetariana hasta el punto de que ya no se permitía siquiera llevar bolso o zapatos de cuero! Yo me sentía como una pelota de ping-pong en medio de las raquetas de ambas.
Cuando pregunté a mi amiga a quién debería creer, ante su contestación, sentí toda mi confianza derretirse como nieve al sol. Toda la seguridad que ella me transmitía, y la inflexibilidad con que trataba los asuntos espirituales me habían hecho creer en una especie de infalibilidad suya y de sus guías. Ahora, de una sola vez, veía sus incoherencias y cuánto estaba siendo yo temeraria al entregar en sus manos mi salud física y mental.
Comencé también a interrogarme sobre la autenticidad de aquellos fenómenos mediúmnicos que yo había tomado por oro puro. Esto fue lo suficiente para vacunarme de una vez por todas contra experiencias similares.
Sobre o autor Angela Li Volsi é colaboradora nesta seção porque sua história foi selecionada como um grande depoimento de um ser humano que descobriu os caminhos da medicina alternativa como forma de curar as feridas emocionais e físicas. Através de capítulos semanais você vai acompanhar a trajetória desta mulher que, como todos nós, está buscando... Email: [email protected] Visite o Site do Autor